Dime La Verdad

25

SCARLETT

El aire de la noche todavía me sigue en la piel cuando llegamos a la casa de Bryan.

Nos fuimos de la fiesta pero el eco de la música y de las risas sigue flotando en mi cabeza como si no quisiera irse. Bryan abre la puerta con una llave que suena demasiado fuerte.

—Mi tío no está —dice en voz baja—. Seguramente se quedó trabajando hasta tarde.

Asiento y entro detrás de él. La casa está medio a oscuras, pero no se siente fría. Huele a madera y a algo que parece café.

Es raro estar aquí después de todo lo que pasó esta noche, después de ver a tanta gente disfrazada de Reese. Aún siento un nudo en el estómago cada vez que recuerdo las marcas dibujadas en sus rostros, las bromas, las miradas.

Bryan deja sus llaves en una mesa junto a la puerta y camina directo a la cocina. — ¿Tienes hambre? —pregunta.

No sé si es hambre o solo ganas de distraerme, pero asiento.

Él abre la nevera, saca un recipiente con restos de pasta y lo mete al microondas. Me siento en una de las sillas de la mesa. Rebelde aparece de la nada, su cola moviéndose como si hubiera estado esperándonos toda la noche. Salta a la silla vacía junto a mí y me observa con esos ojos grandes.

—Hola —susurro, acariciándole la cabeza.

Bryan sonríe y sirve la pasta en dos platos. Nos sentamos frente a frente y empezamos a comer en silencio. El sonido de los cubiertos es lo único que se escucha.

—Hoy fue raro —susurro.

No fue raro, fue peor que eso pero es la única palabra que se me ocurre.

—Sí —responde Bryan, como si no necesitara que explique más.

Seguimos comiendo y hablamos de cosas triviales. De la música demasiada alta, de cómo Rebelde casi se mete en la mochila de Bryan una mañana.

Poco a poco la conversación se vuelve más lenta, más seria.

—Cuando éramos niños, Reese siempre se disfrazaba de astronauta —digo de pronto, sin pensarlo—. Caminaba como si estuviera en la luna y decía que quería escapar de la Tierra.

Bryan me mira en silencio. Sus ojos son atentos, como si me diera permiso de seguir hablando.

—Tenía los ojos enormes, como si todo le sorprendiera. Y esa marca en la cara… —mi voz baja sin querer—. Decía que no le dolía, pero yo sabía que sí.

El silencio que sigue se siente pesado, casi como si llenara la cocina. Bryan estira la mano para tomar un pedazo de pan, pero en el movimiento tira el tenedor al suelo.

Se agacha para recogerlo y entonces, su expresión cambia y abre los ojos.

Sé lo que está viendo, lo sé porque no me preocupé cuando crucé la pierna debajo de la mesa y mi falda se levantó por encima de los tobillos. Lo sé porque solo una sola cosa podría provocar esa expresión.

Bryan se queda quieto, con el tenedor en la mano, pero sus ojos no están en el utensilio sino en mi tobillo.

— ¿Qué es eso? —pregunta de manera lenta.

Sigo su mirada y veo la cicatriz, mi cuerpo reacciona solo: bajo la falda de inmediato, cubriéndola.

—Nada —respondo demasiado rápido.

Bryan no se mueve. —Scarlett, eso no parece nada.

—No es importante —repito, deseando que el tema termine allí mismo.

Pero no lo hace. Él deja el tenedor en la mesa y me mira de frente. — ¿Te lo hicieron ellos?

Me toma por sorpresa. — ¿Ellos?

—Los de la escuela —aclara, su voz más tensa—. ¿Fue por una de esas bromas que te hacen?

No puedo evitar soltar una risa seca. — ¿Qué? No, claro que no.

—Entonces, ¿qué fue? —insiste, inclinándose hacia adelante.

Mi estómago se revuelve. Me levanto de la silla para poner distancia entre nosotros. —No es asunto tuyo.

— ¿Por qué no? —Su tono sube—. No me pidas que haga como si no vi nada.

Me doy la vuelta para mirarlo y siento que algo dentro de mí se tensa, como si estuviera lista para defenderme. —Porque no tienes que saberlo todo de mí —respondo—. No eres mi salvador, Bryan.

Él frunce el ceño pero no se detiene. —No se trata de salvarte. Solo quiero entender qué te pasó.

—Pues no hay nada que entender —digo, sintiendo la rabia en mi garganta.

Se hace un silencio incómodo, apenas roto por el maullido de Rebelde, que se sube a una de las sillas como si nada pasara.

Bryan se pasa la mano por el cabello, claramente frustrado. — ¿Por qué nunca hablas de nada?

— ¿Y tú? —disparo sin pensar—. ¿Por qué no vives con tu familia? ¿Por qué nunca mencionas a tu hermano famoso o a tus padres? ¿Qué hiciste para terminar aquí?

La tensión se vuelve casi física, como si el aire en la cocina pesara de pronto. Bryan me mira fijo. —No es lo mismo —dice al fin.

—Claro que sí lo es. No tienes derecho a exigirme respuestas cuando guardas los tuyos.

Él aprieta la mandíbula. —No estoy guardando nada por gusto —responde, su voz baja.

El ambiente se siente tan tenso que hasta Rebelde se escurre bajo la mesa, como si también percibiera algo.

Bryan no aparta la mirada.

Parece debatirse consigo mismo, como si hubiera algo que quiere decir.

—Entonces dilo —lo provoco, con un nudo en la garganta que me cuesta tragar—. Dime por qué vives aquí y no con ellos.

Él exhala fuerte. Se levanta de la silla, empieza a caminar de un lado a otro. Rebelde lo sigue con la mirada desde debajo de la mesa.

—No es algo que me guste decir —dice al fin, deteniéndose frente a la ventana.

—Tampoco lo que me pasó a mí —respondo, más suave esta vez.

Se da la vuelta, sus ojos se ven más oscuros que nunca. —Mi familia no es lo que parece —empieza, su voz baja, casi un susurro—. Todos ven a Kian en las películas, en las entrevistas, en las alfombras rojas. Y creen que es perfecto. Creen que mi vida es perfecta porque soy su hermano.

No digo nada.

—Pero no lo es. —Aprieta los puños—. Y no es culpa de Kian. Ni de mis papás. Es mía.

— ¿Tuya? —repito.

Bryan traga saliva y baja la mirada. —Cuando era niño… —empieza—. Mi hermana…

Doy un paso hacia él, casi sin pensarlo. — ¿Qué pasó con ella?




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