Dime La Verdad

27

SCARLETT

Bryan se queda en silencio unos segundos después de lo que me acaba de contar. Sus ojos siguen en la mesa, como si estuviera luchando contra algo que no quiere decir en voz alta.

Y justo cuando pienso que la conversación se va a quedar ahí, cambia de tema.

—Scarlett —dice—. ¿Qué te pasó en el tobillo?

Tardo un segundo en procesar la pregunta. — ¿Qué?

Él señala hacia mis piernas.

—No es solo esa cicatriz —añade, mirándome de frente—. Hay otras. Las he visto cuando usas falda, como ahora.

Siento un calor incómodo subiéndome por el cuello. No respondo. No voy a responder.

No debí usar esta falda sin medias o algo que me cubriera, no debí confiarme.

Bryan parece darse cuenta de que no voy a hablar y suspira, dejándolo ir.

Luego, de repente, me mira otra vez y dice: —Háblame de Reese.

Eso me toma por sorpresa. No esperaba escucharlo decir su nombre. — ¿Por qué?

—Porque cada vez que lo mencionas, se te ilumina la cara —responde sin dudar—. Y porque quiero saber quién era.

—No sé por dónde empezar —digo, bajando la mirada. No me doy cuenta de que estoy sonriendo hasta que lo noto en el reflejo de la ventana.

—Por el principio.

Inhalo despacio, tratando de organizar mis recuerdos. —Reese llegó a mi escuela cuando yo era una niña. Antes de eso las cosas eran complicadas. No tenía amigos. —Una risa amarga se me escapa—. Era la niña rara. La que nadie invitaba a jugar. Siempre lo he sido.

Me muerdo el labio antes de seguir.

—Una vez me hice pipí en la clase de música. —El recuerdo me hace estremecer—. Nunca dejaron que lo olvidara. Cada semana alguien lo mencionaba.

Bryan me escucha sin interrumpir y por alguna razón eso hace que sea más fácil hablar.

—Cuando Reese llegó, todos lo miraban raro. Tenía esta… marca en la cara. Como si su piel estuviera hecha de dos tonos distintos. No era una cicatriz normal, sino como… pliegues, ¿me entiendes?

Bryan asiente despacio.

—Al principio pensé que no iba a hablarme. Nadie lo hacía. Pero el primer día en el recreo yo estaba llorando y me habló, me dijo muchas cosas. Desde ahí se sentó a mi lado siempre y me dijo que había escuchado que mi escuela estaba embrujada. —Una pequeña sonrisa aparece en mi rostro—. Quería buscar fantasmas conmigo.

Recuerdo perfectamente la sensación de ese momento: el alivio de que alguien quisiera estar ahí a mi lado.

—Desde entonces siempre estaba conmigo. Caminábamos por los pasillos como si estuviéramos en una misión secreta. Encontrábamos ruidos en las paredes, objetos perdidos en los casilleros… todo era una pista para nosotros.

Por un segundo, olvido que estoy en la cocina de Bryan. Olvido que es de noche. Me quedo atrapada en la imagen de Reese, sonriendo con esa expresión suya, siempre listo para la próxima aventura.

—Él era… diferente —termino en voz baja—. Pero conmigo parecía olvidar que lo era.

Cierro los ojos un instante, como si eso pudiera traerlo de vuelta por completo.

—Recuerdo una tarde —empiezo a decir, casi en un susurro—. Teníamos trece años. Caminábamos por el bosque detrás de mi casa. Era otoño, como ahora. Las hojas estaban tan secas que crujían bajo nuestros pies, y él decía que parecían huesos de fantasmas.

Una sonrisa suave se dibuja en mi cara.

—Ese día hablábamos de todo. De cómo cuando creciéramos íbamos a irnos de este lugar, de lo que haríamos si nos encontráramos un fantasma de verdad. Él siempre decía que no les tendría miedo. Que si un fantasma aparecía, lo invitaría a cenar.

Bryan apoya el codo en la mesa, escuchándome con atención.

—Había algo en él —continúo—. Era… valiente. O al menos lo intentaba. A veces lo veía ponerse nervioso, sobre todo cuando los demás lo miraban demasiado. Pero conmigo se reía. Me hacía sentir que yo no era tan invisible como creía.

Siento un nudo en la garganta, pero sigo hablando.

—Ese día, en el bosque, encontramos una rama caída que parecía una especie de báculo. Reese la levantó como si fuera un cetro y me dijo que yo era la guardiana del lugar. Que teníamos que protegerlo de los intrusos. Me lo tomé en serio. Pasamos la tarde entera caminando entre los árboles, inventando historias de fantasmas y criaturas que vivían ahí.

Me detengo un segundo, recordando el frío de esa tarde, el sonido del viento entre las ramas.

—Al final nos sentamos en una roca grande, uno al lado del otro, mirando cómo caía el sol. Él me dijo que a veces se preguntaba cómo sería tener una vida distinta. Sin las miradas. Sin las preguntas sobre su cara. Sin sentir que todo el mundo estaba esperando que algo saliera mal.

Aprieto las manos sobre la mesa.

—Yo no supe qué decirle. Solo le dije que para mí él ya era distinto, pero de una forma buena. Y entonces me sonrió. Fue la primera vez que sentí que me miraba de verdad. Como si pudiera ver todo lo que yo no decía.

El silencio en la cocina se hace más pesado. Bryan no dice nada, y yo tampoco por varios segundos.

—Lo extraño —admito al final, mi voz apenas audible—. Todos los días, aunque no lo diga.

Lo extraño demasiado pero es mejor así, lejos.

Bryan asiente despacio. —Se nota —dice.

No sé qué responder. Solo me quedo mirando el mantel, con el corazón acelerado, como si Reese pudiera escucharme desde donde esté.

Él no habla y yo solo estoy deseando que Bryan diga algo, cualquier cosa, pero él solo se queda ahí, pensativo.

Un maullido rompe el momento.

Rebelde salta sobre la mesa con esa elegancia que solo tienen los gatos. —Ese gato hace lo que quiere —dice, estirando la mano para acariciarle la cabeza.

—Le queda bien el nombre —respondo, agradecida por el respiro que me da su presencia.

Rebelde se acomoda entre nosotros, como si la mesa fuera su trono y por un segundo todo parece normal, como si no hubiéramos estado hablando de ausencias y fantasmas.




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