Dime La Verdad

30

SCARLETT

Faltan pocos días para el cumpleaños de Bryan y eso se siente extraño.

No porque vayamos a celebrarlo ni nada parecido, al menos no hemos hablado de eso, sino porque ahora parece que todo el mundo lo sabe.

Hoy lo vi hablar con tres chicas diferentes antes del primer período. No es raro que ellas le hablen, pero sí que él les responda. Incluso las hizo reír.

Camino junto a él después de clases. El cielo está de ese gris pálido que anuncia noviembre, como si estuviera a punto de llover. Él lleva las manos en los bolsillos y parece distraído.

— ¿Ya tienes planes para tu cumpleaños? —pregunto, rompiendo el silencio.

Bryan parpadea. — ¿Mi cumpleaños?

—Sí —digo, fingiendo que no me importa demasiado—. Escuché a unas chicas hablar de eso. Pensé que ya habías planeado algo.

—No —responde después de un segundo—. No planeé nada.

No dice más.

Sigo esperando, pero no hay detalles, no hay invitación, ni siquiera un "¿Quieres hacer algo?".

Tal vez sí tiene planes y no quiere decirme.

—Podríamos… —empiezo, pero no termino la frase. No sé si me corresponde ofrecerle algo.

Bryan me mira de reojo. — ¿Tú harías algo?

— ¿Yo? —repito, confundida.

—Para tu cumpleaños —dice, pero noto que me está observando de una manera que me pone nerviosa.

—Supongo —respondo, encogiéndome de hombros—. No lo celebro mucho.

— ¿Y antes? —Pregunta—. ¿Cuándo estabas con…?

No dice el nombre, pero lo sé.

Reese.

—No —miento.

Bueno, no del todo. Algunas veces Reese y yo hacíamos algo pequeño. Ni siquiera era una celebración, más bien pasábamos el día juntos, jugando a lo que fuera que inventáramos ese año.

Bryan asiente, pero su mirada no se despega de mí. — ¿Él te gustaba? —pregunta de golpe.

El corazón me da un salto. — ¿Por qué preguntas eso?

—Curiosidad —responde, pero sé que no es solo eso.

No contesto.

—Nunca me cuentas nada de él —dice Bryan, más despacio, casi en un murmullo—. Como si fuera un secreto.

—Tal vez lo es —respondo, sintiendo ese nudo que siempre aparece cuando alguien se acerca demasiado a esa parte de mi vida.

No volvemos a hablar en todo el camino pero sé que esto no terminó aquí. Bryan está cada vez más cerca de preguntar lo que realmente quiere saber.

Cuando estamos a una cuadra de mi casa, Bryan vuelve a hablar. —No quiero que pienses que soy entrometido —dice, pero su tono suena exactamente a alguien que está a punto de ser entrometido.

—Entonces no lo seas —respondo sin mirarlo.

—Scarlett, ¿por qué no me hablas de él? —insiste.

—Ya te hablé de él —miento, acelerando el paso.

Bryan me sigue. —No, solo me dijiste que eran amigos —dice—. Pero cada vez que lo menciono, actúas diferente.

Me detengo y giro hacia él. — ¿Y qué? —Pregunto, con un nudo en la garganta—. ¿Se supone que tengo que contarte todo?

Él no parece alterarse. —No —dice despacio—. Pero se nota que te importa.

—Claro que me importa —suelto. La voz me sale más fuerte de lo que planeaba—. Era mi amigo.

— ¿Solo tu amigo?

Por un segundo, siento que el aire me falta. ¿Por qué tiene que decirlo de esa forma? Como si supiera algo que yo misma no me atrevo a admitir.

—No es tu asunto —digo finalmente.

Bryan se queda quieto. —Lo es si te lastima —responde Bryan.

— ¿Y quién dice que me lastima? —pregunto, cruzándome de brazos.

—Tú —dice, sin titubear—. Cada vez que lo mencionas, parece que vas a llorar.

Me doy la vuelta.

No quiero que vea mi cara.

—No entiendes nada —susurro.

—Entonces explícamelo —pide, dando un paso hacia mí—. Solo quiero entender.

Cierro los ojos por un segundo. Mi casa está ahí, a pocos metros, y todo lo que quiero es correr hasta mi habitación y cerrar la puerta. Pero no lo hago. — ¿Por qué te importa tanto? —pregunto, girando de nuevo hacia él.

Bryan parece sorprendido por la pregunta, pero no tarda en responder.
—Porque eres mi amiga —dice simplemente.

No sé si eso me alivia o me enoja más. —Pues deja que sea tu amiga a mi manera —respondo.

—Está bien —dice, aunque su expresión dice lo contrario.

Camino hacia mi casa luego de despedirme.

Entro a mi casa sin mirar atrás. No escucho si Bryan dice algo más. Solo cierro la puerta y me quedo apoyada en ella unos segundos.

Dejo la mochila en el suelo y camino hacia mi habitación.

La casa está en silencio, mamá todavía no ha regresado ni mi tía. El piso cruje en el mismo lugar de siempre y por un momento me pregunto si Bryan se quedó en la calle o si ya se fue.

Cuando cierro la puerta de mi habitación, me siento en la cama. Miro alrededor, buscando algo que me distraiga, pero mis ojos se detienen en el pequeño marco que está en mi escritorio.

Es la única foto que tengo de Reese.

Me levanto y la tomo con cuidado. Es una foto vieja, de cuando teníamos doce años. Alguien, probablemente mi mamá en uno de esos días raros en que parecía interesarse en lo que hacíamos, nos tomó la foto afuera, en el patio trasero.

Reese está sonriendo, su sonrisa amplia y algo torcida, con los ojos grandes que siempre parecían ver demasiado. Lleva la gorra que usaba todo el tiempo, la que decía que era su “casco contra fantasmas”. Yo estoy a su lado, con la camiseta arrugada y pantalones deslavados.

Me siento en el suelo, abrazando el marco contra el pecho.

— ¿Dónde estás? —susurro.

Siento que algo se quiebra en mi interior.

Bryan tiene razón: cada vez que pienso en Reese, siento que se me encoge el corazón. Es como si la mitad de mis recuerdos fueran con él. La forma en que me hacía reír cuando todos los demás me miraban raro. Cómo se inventaba historias sobre fantasmas buenos que nos cuidaban por las noches.

Cómo se quedaba conmigo en la oscuridad de la noche.

Cierro los ojos. Las lágrimas se me acumulan en los ojos y no las detengo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.