PASADO
— ¡Scarlett!
El sonido es tan fuerte que incluso los pájaros en las ramas cercanas levantan vuelo. Scarlett da un respingo y se separa de Reese de golpe, el beso todavía ardiéndole en los labios.
El chico se queda quieto, sin saber si debe retroceder o interponerse.
El abuelo emerge entre los árboles, su figura alta proyectando una sombra alargada que los cubre a ambos. Su respiración es pesada, no solo por la caminata sino por la rabia evidente.
Scarlett siente el estómago apretársele como si alguien lo hubiera amarrado con una cuerda.
Como las veces cuando ese hombre la ataba con cuerdas en las piernas y la dejaba así como castigo.
—Levántate —ordena, su voz tan áspera que parece raspar el aire.
Ella obedece lentamente, con el corazón golpeándole el pecho. Apenas está de pie cuando él la agarra del brazo con una fuerza que le deja los dedos marcados en la piel.
Scarlett se retuerce. — ¡Suéltame! —exclama, su voz temblorosa.
— ¡Cállate! —gruñe é y sin dudarlo, la golpea en el rostro.
No es nada nuevo para ellos, Scarlett ha recibido muchos golpes por parte de él, todos desquitándose las malas decisiones de la progenitora de Scarlett.
La cachetada llega tan rápido que Scarlett ni siquiera alcanza a apartar la cara. El golpe suena seco, resonando en el bosque y la mejilla le arde al instante. El zumbido en su oído es tan fuerte que por un segundo casi no escucha nada más.
Reese se queda paralizado.
Su mente le grita que haga algo, que la defienda, pero sus piernas parecen clavadas al suelo. Solo logra dar un paso hacia adelante cuando la ve tambalearse.
— ¡Eres igual que tu madre! —Escupe el abuelo, su rostro deformado por la ira—. Una vergüenza para esta familia.
Scarlett aprieta la mandíbula para no llorar. No va a darle ese gusto.
Reese por fin da otro paso. —Déjela en paz —dice y aunque su voz suena baja, está llena de valentía.
El abuelo gira hacia él y lo observa de arriba abajo, como si evaluara si vale la pena molestarse en golpearlo.
Luego se ríe, una carcajada seca y cruel. — ¿Y tú quién eres? ¿El novio? —Se burla—. Mira esa cara, ¿Acaso no pudiste al menos encontrarte un niño decente? Si te embaraza tus hijos saldrán más feos que tú, Scarlett.
Reese traga saliva pero no retrocede. —No la toque —responde, esta vez con más firmeza.
El abuelo sonríe, pero no es una sonrisa amable. Es fría, peligrosa. En un segundo lo empuja con tal fuerza que Reese cae de espaldas, el impacto sacándole el aire.
Scarlett grita. — ¡No!
Pero no es suficiente.
El abuelo le da una patada en el costado a Reese, que se encoge en el suelo, protegiéndose con los brazos. El dolor le corta la respiración.
Otra patada.
Otra más fuerte.
Un hueso cruje.
Reese siente que su cuerpo se rompe en dos.
Reese se pregunta por medio segundo si este dolor es el que sentía su pequeño cuerpo con sus padres biológicos.
Scarlett corre hacia ellos, el corazón y se interpone, empujando al abuelo con todas sus fuerzas.
Scarlett empuja al abuelo con tanta fuerza que sus manos quedan rojas. Él da medio paso atrás, sorprendido de que se atreviera siquiera a tocarlo.
Sus ojos se vuelven dos brasas encendidas.
— ¡Si lo sigues pateando le diré a todos que revisen la casa abandonada! —grita ella, la voz temblorosa.
El silencio que sigue es tan espeso que hasta los insectos parecen callar. El abuelo se queda inmóvil, mirándola con una expresión que pasa del enojo a algo más.
Por un segundo parece que va a volver a golpearla, pero sus manos se quedan rígidas a los costados.
—No sabes de lo que estás hablando —dice despacio.
Ella da un paso hacia atrás, pero no baja la mirada. No puede. Si lo hace, pierde. —Sí sé —responde, y aunque su voz es baja, cada palabra le quema la garganta—. Yo te vi, te he visto por años llegar con manchas y te he visto ir a ese lugar, esos viajes… siempre traías bultos y no creo que sean animales.
Reese, que hasta ahora se ha mantenido en el suelo, la mira confundido. Su mente corre intentando entender qué significa eso.
¿Qué vio?
¿Qué hay en esa casa?
Scarlett no le devuelve la mirada. Mantiene los ojos en el abuelo, que respira hondo como si estuviera conteniéndose de explotar.
Finalmente, él suelta un bufido y se aleja un paso, luego otro. —No repitas eso nunca —gruñe—. No sabes lo que dices.
Scarlett no responde. Se queda quieta, con las manos apretadas en puños. Siente que todo su cuerpo tiembla, no solo de miedo sino de rabia.
El abuelo se da la vuelta y se marcha lentamente, pero no sin antes lanzarles una última mirada. —Y tú —le dice a Reese sin siquiera girar la cabeza—. No te le acerques jamás a ella o si no, yo mismo la mato con mis propias manos.
Cuando su silueta desaparece entre los árboles, Scarlett deja salir un suspiro tembloroso y se desploma de rodillas al suelo. Sus hombros suben y bajan, tratando de contener las lágrimas, pero no puede más.
Reese se arrastra hasta ella y se arrodilla a su lado. —Scarlett… —hay sangre, hay dolor por todas partes.
Ella no lo mira. Sus manos están cubriéndose la cara, como si quisiera borrar lo que acaba de pasar. Reese duda un segundo antes de ponerle una mano en la espalda.
— ¿Qué fue eso? —pregunta.
Scarlett baja las manos, sus ojos enrojecidos pero secos. —No me preguntes Reese, no puedo decirte. Solo… tengo que llamar a tus padres o a alguien, mira que te hizo.
Scarlett rompe en llanto.
Reese intenta tomar su mano pero ella se aparta, se levanta y camina en dirección a la casa de Reese, no sin antes voltear a verlo una vez más.
Reese siente lagrimas acumularse por esa última mirada. Algo en ese momento les dijo que jamás podrían volver a ser ellos. Su hogar, ellos juntos, se había derrumbado.
Reese ya no podía estar cerca de Scarlett, o sino, ese hombre quien siempre le pareció frio y serio, va a dañarla. Ya lo ha hecho, ahora lo entiende.