Dime La Verdad

36

BRYAN

Han pasado tres días desde que Scarlett me contó todo. Tres días desde que vi sus manos temblar mientras hablaba de su abuelo. Desde que escuché por primera vez que su abuelo fue capaz de golpear a una niña y dejar a su amigo en el hospital.

Y no dejo de pensar en eso.

Cada vez que cierro los ojos, la imagino con el labio roto o con las mejillas enrojecidas de un golpe. Imagino a ese hombre gritándole. Imagino a Reese en el suelo. No lo conozco de verdad, pero puedo verlo. Veo la escena en mi cabeza como si hubiera estado ahí.

No debería afectarme tanto. Supongo que es porque Scarlett nunca me había dejado ver tanto de ella como esa vez. O porque nunca nadie me había contado algo tan brutal.

Es de noche y estoy en mi cuarto, mirando el techo.

Mi tío duerme y todo está en silencio. Debería dormir yo también. Mañana tengo clases y hay un examen de biología que no estudié. Pero no tengo sueño.

El celular vibra a un lado de la cama.

Por un segundo, pienso que es Scarlett. Ella no me escribe mensajes realmente, solo hablamos en persona.

Pero no es Scarlett. Es un número desconocido.

Frunzo el ceño y lo abro.

Desconocido: ¿Cómo conoces a Scarlett?

El corazón me da un salto.

No es cualquier mensaje. No es cualquier persona.

Reese.

Me incorporo en la cama de golpe.

No sé qué contestar al principio. Paso la mano por mi cara, respiro profundo y escribo:

Yo: Soy su compañero de clases.

El “visto” aparece casi de inmediato.

Reese: ¿Qué dicen de ella?

Tardo unos segundos en responder.

Yo: No sé qué dicen de ella contigo, pero si es algo malo, es mentira.
Yo: Ella no hizo nada.

La burbuja de “escribiendo” aparece, desaparece, vuelve a aparecer.

Reese: La extraño.

Trago saliva.

Yo: Ella también te extraña. Aunque no lo diga.

No hay respuesta esta vez. Miro el celular unos minutos más, pero el “escribiendo” no vuelve.

Apago la pantalla y me quedo sentado en la cama, sintiendo el corazón latir con fuerza.

No debería estar tan nervioso. Solo fueron unos mensajes. Pero algo en la forma en que escribió “la extraño” me dejó con un nudo en el pecho.

Me acuesto de nuevo, pero sé que no voy a poder dormir.

La mañana me levanto con los ojos pesados, como si no hubiera dormido nada. Probablemente no dormí nada. Me paso el desayuno entero mirando mi celular, esperando que Reese vuelva a escribir, pero no pasa.

En el camino a la escuela trato de convencerme de que no importa. Fue solo un par de mensajes. No es como si ahora fuéramos amigos. Pero lo que dijo… “la extraño”.

Es lo único que se repite en mi cabeza.

Cuando llego al pasillo, la veo apoyada en su casillero. Sus manos sostienen un libro, pero no parece estar leyendo. Solo está ahí, quieta.

—Hola —digo, intentando sonar normal.

Ella levanta la mirada y asiente. —Hola.

Caminamos juntos hasta el salón. Por alguna razón siento que el aire está más tenso que otros días. Tal vez soy yo. Tal vez es que sigo con la culpa metida hasta los huesos por lo de la fiesta y por no haberle contado nada.

Durante la primera clase casi no me habla. Y no es como si Scarlett hablara demasiado normalmente, pero hoy parece más distante. Está tan callada que me empieza a molestar.

En el receso, no aguanto más.

— ¿Tú hablas con Reese? —suelto de golpe, mientras ella abre su lonchera.

Scarlett frunce el ceño. — ¿Qué?

—Si hablas con él. —Me siento en el suelo de las escaleras, frente a ella.

Ella levanta la mirada. —No. No he hablado con él en… —piensa un momento— en años.

La miro, intentando descubrir si miente, pero parece sincera.

— ¿Por qué? —pregunta ella.

Me encojo de hombros. —Solo tenía curiosidad.

— ¿Por qué de pronto tienes curiosidad por alguien que ni conoces? —suena un poco molesta.

No sé qué contestar sin que suene raro. —No sé. Desde que me contaste eso me preguntaba si habían hablado.

Scarlett me observa unos segundos y luego vuelve a su comida. —Pues es así, no nos vimos más.

Hay algo en su expresión que me hace considerar en decirle lo de los mensajes.

No sé si es porque no quiero darle esperanzas, o porque tengo miedo de lo que pueda pasar si se entera.

El resto del día pasa lento. Siento que Scarlett está ahí, pero lejos. Incluso cuando salimos juntos del salón para ir a casa, ella camina con pasos cortos, como si no quisiera que la alcance.

—Scarlett —digo al fin, deteniéndome—, ¿pasa algo?

—No —responde, sin detenerse.

Quiero insistir, quiero decirle que tengo algo que contarle, pero no lo hago. En cambio, camino en silencio hasta que llegamos a la esquina de su casa.

Nos despedimos rápido y me quedo viéndola entrar.

Solo cuando desaparece detrás de la puerta, saco el celular y abro la conversación de anoche. La última palabra sigue ahí, fija, mirándome.

“La extraño.”

Me paso la mano por el cabello y siento un cosquilleo en el estómago.

No debería seguir escribiéndole. No debería, pero sé que lo voy a hacer.

Esa noche estoy tirado en la cama, el celular sobre el pecho mientras me debato si hacerlo o no hacerlo.

No debería, pero abro la conversación. Me quedo mirando la pantalla hasta que los dedos empiezan a moverse solos.

Yo: “¿Estás despierto?”

No espero respuesta inmediata, pero vibra casi enseguida.

Reese: “Sí. No duermo mucho.”

No sé qué decir. Paso un minuto mirando el teclado hasta que escribo:

Yo: “He estado pensando en Scarlett.”

Tardo en enviar el mensaje, pero lo envío. El visto aparece rápido.

Reese: “Yo pienso en ella todos los días. ¿Cómo está?”




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