Dime La Verdad

43

SCARLETT

El auto se detiene frente a una casa que luce común, como las demás.

No me atrevo a moverme al principio. Me quedo mirando la fachada desde el asiento, como si al observar el exterior pudiera adivinar qué voy a sentir al ver lo que hay adentro. Bryan apaga el motor y el silencio que queda es tan grande que escucho mi propio pulso en los oídos.

—Es aquí —dice como si no lo supiera ya.

Asiento, pero no abro la puerta. Mis manos están heladas y se me hace difícil soltar el cinturón de seguridad.

Bryan me mira, pero no me apura. Agradezco que no lo haga.

—Scarlett —la voz de Bryan me saca del bucle en el que estaba—. Podemos regresar si quieres.

Niego despacio. —No —respondo—. Ya estamos aquí.

Salgo del auto y el aire frío me golpea en la cara.

Bryan rodea el auto y se detiene junto a mí. Por un segundo, no parece el chico que conocí hace semanas, el que siempre parecía estar en otra parte. Parece alguien que ha estado aquí antes, que sabe lo que es sentir que el pasado te arrastra hacia atrás.

— ¿Lista? —pregunta.

—No —digo con absoluta honestidad.

Él sonríe. —Yo tampoco.

Camino a su lado hasta la puerta. Cada paso hace más fuerte esa sensación de vértigo en el estómago. Me pregunto si Reese cambió. Si va a reconocerme.

Si va a querer reconocerme.

Bryan levanta la mano y toca el timbre. El sonido resuena por toda la casa y me eriza la piel. El silencio que sigue es peor que el timbre mismo.

Pienso en todas las veces que imaginé este momento. No en detalle, pero sí como una idea lejana que me dolía en el pecho.

Imaginé verlo de lejos en la calle, en un supermercado, en cualquier parte.

Imaginé que me saludaba, que me sonreía, que me decía que no me odiaba.

Nunca imaginé estar aquí, de pie frente a su casa, mientras mi mejor amigo espera a mi lado.

Mis dedos buscan el borde de mi manga y lo retuercen sin darme cuenta. Quiero decir algo, pero no encuentro nada que no suene estúpido.

Los segundos se hacen eternos. Escucho pasos al otro lado de la puerta y mi corazón se acelera tanto que siento que voy a desmayarme. Bryan no dice nada, pero noto que se pone un poco más recto, como si quisiera protegerme de lo que sea que venga.

El pomo de la puerta gira. La madera cruje.

Y la puerta se abre y el aire se me atora en la garganta.

Es él.

No tengo que pensarlo. No necesito confirmarlo. Mi cuerpo lo sabe antes que mi mente pueda poner las piezas en su lugar.

Reese.

El mundo se detiene en un segundo. Mis ojos recorren su rostro antes de que pueda detenerme. Lleva gafas, unas sencillas de armazón oscuro que no recuerdo haberle visto jamás. Su cara es la misma y no lo es. Los pliegues que siempre tuvo alrededor de la nariz y la boca siguen allí, más marcados, como si el tiempo los hubiera profundizado. Se ven distintos, no porque él haya cambiado sino porque yo lo veo de otra manera.

Más mayor.

Más real.

Mi primera reacción no es alegría, es miedo. Un miedo tan profundo que me deja clavada al suelo. Porque verlo de nuevo significa que todas las historias que inventé sobre él en mi cabeza, todas las disculpas que nunca pude darle, todas las veces que pensé en lo que debí hacer… ya no son solo pensamientos. Son algo que tengo que enfrentar.

Reese parpadea y por un segundo parece igual de sorprendido que yo. Sus ojos se mueven hacia Bryan, luego regresan a mí. Hay algo en su mirada que no logro descifrar.

—Scarlett —dice mi nombre como si tuviera que asegurarse de que es real.

Siento que mi corazón golpea tan fuerte que podría romperme las costillas. No digo nada. No puedo. Tengo miedo de abrir la boca.

Mis manos tiemblan. No sé si dar un paso atrás o correr hacia él.

Reese baja la vista un instante, como si necesitara comprobar que no está soñando. Y luego, de repente, sonríe. No es una sonrisa completa, es una de esas sonrisas que parecen contener lágrimas.

—Viniste —susurra.

Esas dos palabras me atraviesan el pecho. No esperaba que sonaran así, tan suaves, tan llenas de algo que no puedo definir. No esperaba que me dolieran.

Siento cómo las lágrimas me suben de golpe, calientes y pesadas, y me arden en los ojos antes de que pueda detenerlas.

Bryan da un paso atrás, dejándonos espacio, y yo lo único que puedo hacer es avanzar. Mis piernas se mueven antes de que mi mente lo decida.

Reese abre los brazos y cuando me acerco, me envuelve en ellos como si nunca hubiéramos estado lejos.

El olor de su camiseta me resulta extraño y familiar al mismo tiempo, y eso es lo que finalmente me quiebra. Las lágrimas empiezan a caer sin control. Apoyo la frente contra su hombro y siento que él me aprieta un poco más fuerte, como si también tuviera miedo de que me deshiciera entre sus manos.

No digo nada todavía. No hay palabras suficientes. Solo me quedo ahí, sintiendo que por fin el peso que he cargado por años empieza a soltarse, muy despacio, con cada respiración que compartimos en ese abrazo.

—No sabes cuántas veces pensé en esto —murmuro apenas, con la voz quebrada.

—Yo también —responde él, tan bajito que parece un secreto solo para mí.

Nos separamos despacio, con cuidado, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper el momento. Reese parpadea varias veces, limpiándose una lágrima que no llega a caer.

—Supongo que tú eres Bryan —dice entonces, girándose hacia él por primera vez.

Bryan asiente, un poco incómodo pero manteniendo la calma. —Sí.

Reese lo observa unos segundos más de lo necesario. —Gracias por traerla —dice finalmente.

Bryan no responde con palabras, solo inclina la cabeza. Puedo ver en su expresión algo que se parece a respeto.

Es extraño, pero por primera vez los dos extremos de mi vida, mi pasado con Reese y mi presente con Bryan están en el mismo lugar y no parece que choquen.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.