Dime La Verdad

44

BRYAN

Scarlett juega con las mangas de su suéter y de pronto suelta una risa nerviosa. —Es raro —dice, mirándonos—. Nunca pensé que estaría aquí, con ustedes dos.

Me quedo viéndola, confundido. — ¿Por qué raro?

Scarlett se encoge de hombros. —Porque ustedes son… —hace un gesto con las manos, como si pudiera dibujarlo en el aire— mis dos amigos. Nunca creí que los tendría en el mismo lugar, hablando.

Reese levanta una ceja. — ¿Así de importante soy? —pregunta, en broma, pero la forma en que la mira es diferente.

Scarlett rueda los ojos, aunque sonríe. —Sí, pero no dejes que se te suba a la cabeza.

Yo no digo nada por un momento, solo los miro. Hay algo extraño en esta escena: Scarlett, la chica que se sienta sola al fondo del salón, que guarda su historia como si fuera un secreto nuclear, ahora está aquí, riéndose. Conmigo. Con él.

—No pensé que fueras a reírte hoy —termino diciendo y su risa se detiene un segundo, pero me sonríe.

—Yo tampoco —admite, bajando la mirada.

Reese se estira en el sofá y nos observa. —Supongo que te debo las gracias —dice, mirándome a mí—. Por traerla.

No sé qué contestar, así que solo asiento. —Era lo correcto —respondo.

Scarlett me mira un segundo más de lo necesario, como si quisiera decir algo pero no lo hace. Solo respira y se recuesta contra el respaldo del sillón, como si al fin pudiera relajarse un poco.

La mamá de Reese regresa con una bandeja de tazas humeantes. Reese se levanta para ayudarle y yo me quedo observando cómo Scarlett toma la suya con ambas manos.

Por un momento no pienso en Kian, ni en los problemas con mis padres, ni en mi hermana. Pienso en que Scarlett se ve tranquila.

Y eso ya es suficiente para que valiera la pena todo el viaje.

—Brindemos —dice Reese, levantando su taza de té.

— ¿Por qué? —pregunta Scarlett, divertida.

—Por lo que sea —responde él, con una media sonrisa—. Porque estamos aquí.

Scarlett levanta su taza y yo hago lo mismo. No parece gran cosa, pero cuando las tres tazas se chocan suavemente, me dan ganas de sonreír.

Reese parece recordar algo y se endereza en el sofá. —Ah, casi lo olvido. Tengo un perro —dice, como si acabara de acordarse de contar algo importante.

Scarlett parpadea. — ¿Un perro?

Él asiente, un poco orgulloso. —Está en la parte de atrás. Hay techo, no te preocupes. Pero le gusta estar afuera más que adentro. Es… raro.

Scarlett sonríe, con esa expresión suave que le sale cuando algo realmente le gusta. — ¿Cómo se llama?

—Finn. Lo adoptamos hace un año. Antes de eso era de un refugio. —Reese mira hacia el patio—. Si quieren después se los enseño, aunque con esta lluvia probablemente esté todo embarrado.

Scarlett se ríe bajo. —No me importa.

—A mí tampoco —digo.

— ¿Tú tienes mascota? —pregunta curioso.

No puedo evitar sonreír. —Sí. Bueno, más o menos. Scarlett y yo encontramos un gato hace unas semanas, cuando volvíamos de la escuela.

Scarlett asiente y parece que la memoria la hace sonreír. —Era un desastre. Bryan dijo que no lo llevaría a su casa, pero al final lo hizo.

—Rebelde —añado.

Reese frunce el ceño. — ¿Así le pusiste?

—Sí —contesta Scarlett por mí—. Porque no hacía caso, ni siquiera cuando le ofrecías comida.

Reese se ríe. —Me gusta. Suena como un gato con personalidad.

Scarlett se encoge de hombros. —Ahora ustedes dos son amigos. Y yo soy… la tercera.

Su broma suena ligera, pero hay algo en su mirada que me dice que no está del todo bromeando. —No eres la tercera —le digo, sin pensarlo mucho.

—Exacto —añade Reese—. Si lo piensas bien, tú eres la razón por la que estamos aquí.

Scarlett baja la vista, pero no puede evitar que la sonrisa se le escape. —Supongo que sí.

La mamá de Reese nos deja otra jarra de té y dice que el clima va a empeorar, que probablemente la tormenta dure toda la tarde. Y tiene razón: afuera el cielo se ve como si alguien lo hubiera pintado con carbón, y la lluvia golpea con más fuerza el techo del porche.

Por un momento no hablamos.

Solo escuchamos la lluvia. Y es raro lo tranquilo que se siente. Como si estuviéramos flotando en una burbuja, lejos de la escuela, de los rumores, de las cosas que duelen.

Scarlett se levanta y camina hasta la ventana. Reese la observa desde el sofá, pero no dice nada. Yo sigo su mirada y noto cómo sus hombros se relajan.

—Me gusta este sonido —dice Scarlett, casi para sí misma.

—A mí también —respondo, porque en serio lo pienso.

Reese se levanta y se acerca también. —Finn debe estar feliz ahora mismo. Le encanta cuando llueve.

Scarlett lo mira de reojo.

Yo me quedo detrás de ellos, viendo la escena. La tormenta es cada vez más intensa, pero de algún modo, aquí adentro se siente cálido.

Scarlett y Reese siguen junto a la ventana, uno al lado del otro. No están tan cerca como para tocarse, pero la forma en que están parados me hace sentir que el aire entre ellos es diferente.

Scarlett cruza los brazos, Reese la mira, pero no dice nada. Solo está ahí, expectante, como si también estuviera esperando a que ella hablara primero.

Yo me quedo en el sofá, fingiendo que estoy interesado en el té de la mesa, pero en realidad no puedo dejar de mirarlos. La tensión es tan palpable que parece que el aire en la sala se volvió más pesado.

Scarlett respira profundo y se pasa una mano por el cabello. Reese frunce el ceño, como si quisiera decir algo y no se atreviera.

Me recargo en el respaldo y miro el techo, sintiendo ese pequeño pinchazo en el pecho que me da cuando sé que ya no soy el centro de algo. No me molesta, no de una manera mala, pero es extraño.

Me recuerda que esta historia no empezó conmigo.

En ese momento, la mamá de Reese entra en la sala. Trae una toalla en la mano y nos mira a los tres. Es rápida para notar el ambiente, se detiene un segundo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.