Dime La Verdad

46

BRYAN

Las ventanas están empañadas y aunque las luces de la casa hacen que todo parezca cálido, puedo sentir que afuera la tormenta es más intensa de lo que esperábamos.

Scarlett está sentada en el sofá, jugando con el borde de la manga de su suéter, como si estuviera pensando en algo importante.

Reese está en el piso, apoyado contra la mesa de centro, acariciando a su perro, que entró hace unos minutos sacudiéndose el agua.

Yo miro mi celular un segundo, revisando el clima, y niego con la cabeza.
—Va para largo —digo, guardando el teléfono de nuevo—. Creo que tendremos que esperar a que se calme un poco para poder regresar.

Scarlett me mira, y aunque no dice nada, sé que está pensando lo mismo que yo: es tarde, está lloviendo y el viaje de regreso no es precisamente corto.

La mamá de Reese aparece en el umbral. — ¿Qué tan lejos viven? —pregunta, mirándonos a los dos.

—Unas dos horas y media —respondo, haciendo un gesto vago—. Si la tormenta baja, podríamos salir en un par de horas.

Ella frunce el ceño. —No me gusta la idea de que conduzcan con este clima. La carretera puede ser peligrosa si sigue lloviendo así.

Scarlett se endereza un poco en el asiento, como si quisiera protestar, pero la mamá de Reese ya está sacudiendo la cabeza.

—No. De verdad, no me parece seguro. Pueden quedarse aquí. Tenemos espacio. Solo avisen a sus padres para que no se preocupen.

Siento la mirada de Scarlett antes de verla. Cuando levanto los ojos, ahí está: esa expresión suya que mezcla incomodidad y un poco de culpa. No hace falta que digamos nada, porque los dos sabemos la verdad.

Ninguno de nuestros padres está tan interesado en saber dónde estamos.

Yo respiro y asiento despacio. —Sí… podemos avisar.

Scarlett asiente también, aunque noto que aprieta las manos sobre sus rodillas.

Reese parece captar algo de la tensión y se incorpora. —Tenemos dos habitaciones de huéspedes vacías —dice, sonriendo como si quisiera aliviar el ambiente—. Pueden elegir la que quieran.

Scarlett lo mira, y por un segundo parece relajarse un poco. —Gracias —murmura.

El perro de Reese apoya la cabeza en mi pierna y lo acaricio automáticamente, como si eso me ayudara a pensar.

Quedarme aquí no me molesta. De hecho, me gusta ver a Scarlett tranquila, verla hablar con Reese como si por fin pudiera respirar.

Pero hay algo extraño en esta sensación, como si el destino nos hubiera empujado a quedarnos. Afuera, los truenos resuenan de nuevo, más fuertes, y la casa parece vibrar un poco con el sonido. Scarlett se abraza a sí misma y yo me muevo para sentarme a su lado.

—No es tan malo —le digo en voz baja—. Podrías considerarlo… no sé, como una especie de viaje de cumpleaños extendido.

Ella suelta una risa nerviosa y asiente. —Supongo que sí.

Reese nos mira a los dos, curioso, pero no dice nada. La tormenta golpea más fuerte y por un instante, la casa se queda en silencio excepto por la lluvia.

Siento que este es uno de esos momentos que vamos a recordar después, no importa lo que pase mañana.

Reese se queda callado por un momento, mirándome primero a mí y luego a Scarlett.

Sus ojos se agrandan un poco. —Espera… —dice, sonando sorprendido—. Hoy es tu cumpleaños, ¿cierto?

Scarlett abre los ojos y parece que se había olvidado por completo.
—Sí —responde, casi en un susurro—. Bueno… sí.

Reese sonríe, una sonrisa amplia que no le había visto en toda la tarde, y de inmediato se pone de pie para abrazarla. Scarlett parece aturdida por el gesto, pero no se aleja, al contrario, deja que la envuelva con los brazos y suelta una pequeña risa nerviosa.

Yo me quedo mirándolos, un poco sorprendido por lo natural que se sienten juntos. Es como si el tiempo que estuvieron separados no hubiera existido. Parte de mí se siente extraña, como si fuera un intruso en algo muy personal, pero otra parte se alegra de ver que Scarlett está tan cómoda con él.

La mamá de Reese se asoma de nuevo desde la cocina. — ¿Cumpleaños? —Pregunta, y cuando Scarlett asiente con una tímida sonrisa, ella chasquea la lengua—. ¡Pero eso hay que celebrarlo! Esperen un momento.

Sin darnos tiempo de protestar, se pierde en la cocina. Reese se sienta de nuevo, todavía sonriendo.

—No puedo creer que justo viniste hoy —dice—. Es como si el universo quisiera que esto pasara.

Scarlett se muerde el labio y baja la mirada, claramente conmovida.
—No estaba segura de venir… pero Bryan insistió —dice.

Yo levanto los hombros. —Solo quería que tuvieras un cumpleaños diferente.

Antes de que alguien diga algo más, la mamá de Reese regresa con un plato lleno de pastelillos de vainilla, cada uno con una pequeña vela encima. Reese ayuda a encenderlas mientras la luz de las llamas ilumina el espacio con un brillo suave.

—No es un pastel de cumpleaños oficial, pero sirve, justo los compré ayer y ya tenía estas velas guardadas, me gusta estar siempre preparada para cualquier situación —dice ella, sonriendo.

Todos empezamos a cantar. Reese aplaude y le ofrece el primer pastelillo, y Scarlett lo toma entre las manos con cuidado.

— ¿Quieres decir algo? —pregunta Reese.

Scarlett nos mira a los dos, y por un segundo parece dudar.

Luego asiente. —Sí —dice en voz baja—. Quiero decir que… no pensé que iba a tener algo así este año. Ni siquiera pensé que alguien se iba a acordar de mi cumpleaños. Pero estoy aquí, con mis dos únicos amigos —mira primero a Reese y luego a mí—, y creo que son los mejores amigos que cualquiera podría querer.

Scarlett muerde el pastelillo y suelta una pequeña risa.

—Gracias —susurra—. De verdad.

Nos quedamos ahí, en silencio unos segundos, escuchando la lluvia afuera, como si todo se hubiera detenido para darnos este pequeño momento.

Después de comer los pastelillos, la conversación empieza a fluir con más naturalidad. Reese se reclina en el respaldo del sillón, Scarlett se sienta un poco más cerca de mí que antes.




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