REESE
Toco la puerta suavemente con los nudillos antes de asomarme.
Scarlett está sentada en la orilla de la cama de la habitación de huéspedes, con las manos entrelazadas sobre las rodillas. La lámpara de la mesa de noche la ilumina de forma suave y por un segundo, me quedo quieto en el marco de la puerta.
—Te traje otra manta —digo al fin, mostrando la tela gris doblada entre mis brazos.
Ella sonríe de lado. —Gracias.
Entro y cierro la puerta con cuidado.
La lluvia golpea con más fuerza el techo de lámina en el patio, y el sonido se filtra hasta aquí. Le entrego la manta y cuando nuestras manos se rozan, mi corazón pega un salto.
—Todavía está helado afuera —murmuro, sin soltarla del todo.
Scarlett asiente y la coloca sobre sus piernas, pero no aparta la mirada de mí. Me siento en la silla que está frente a la ventana, aunque no estoy mirando hacia afuera.
Estoy mirándola a ella.
Es la misma Scarlett de hace años y al mismo tiempo no lo es. Está más alta, su cabello es más largo y su expresión es más seria. Pero hay algo en su mirada que sigue siendo la misma niña que me enseñó a trepar al árbol del patio para escapar cuando todo se ponía difícil.
— ¿En qué piensas? —pregunta ella en voz baja.
—En ti —respondo sin pensarlo.
Sus mejillas se tiñen de rojo y se ríe nerviosa, como si no supiera qué hacer con mis palabras.
—Scarlett… —empiezo—. Esta noche es importante para mí. No solo porque viniste, sino porque… porque puedo verte así. Bien. Libre.
Ella baja la mirada, y por un instante temo haber dicho demasiado. Pero cuando vuelve a mirarme, hay brillo en sus ojos.
—Siempre pensé en ti —susurra—. Incluso cuando no podía hablar de lo que pasó, incluso cuando todos me veían como si fuera culpable.
Me pongo de pie antes de pensarlo demasiado y me siento a su lado en la cama. El colchón se hunde un poco y nuestras rodillas se tocan. Siento el calor de su piel incluso a través de la tela.
—Quiero que sepas —le digo despacio—, que nunca dejé de ser tu amigo. Ni un solo día.
Scarlett traga saliva y sonríe, pero es una sonrisa temblorosa. —Yo tampoco.
Nos quedamos en silencio, solo escuchando la lluvia. Mi mano se mueve por instinto hasta tomar la suya. Ella no se aparta. La presión en mi pecho se convierte en algo cálido, casi doloroso.
—Scarlett… —susurro otra vez, inclinándome un poco hacia ella.
Ella parpadea, sorprendida por la cercanía, pero no retrocede. Y entonces, como si el momento se hubiera estado preparando toda la noche, me acerco despacio.
Le doy tiempo para apartarse si quiere, pero no lo hace.
Nuestros labios se encuentran en un beso lento, diferente al de la sala. Este no es solo reencuentro. Es promesa. Es hogar.
Ella coloca la manta a un lado para poder acercarse más y mi mano se desliza hasta su mejilla, sosteniéndola con cuidado, como si fuera algo frágil. El mundo afuera podría caerse a pedazos con la tormenta, y no me importaría.
Nos separamos apenas para tomar aire, pero nuestras frentes se quedan juntas.
—Siempre quise hacer esto sin miedo —dice ella en un hilo de voz.
—Entonces hazlo —le respondo—. Nadie puede lastimarte ahora.
Scarlett sonríe, y en ese momento, sé que no hay lugar en el mundo en el que preferiría estar.
Scarlett todavía tiene los ojos cerrados, su respiración es rápida, como si no quisiera que esto terminara. Yo tampoco quiero. La lluvia afuera sigue golpeando con fuerza el techo, como un aplauso constante que parece empujarnos a quedarnos en este instante.
Vuelvo a besarla, esta vez un poco más despacio, saboreando el momento. Scarlett se acomoda en la cama, quedando de lado para poder acercarse más, y yo instintivamente paso un brazo por su espalda. La siento temblar un poco, pero no es de frío.
Su cabello roza mi mejilla y huele a algo que no sé describir, tal vez a jabón. Es un aroma limpio, cálido, que me hace querer quedarme aquí para siempre.
—Reese —susurra contra mis labios, y escuchar mi nombre en su voz me corta la respiración.
— ¿Sí? —respondo en un murmullo.
Ella se separa apenas para mirarme, sus ojos brillan por la luz de la lámpara. —No quiero que esto termine.
Sonrío, y mi pulgar acaricia su mejilla. —No tiene que terminar.
La acerco un poco más, hasta que su frente toca mi hombro y yo puedo sentir cómo suspira, relajándose en mis brazos.
—Scarlett —digo suavemente—. Siempre soñé con el día en que pudiera verte así.
Ella levanta la cabeza solo un poco y vuelve a besarme. Es un beso más largo, más seguro. Mis manos se quedan quietas en su espalda, dándole espacio para decidir hasta dónde llegar. Scarlett es la que se mueve, la que se inclina hacia mí, la que se deja caer en mi regazo, como si hubiera estado hecha para encajar ahí.
Nos reímos, sin razón aparente, solo porque el momento se siente demasiado perfecto. La tormenta sigue afuera, pero aquí hay calor.
Sus dedos se enredan con los míos, y noto cómo su respiración empieza a calmarse.
—Eras mi persona favorita cuando éramos niños —me confiesa en voz baja.
—Y tú eras la mía —le digo sin dudarlo.
Scarlett sonríe contra mi pecho, y yo beso su frente antes de dejar que se acomode completamente en mi brazo. No sé cuánto tiempo nos quedamos así, solo escuchando la lluvia.
Por primera vez en mucho tiempo, siento que las piezas encajan.
Que ella y yo no somos solo dos niños intentando sobrevivir, sino dos personas que, a pesar de todo, encontraron el camino de vuelta.
Después de un rato, ella murmura: — ¿Recuerdas cuando intentamos escapar por la ventana de la cocina?
No puedo evitar reír. —Sí. Y terminamos cayendo en la tierra porque la escalera era más corta de lo que pensamos.
Scarlett también se ríe, tapándose la boca. —Nos regañaron tanto ese día.
—Pero valió la pena. Solo queríamos ver el cielo sin que nadie nos gritara. —Paso mi mano por su cabello, lentamente, como si pudiera borrar los recuerdos feos y quedarnos solo con los buenos—. Ese día pensé que éramos invencibles.