BRYAN
Camino por el pasillo, en silencio para no despertar a nadie más. Paso frente a la habitación donde se quedó Scarlett y toco la puerta antes de abrirla un poco.
Lo primero que veo es a Scarlett y Reese, dormidos sobre la cama, cubiertos con una manta. Ella tiene la cabeza apoyada en su hombro y él la sostiene.
Suspiro. No es que me moleste, pero si la mamá de Reese los encuentra así, seguro va a haber un sermón.
—Oigan —susurro, entrando despacio—. Hora de levantarse, Romeo y Julieta.
Scarlett parpadea somnolienta y se incorpora apenas, frotándose los ojos. Reese se queda quieto unos segundos más antes de sentarse.
—¿Qué hora es? —pregunta Scarlett, la voz aún ronca de sueño.
—Hora de que parezcan inocentes —bromeo, señalando la puerta—. Su mamá podría entrar en cualquier momento.
Scarlett se sonroja, toma la manta y la acomoda rápido. Reese solo se pasa una mano por el cabello despeinado y sonríe con sueño.
—Tranquilo —dice él—, no pasó nada.
—Lo sé —respondo encogiéndome de hombros—. Pero no quiero que tu mamá piense que pasó algo.
Scarlett suelta una risa nerviosa.
Para cuando bajan, la casa ya huele a café y pan tostado. La mamá de Reese nos recibe con una sonrisa cansada pero amable.
Desayunamos todos juntos, hablando de cosas sencillas, como si la noche anterior no hubiera estado cargada de emociones.
Aun así, siento algo extraño mientras miro a Scarlett y Reese reírse de algo que él dice. No sé si es orgullo por verla feliz o miedo de que, cuando nos vayamos, vuelva a cerrarse.
Después del desayuno, la mamá de Reese nos agradece por venir y nos dice que tengamos cuidado en el camino de regreso.
Cuando estamos listos para irnos, Reese abraza a Scarlett otra vez, más largo que antes, y me mira. —Cuida de ella, ¿sí? —me dice, serio.
—Siempre —respondo y lo digo en serio.
Scarlett no habla mucho mientras subimos al auto.
Solo cuando arrancamos, la escucho suspirar y recargar la cabeza en la ventana.
—Gracias por llevarme —dice, apenas audible.
Asiento. —Gracias por dejarme llevarte.
En el retrovisor, la casa de Reese se va haciendo pequeña hasta que desaparece.
El camino de regreso es tranquilo.
La lluvia ya es apenas un recuerdo en el parabrisas, un par de gotas rezagadas que caen de los árboles cuando el viento las sacude. Scarlett sigue en silencio, mirando hacia afuera.
—Siento que este viaje cambió algo —digo de repente.
Ella parpadea y me mira. —¿Algo?
—Sí —digo, con las manos firmes en el volante—. No sé… siento que tú cambiaste. O que algo dentro de ti se acomodó.
Scarlett baja la mirada, jugando con la manga de su suéter. —Es que… besé a Reese.
No freno, no me sobresalto. Solo asiento, porque creo que ya lo sabía sin que ella me lo dijera.
—Bien —digo con calma.
Scarlett frunce el ceño. —¿Bien?
—Sí. —Sonrío apenas, porque quiero que entienda—. Tú querías verlo desde hace años, Scarlett. Y ahora lo viste, hablaron y si lo besaste es porque lo necesitabas. Me alegra que lo hicieras.
Ella me observa como si no terminara de creer lo que estoy diciendo. —No te molesta…
—¿Molestarme? —niego, soltando una risa suave—. No. No me molesta. No estoy hecho para sentir celos así. Pero me importa que estés bien. Y se nota que eso te hizo bien.
Scarlett vuelve a mirar hacia afuera, pero sonríe. —Me siento rara. Como si estuviera cerrando algo que tenía abierto desde hace mucho.
—Eso es bueno. —Respiro hondo, aliviado de verla así—. Reese también… no sé, me cae bien. Es raro, lo acabo de conocer pero siento que ya lo conocía desde antes.
—Es porque te conté todo de él. —Su sonrisa es un poco más amplia ahora.
—Tal vez —admito—. Pero me gustaría volver a verlo. Los tres. Podríamos ir antes de fin de año.
Scarlett me mira sorprendida. —¿De verdad?
—Sí. Creo que lo necesitamos. Tú, yo y él.
Ella asiente despacio, como si estuviera guardando la idea en su memoria. —Me gustaría.
El resto del camino, Scarlett se ve más tranquila, como si esa confesión le hubiera quitado un peso de encima.
Y yo también me siento más ligero, porque ahora ya no hay secretos entre nosotros.
Miro de reojo el paisaje, el cielo que poco a poco se despeja, y pienso que quizá este viaje no solo cambió algo en Scarlett, sino en mí también.
Dejo a Scarlett en su casa y espero en el auto hasta verla entrar.
Ella me dedica una última sonrisa antes de cerrar la puerta, y no sé por qué, pero me quedo ahí unos segundos, escuchando cómo el motor hace un zumbido bajo.
Respiro hondo. Siento algo extraño en el pecho, no es tristeza, tampoco alegría.
Es paz.
Pongo el auto en marcha y comienzo a manejar de regreso.
Pienso en Scarlett. En la forma en que se rió con Reese, en cómo lo miró cuando le llevaron los pastelillos. En cómo él la abrazó con tanta naturalidad.
Solo me hace pensar que ella necesitaba a alguien que la conociera de antes, alguien que le recordara que no siempre fue la chica que todos señalan en los pasillos.
Yo nunca tuve eso. No hay nadie que me recuerde antes de todo el caos en mi casa. Antes de la piscina, antes de que mi familia se rompiera en pedazos.
Pero ahora tengo a Scarlett.
Y ahora tengo a Reese.
Sonrío solo, porque me gusta cómo suena en mi cabeza.
Scarlett y Reese. Son tan diferentes, pero de alguna forma yo encajo entre ellos. No como el chico nuevo que todos quieren molestar, no como el hermano de Kian.
Solo… yo.
Por primera vez en mucho tiempo siento que pertenezco a algún lugar.
Cuando llego a casa, mi tío me pregunta cómo estuvo el viaje.
Solo digo que estuvo bien, pero en mi cabeza repito: cambió algo en mí.
Subo a mi habitación y me quedo un momento mirando al techo. Me imagino el final del año, los tres otra vez en esa casa. Reese con sus gafas, Scarlett sonriendo sin miedo.