Creí que no me hablaría nunca.
Mew estaba sentado sobre el marco de la ventana desvencijada, contemplando cómo el agua de lluvia se hacía una con el agua del mar.
Aquella casa de piedra abandonada se había convertido en nuestro refugio desde que la habíamos descubierto. Y con el tiempo, y después de miles de aventuras allí, la hicimos nuestra.
Cada rincón contaba una historia. Y cada una de esas historias nos tenía siempre como protagonistas sólo a él y a mí. Y a nadie más.
Habíamos hecho un pacto a los ocho años: no llevaríamos allí a nadie más. Habíamos hecho otro pacto a los once: seríamos amigos por siempre. Y al cumplir los trece, justo después de que Mew leyera un extraño libro sobre reencarnación, me propuso un nuevo pacto: que no dejara de buscarlo en mi próxima vida.
–¿Te acuerdas Gulf de nuestro pacto? – me dijo de repente como si hubiese estado leyendo mis pensamientos.
Mew siempre pareció tener ese don.
–¿Cuál de todos...?
–El pacto que hicimos a los siete años...
No hizo falta esforzarme en recordar. Cada uno de aquellos pactos estaban grabados en mi corazón.
–Llovía, igual que ahora..., – dije– aunque estábamos en Diciembre y no en Agosto.Hicimos el pacto de no guardarnos ningún secreto.
–Te juré aquel día que no te guardaría ningún secreto. Porque ese día por fin me di cuenta el porqué me sentía diferente a los demás. Y quería decírtelo. Traté de reunir el coraje para decírtelo. Y me tardé hasta hoy...
Clavé mi vista en el mar embravecido y suspiré frustrado.
–Estás enojado, ¿verdad?
–Sí...
–Porque...soy gay...
Me mordí el labio. Por supuesto que no era aquello lo que me enojaba.Y en el fondo me enojaba que él lo pensara.
¿Acaso no me conocía? Yo, Gulf, plagado de defectos de todo tipo, enojoso, malhumorado, malhablado, mujeriego, pero jamás fui autor o partícipe de un acto o pensamiento homofóbico. Me dolía que mi mejor amigo pensara eso de mí.
Volví a suspirar y Mew tomó ese suspiro frustrado como una respuesta afirmativa. Me miró a los ojos. Estaba llorando. El labio le temblaba, como siempre sucedía cuando sentía miedo.
Verlo así me dio el valor para hablar:
–¡Me da igual si eres hétero, homo o...hipogrifo...!
Oír su carcajada en medio de sus lágrimas, me desató el nudo que tenía en el pecho.
–Estoy enojado porque no me lo contaste. Me pregunto el porqué. Y me pregunto qué otro secreto tendrás guardado...
Se mordió el labio nervioso. Lo conocía demasiado bien. Sabía lo que eso significaba. Significaba que sí había otro secreto. Y significaba que iba a empezar a hablar. Un monólogo largo y académico, plagado de raras palabras y fechas y datos sacados de los cientos de libros que había leído.
Hablaba de esa forma cuando quería evadirse o desviar la atención.
Generalmente yo le prestaba poca atención cada vez que lo hacía. Pero esa vez me senté a su lado y lo escuché. A partir de ese día me prometí escuchar con abnegada atención cada cosa que Mew quisiera decirme. Porque muy dentro de mí, sospeché que quizás mi mejor amigo había intentado decirme su secreto muchas veces, y hasta ahora nunca lo había escuchado lo suficiente como para entender...