Dios me hizo gay...

6

Me estremecí al recordar aquella escena. Y abrí los ojos. Ver a ese niño Mew, convertido ahora en todo un hombre, abrazándome con tanta determinación y cariño, igual que aquel día, hizo que le agradeciera a Dios en una plegaria silenciosa.

La casa de piedra estaba inundada por la oscuridad de la noche. Sólo un fuego débil, improvisado en el pequeño hogar del rincón, nos daba algo de luz y calor.

¡Cuántas veces habíamos pasado la noche acostados ambos sobre unas frazadas en el piso, como ahora, en aquella cabaña abandonada!

Decidir quedarnos esa noche, a pesar del frío y de la lluvia había sido una buena idea. En nuestras casas ya estaban acostumbrados a que no apareciéramos durante días. En casa de Mew pensarían que estaba conmigo. Y en mi casa, jamás me preguntaban dónde había pasado la noche.

–Gulf, ¿no puedes dormir?– la voz de Mew me sorprendió.

Lo tapé mejor con las cobijas que solíamos guardar en las estanterías maltrechas para noches como aquella y apreté el abrazo un poco más.

–¿Sigues...enojado?

–Ya te dije que no...– respondí– Eres tú quien debería estar enojado conmigo.

Mew me miró serio.

–¡Eso jamás va a suceder!– dijo.

Sonreí. Así era Mew, incapaz de enojarse nunca.

–Si tuviste que guardar de mí ese secreto tanto tiempo es porque...sentiste que no podías decírmelo. Creíste que...ya no iba a querer seguir siendo tu amigo. Y si eso pensabas es por mi culpa. Porque en algún momento, por algo que dije o hice, te dio la impresión de que iba a reaccionar mal al emterarme de que...eres gay...

Mi cuerpo tembló ante mis propias palabras. Y Mew lo sintió. Y me abrazó fuerte, tan fuerte como aquel día.

–No es tu culpa. No te lo conté porque tenía miedo de perder tu amistad. Tenía miedo de que te sintieras incómodo con algunas situaciones.

– ¿Situaciones...como ésta?– susurré.

Sentía todo el peso y el calor de Mew sobre mí. Su corazón latía con fuerza en mi pecho y su respiración me hacía cosquillas en el rostro. Era una sensación tan placentera que sólo pude reirme ante sus palabras.

¿Cómo podía pensar Mew que una sensación así de placentera podía hacerme sentir incómodo?

Saqué mi mano de abajo de la manta para volver a taparlo mejor y sin querer hice una mueca de dolor. Tenía los nudillos hinchados y la mano me dolía.

Aún en la semipenumbra, Mew alcanzó a ver los rastros de sangre y se alarmó.

–¿¡Qué te sucedió, Gulf!?– me preguntó tratando de limpiarme con su saliva.

–Lo mismo que va asuceder cada vez que alguien diga algo malo sobre ti...

Mew me miró serio. Hacía tanto que lo conocía que fui capaz de percibir todas y cada una de las emociomes que se mezclaban en su mirada. Miedo de lo que pudiera pasarme, rabia por cualquiera que me hubiera provocado, vergüenza porque esa provocación había sido por su causa. Pero también vi un destello de picardía. Y sus siguientes palabras me lo confirmaron:

– Siempre habrá alguien homofóbico y ese colegio está lleno de personas así pero...son tan homofóbicos como miedosos. Todos te tienen miedo. Así que si les digo que eres mi novio, nadie se meterá conmigo...

Se rió de su propia broma como si la hubiera contado otro. Y me reí con él. Pero no se me escapó el hecho de que una parte de mí se sintió extrañamente feliz con sólo imaginarlo. Pero mientras Mew volvía a abrazarme y cerraba los ojos, otra parte de mí, una parte cruel que hasta ese momento no sabía que existía, me susurró sin piedad: 

No te ilusiones, Gulf, tú no le gustas...

–No encontrarás un novio más lindo que yo...–hablé sin pensar.

Mi ego necesitaba desesperadamente que lo confirmara.

Mew rió.

– ¿Y si ya lo encontré?– susurró quedándose dormido.

Oí entonces a esa parte cruel que habitaba en mí, reírse burlonamente. Y me quedé oyendo aquella risa burlona el resto de la fría y lluviosa noche sin poder conciliar el sueño ni una sola vez.




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