Cuando la fogata se estaba extinguiendo, Mew me convenció de que debíamos volver a nuestras casas antes de que lloviera otra vez. Le hice caso por dos razones: los caminos del puerto se anegaban con las lluvias torrenciales y además tenía hambre.
Hacía mucho que no reponíamos la comida escondida en la casa de piedra y ya no habían provisiones.
Como siempre, mi casa estaba vacía cuando llegué. Me di un baño caliente, que se prolongó más de lo usual porque estuve tan distraído que me llené la cabeza de champú tres veces.
Elegí un buzo al azar del placard y me vestí. Y mientras me dejaba caer sobre la cama, sonreí. El buzo que acababa de ponerme era de Mew. Y su perfume me envolvió por completo. Desdoblé la carta que me había dado y me prometí que apenas acabara de leerla le escribiría la suya.
Pero no pude hacerlo. Por fuera sonreía aliviado. Ahora sabía que sí era un amor de hermanos. Pero no supe porqué ese alivio no logró llegar hasta mi corazón. En mi corazón solo había decepción. Después de todo, parecía ser cierto: yo no le gustaba.
No pude escribirle aquella noche, no pude dormir y no pude hacer otra cosa que leer su carta una y otra vez, tratando de entender porqué me sentía de aquella forma tan extraña que me maravillaba y me horrorizaba al mismo tiempo...