Como todo colegio católico que se precie, la misa a primera hora del Lunes era obligatoria, aburrida hasta el hartazgo pero concurrida. Pues las sanciones por no asistir podían llegar incluso a varios días de suspensión.
Miré hacia el altar sin esforzarme en disimular un bostezo. Las caras de los tres monaguillos me hizo tentar de risa. Estaban tan o más aburridos que nosotros.
Los cuatro quintos estábamos allí y también todos los profesores. Dando otro bostezo miré hacia la otra fila. Un par de chicas me miraron y me sonrieron. En otra ocasión, les hubiera hecho una seña y las hubiera encontrado en algún rincón oscuro hasta que la misa se acabara. Pero esa vez ni lo pensé. Mis ojos sólo querían encontrar un rostro entre toda aquella multitud. Y cuando lo hallé, sonreí.
Me impacienté porque no me miraba. Mew parecía estar obnubilado, con sus ojos fijos al frente. No podía mandarle mensajes. Siempre nos confiscaban los celulares a la entrada de la capilla.
Suspiré frustrado.
¿Qué era lo que veía Mew en el frente con tanta atención?
Seguí la dirección de su mirada. Parecía estar viendo a un grupo de chicos del otro quinto. Un joven rubio, de cabello largo, lacio y muy alto se destacaba entre sus compañeros.
Fruncí el ceño. Pero luego sonreí. Mew no lo conocía de nada, sólo de vista. Estuve seguro entonces de que no lo estaba mirando a él.
Un sonido metálico se oyó de repente provocando algunas risas. Era sabido que el Padre Jules no era bueno con la tecnología. Siempre, en medio de sus sermones, el micrófono parecía cobrar vida propia y emitía sonidos extraños que nos atravesaban los tímpanos.
El Padre Jules acomodó el micrófono y prosiguió con su sermón, mirando a todos tan seriamente que las risas burlonas se apagaron de inmediato.
–Como les iba diciendo...Dios creó al Hombre a su imagen y semejanza. Hombre y...mujer...los creó...
Era evidente que el sermón de aquella mañana iba dirigido a Mew. Y como si él hubiese escuchado su nombre en mi mente, volteó a verme.
No perdí tiempo. Le hice una seña y me escabullí por atrás hasta el baño de los hombres. Dos minutos después Mew ya estaba a mi lado.
–¿Qué te ha dicho el Padre Jules en la reunión de esta mañana?– quise saber.
–Debo confesarme cada semana, y rezar un rosaeio completo cada noche y arrepentirme...
Me mordí el labio.
–Arrepentirte...–repetí– ¿Y tú qué le has dicho?
–Que estoy seguro de que Dios me hizo gay. Y él me respondió que está seguro de que Dios nos hizo a todos héteros. Y me invitó, palabras textuales suyas, a que le mostrara la carta de puño y letra de Dios en la que me aseguraba que me había creado gay...
Conocía demasiado a Mew para saber que lo que me estaba contando no era ni una broma ni una invención suya. Inventar algo así podía haber sido más propio de mí que de él.
–¿Y qué le dijiste?
–Le dije que...se la mostraría con una condición: que él me mostrara la carta en la que Dios le aseguraba que todos fuimos creados heterosexuales. ¡Y me arrojó la Biblia por la cabeza! Como castigo por mi blasfemia tengo que ir a clases de teología cada sábado.
–Mmmm...Estoy libre los sábados...– dije como al pasar.
Mew sonrió.
–Sabes, Gulf, tan bien como yo que es un castigo muy liviano. Me tendría que haber expulsado.
Me hice el desentendido.
–Gulf, ¿por qué el Padre Jules no me expulsó? ¿Y por qué no te sancionó por partirle la nariz de un golpe a un compañero? Estoy seguro de que podrías incendiar la capilla completa y él sólo te diría..."que no vuelva a suceder, alumno Gulf..."
Escuchar a Mew imitar la voz del viejo Jules me hizo reir.
–Sí, siempre me dice lo mismo...
–Esta vez, ni tu padre te va a salvar...
–Ya está arreglado, no te preocupes.
Pero Mew no lo dejó pasar. Noté que estaba realmente preocupado. Estaba más preocupado por lo que pudiera pasarme a mí que a él, así que se lo expliqué:
–La compañía de mi padre le dona cada año a la fundación del Padre Jules, miles y miles de dólares. El Padre Jules no me va a castigar nunca, no importa lo que yo haga...o lo que mis amigos hagan...
–Pero...quizás esta vez a tu padre no le haga mucha gracia que tengas un amigo gay...
–A mi padre le da igual quién o qué sea mi mejor amigo. Mi padre no dejará de dar esas donaciones mientras el Padre Jules no me castigue...
Vi que Mew seguía con dudas y noté miedo en su mirada así que le conté la verdad:
– A mi padre sólo le importa ganar dinero. Y cuantas más donaciones hace, menos impuestos debe pagar. No te preocupes, Mew. Nada nos va a pasar. Tú concéntrate en terminar el año.
Me sonrió. Estaba visiblemente más aliviado.
–No quisiera que te pasara nada por mi culpa. Te voy a hacer caso. Sólo estudio. Nada de novios...– dijo pícaro.
–¿Tienes...novio?–balbuceé sorprendido.
–Sí, – me susurró– está parado justo aquí, frente a mí...
La imagen de aquel chico alto y rubio se me vino a la cabeza y ni siquiera tuve ganas de reírme de su broma.
–¿Cómo es...tu chico ideal?– la pregunta se me salió sin que yo fuera consciente.
Mew me miró por un momento y luego dijo:
– Alto, rubio, intelectual...
Me mordí el labio. Estuve seguro de que era a ese joven a quien Mew estaba mirando tan concentrado.
Sentí una inexplicable rabia de repente y ya estaba por contestarle cuando unas voces, pronunciando el nombre de Mew y unas risas nos llegaron de pronto.
Sin pensarlo, tomé a Mew del brazo y lo encerré conmigo en uno de los pequeños baños del fondo. Lo apreté contra la pared y me pegué a él, tapándole la boca para que no hablara.
Asintió y, al retirar mi mano, su aliento cálido y agitado me golpeó el rostro. Mis ojos se clavaron en su boca y por varios segundos no pude pensar en nada más...