Cuando el motor del auto se apagó la adrenalina en mi cuerpo comenzó a desplazar el cansancio de aquellas últimas horas.
Miré a mi grupo y agradecí a Dios por haberme dado aquella vida privilegiada. Tenía todo el dinero que podía querer. Y esa noche ese dinero, que siempre había malgastado sólo en diversión, buscaría salvar la vida de la persona que más amaba en el mundo.
El plan era simple. Todo estaba ya hablado. Cada uno conocía su parte a la perfección.
Suspiré profundo y salí del auto. Apenas fui consciente del kilómetro completo que caminamos en una casi completa oscuridad y silencio.
Aquellos viejos trajes de pinball que llevábamos nos protegían de la helada noche. Con los rostros semicubiertos y unos anteojos especiales que nos permitían ver en la oscuridad, y con todo lo que necesitábamos en nuestras mochilas, ascendimos la colina.
Nos reagrupamos cuando vimos a los pinos y cipreces que el rubio teñido nos había dado como referencia. Avanzamos con sigilo y observamos.
Las barracas de metal estaban alineadas formando tres filas, y a la izquierda una habitación rectangular pintada de rojo. Hice una seña y uno de mi grupo salió disparado hacia ella. Con mucha facilidad rompió el candado que sellaba la puerta y entró. Al segundo asomó la cabeza y nos hizo el signo de ok. Tal como nos había asegurado el rubio teñido, la barraca del generador y de internet no estaba custodiada.
Algunos de nosotros avanzamos unos metros más mientras que un par se fue en otra dirección,y uno quedó agazapado esperando en la oscuridad de los árboles.
Nos pegamos a la pared de la primera barraca. Me asomé con sigilo a la ventana y eché un vistazo que pretendía durar sólo un segundo.
Pero lo que vi y escuché me dejó tan impactado que no fui capaz de esconderme otra vez.
Un joven, arrodillado en el piso, con los ojos vendados se tocaba la entrepierna frenéticamente, mientras una mujer vestida con un atuendo médico y con una biblia en su mano, caminaba a su alrededor y no paraba de repetirle:
–Usa toda tu imaginación. Hazle el amor a ese jovencito que te gusta. Penétralo con determinación...
El jovencito en el suelo temblaba mientras dejaba escapar algunos gemidos inconscientes de placer.
La mujer dio una vuelta más a su alrededor y se arrodilló frente a él.
–¿Ya acabaste?– le susurró.
El jovencito le mostró su mano empapada. Entonces la mujer le gritó en el oído:
–Cada vez que sientas ese placer, a partir de ahora, pagarás por ello. Tu comportamiento debe ser castigado. ¡Vomita! ¡Vomita ya!
Y acto seguido, el jovencito se metió los dedos aún mojados en la boca y comenzó a vomitar.
No pude soportarlo. Salí corriendo al presenciar aquello. Y acabé vomitando yo también en la base de un árbol. Sentí la mano de mi prima sobre mi hombro. Y apenas empecé a recuperarme cuando uno de mi grupo se me acercó y susurró:
–Lo encontramos. Encontramos a Mew...