Me había tirado en mi cama con los ojos cerrados. Pero no dormía. Lo esperaba a él. Estaba ansioso por saber cómo le había ido.
Aunque siempre me sucedía lo mismo. Caminaba por mi habitación, en círculos, sin hacer nada.
Lo único que hacía era pensar en Mew. Rezaba para que estuviera bien. Y cada vez que lo veía regresar y me sonreía, asegurándome que todo estaba bien, recién ahí yo podía respirar aliviado.
Aquellos eventos al parecer me habían puesto más nervioso a mí que a él.
–¿Estás despierto?
Su voz me supo a gloria. Abrí los ojos. Mew me miraba sonriente desde la puerta. Estiré mis brazos, invitándolo a la cama conmigo.
–Todo ha ido muy bien.– me dijo recostándose prácticamente sobre mí y abrazándome– No sé cómo agradecerle a tu padre por permitirme quedarme aquí. Todos los otros ya se han ido a la casa de la nueva fundación.
–Eres de la familia.– le susurré.
–Es exactamente lo que tu padre y tu hermano mayor me acaban de decir al traerme del grupo de terapia.
Que Mew no hubiera desarrollado hasta ese momento ningún síntoma postraumático era mi plegaria de agradecimiento al Cielo cada noche antes de dormirme.
Nos quedamos abrazados, en silencio.
Sentir su calor me relajaba. Pero su aliento en mi rostro hacía que mis latidos fueran más rápido de lo normal. Empecé a pensar en algún tema de conversación para que él no se diera cuenta que mi corazón estaba a punto de saltar de mi pecho.
Y justo cuando iba a hablarle, Mew se acomodó sobre su codo, pero sin despegarse de mí y con su mano libre comenzó a acariciarme el rostro.
Lo tenía tan cerca de mí y me miraba tan fijamente que sentí que mi cuerpo comenzaba a incendiarse.
–Necesito...preguntarte algo...– susurró. Su voz estaba cargada de ansiedad y de miedo– ¿Me imaginé aquel beso que nos dimos...o fue real?
Mi corazón se salteó un latido y sentí que me costaba respirar. Me percibí incapaz de hablar. Sus ojos me estaban hipnotizando.
Asentí levemente.
–¿Fue...real?
Volví a asentir.
–Entonces, Gulf, ¿por qué no me has vuelto a besar?
Sentí electricidad cuando Mew rozó mi boca con sus dedos.
–Ya pasaron dos semanas. He esperado que lo hicieras pero no lo has hecho. Y ya no aguanto. Si no lo haces tú, entonces lo haré yo...– dijo en voz muy baja.
Me estremecí al ver que acercaba más su rostro hacia el mío; y cuando fui consciente del primer roce de sus labios en los míos, lo hice a un lado y me incorporé con rapidez , y con torpeza, de la cama.
Nunca había visto tanto pánico en aquellos ojos rasgados como cuando se volvió a mirarme.
Se levantó y prácticamente corrió hacia la puerta y apenas alcancé a escuchar, antes de que se fuera, un aterrado...
perdóname...