Apenas me hice consciente de que Mew se estaba yendo, corrí yo también.
Lo vi llegando al final del pasillo, alejándose cada vez más de mí, y sentí un dolor en el pecho que por un segundo sentí que me iba a morir.
Y con lo que creí era mi último aliento, le grité:
–¡Estoy enamorado de ti!
Apenas lo dije, sucedieron dos cosas: Mew se detuvo de repente y se giró para verme, y así como había venido repentinamente aquel dolor a invadirme, así me abandonó.
Respiré aliviado. Y con más fuerza y más certeza miré a Mew a los ojos y volví a decirle:
–Estoy enamorado de ti... En lo único que pienso es en besarte. Sueño cada noche con hacerte el amor. Sueño cada día con que te quedes conmigo el resto de mi vida.
Mew comenzó a caminar hacia mí, muy lento, como si no estuviese seguro de lo que acababa de oír. Cuando finalmente llegó a un metro de mí, se detuvo.
Noté que todo su cuerpo temblaba. Me miraba fijamente. Tenía los ojos empañados en lágrimas.
–Yo...también...estoy enamorado de ti.
Todo mi ser , al escucharle decir eso, sintió el impulso de abalanzarse sobre él, abrazarlo para siempre y comerlo a besos. Pero una parte racional, pequeña aunque determinada, dentro de mí, tomó el control.
–Tú...crees que me amas.Pero no me amas.Me quieres como a un hermano,–le dije– como lo escribiste en tu carta. Es normal que creas que me amas porque yo te rescaté de aquel infierno. Sólo estás agradecido...
Mew me miraba en silencio. Aproveché su sorpresa para seguir hablando:
–Cuando te pedí que fueras mi novio en el baño de la capilla me dijiste que no. Y además, yo ni siquiera te gusto. No soy tu tipo. No soy alto, ni rubio, ni intelectual. No soy nada parecido a lo que buscas en un chico ideal. No soy como ese peliteñido.
Me sorprendió percibir que Mew exhalaba aliviado.
Avanzó un paso más hacia mí. Su aliento me hacía cosquillas en el rostro y sentí otra vez a mi corazón desvocarse de emoción.
–No puedo creer que estés celoso de él. Ni siquiera sé cómo se llama. –sonrió– Y si te dije que no aquel día, fue porque creí que sólo querías ser mi novio para que ya no me hicieran más bullying. Y si te dije que me gustaban los rubios, altos e intelectuales fue para que no te dieras cuenta de en realidad eras tú quien me gustaba. Te di una descripción completamente distinta a lo que tú eres y te escribí la palabra hermano en aquella carta porque no quería por nada del mundo que te dieras cuenta de mi otro secreto: llevo años enamorado de ti. Que me hayas rescatado de aquel infierno sólo hizo que te amara más. Pero mi amor por ti nació hace mucho tiempo...
En mi pecho sentí tantas cosas al escucharlo que creí que el corazón me iba a explotar: emoción, felicidad, deseo, miedo...
–¿Y si crees estar enamorado y resulta que no lo estás?– le pregunté con evidente dolor en la voz–¿Y si más adelante te das cuenta de que en realidad no me amas? Llegarás a odiarme si eso sucede, porque ahora estás vulnerable y sería como aprovecharme de ti. ¡Y yo no soportaría que me odies!
En el mismo momento en el que una lágrima mojó mi rostro, otra lágrima se deslizó por su mejilla. Creí que estábamos en un callejón sin salida.
¿Cómo creerle? ¿Cómo estar seguro de que siempre me amó o sólo sentía gratitud?
Pero de repente, algo en su rostro se iluminó y me sonrió entre lágrimas.
–¡Sé cómo demostrártelo!– me dijo de pronto.
Me tomó de la mano y me hizo avanzar. Pero después de dos ó tres pasos se frenó en seco. Me hizo caminar en dirección contraria, de vuelta hacia mi dormitorio.
Me soltó la mano y entró. Desde la puerta lo observé sin entender nada.
–Sé que siempre guardas algunos por aquí...–balbuceó más para él que para mí, mientras revisaba mis cajones.
De repente se detuvo, se guardó algo en el bolsillo. Volvió a tomar mi mano y mientras me hacía correr, dijo:
–¡Vamos a nuestro refugio! ¡Ya!
Y yo, sin entender nada, por supuesto lo seguí...