Mew no pronunció palabra en todo el camino, mientras me abrazaba sentado atrás en la motocicleta. Y yo no sabía qué pensar...
¿Qué tenía que ver nuestra casa de piedra con ese amor que él decía sentir por mí?
Todavía en silencio, me hizo sentar sobre una vieja manta en el suelo y encendió un fuego abundante en la chimenea.
Me miró y sonrió. Y aquella sonrisa me desarmó de pies a cabeza. Aceptaría cualquier cosa que Mew me dijera. Me dejaría convencer. Porque ya no aguantaba más. Lo único que yo deseaba desesperadamente era besar para simpre aquellos labios tiernos.
Estiré mis brazos, invitándolo a venir a mi lado. Pero me miró pícaro. Y en vez de venir hacia mí, se alejó hacia la pared del fondo. Sin perder su mirada pícara, limpió con la palma de su mano un trozo de la pared, y luego con sus dedos quitó una de las piedras, revelando un hueco que yo jamás había visto. Metió la mano y sacó...un cuaderno.
–¿Cómo es que yo nunca supe de eso...?– dije sorprendido.
Mew se acercó a mí, se sentó a mi lado y me susurró:
–Este es mi diario personal. Creo que fue Dios quien lo preservó. Si lo hubiera guardado en mi casa, mi madre lo hubiera quemado. Quiero que lo leas. Comienza en mi cumpleaños número catorce. Ya sabía que era diferente. Que era gay. Pero a partir de ese día me di cuenta de otras cosas. Me di cuenta de que estaba completamente enamorado de ti. Y lo he estado desde entonces. No te amo desde hace veinte días, te he amado toda mi vida, Gulf...
Tomé aquel cuaderno marrón entre mis manos y sentí que todo el cuerpo me temblaba.
Nos recostamos en silencio sobre la manta. Y Mew se pegó a mi pecho, abrazándome, mientras yo comenzaba a leer.
Hay fragmentos de aquel diario que se me quedarán grabados en el corazón para siempre...