Acabé de leer la última página de aquel diario y me di cuenta de que habían pasado horas. Y lo observé. Mew tenía los ojos cerrados y me abrazaba con tanta fuerza que mi corazón sonreía de felicidad.
Como si supiera que lo estaba mirando, abrió los ojos. Dejé el diario a un costado y lo abrazé.
Tenía un millón de cosas para decrile. Sentía que necesitaba hablarle la noche entera. Pero sólo bastó que me sonriera como lo hizo para que se me olvidara todo lo que quería decirle. Y sin perder más tiempo, lo besé.
Mientras me devolvía el beso, apasionado, electrizante, se acomodó encima de mí. Y al hacerlo un fuego devastador se encendió en mi entrepierna cuando sentí su roce.
No iba a poder seguir respirando si no le quiraba la ropa en ese mismo momento.
Me quemaba la piel. Y necesitaba con urgencia sentir su piel en la mía. El comenzó a quitarme la ropa y en cuanto nos vimos los dos desnudos, ese fuego comenzó a quemarme el resto del cuerpo.
Lo besé con desesperación. Su boca, su cuello, sus manos. Sentí que besarlo no era suficiente. Entonces comencé a recorrer cada centímetro de su torso con mi lengua y mientras lo hacía lo apretaba más contra mí.
Una corriente eléctrica, violenta, brutal me atravesó de pies a cabeza y así como lo había atraído hacia mí, así lo solté.
–¿Qué...sucede?– me dijo con la voz agitada.
–Quiero que...hagamos el amor...pero...no podemos...No traje...
No me dejó terminar. Con una sonrisa traviesa, buscó algo en el bolsillo de su campera que había terminado tirada a un par de metros de nosotros y me lo mostró...
Me reí sin poder creerlo.
Un preservativo. ¡Eso era lo que Mew había estado buscando emtre mis cajones antes de salir!
Lo miré fijamente por varios segundos.
–¡Póntelo!– le dije mientras le acariciaba el vientre desnudo.
Me miró desconcertado.
–¿No lo quieres usar tú...?
Su pregunta me hizo reír otra vez. Lo tomé de las caderas y lo apreté más contra mí. Sentir su excitación me hizo suspirar.
–Quiero que hagamos el amor..., me da igual el cómo...¡Póntelo!
Me recosté y esperé. Pero Mew sólo me miraba.
–¿Qué sucede...? ¿No quieres...?
–Sí , claro que quiero...Es que...nunca he estado con nadie y...no sé cómo usarlo...
Sus mejillas se encendieron de repente pero no por el deseo sino por la vergüenza de aquella confesión.
Me acerqué a su boca y lo besé con ternura.
–Yo te enseño...– le dije mientras le daba pequeños besos cortos en sus labios y bajaba mis manos hacia su entrepierna.
Cuando sintió que estaba listo, me empujó hacia atrás y se acostó sobre mí.
Nos miramos fijamente por varios segundos. Vi en sus ojos indecisión, miedo, pero también vi deseo y entonces decidí empezar yo.
Lo ayudé a entrar. Ya me había hecho a la idea de que me iba a doler. Pero no me importaba. Lo único que deseaban mi corazón y mi cuerpo era estar con Mew.
Pero apenas lo sentí dentro de mí, me estremecí de placer. Y él lo notó porque entró un poco más con determinación; y comenzó a moverse, arrastrándome a moverme junto con él en una danza que me hizo vibrar y gemir y rogarle que siguiera y que no me soltara nunca más.
Y así, en completo éxtasis los dos amanecimos, agradeciendo a Dios por enseñarnos a amar de aquella manera tan celestial y tan extraordinaria...