Elías despertó antes del alba. No fue el sonido de un despertador ni un sueño perturbador lo que lo sacó del descanso; fue una sensación diferente, casi sagrada. Como si algo dentro de él hubiese comprendido que ese día no sería como los demás.
Se quedó inmóvil unos minutos, mirando la penumbra de la habitación. Había un silencio extraño, pero no pesado. Era un silencio profundo, casi reverente, como el que hay en un templo antes de una oración.
Le parecía increíble cómo había cambiado su interior en tan poco tiempo. Seguía teniendo preguntas, temores, heridas… pero ya no sentía que lo estaban destruyendo. Ahora, cada emoción parecía tener un espacio adecuado, una forma nueva de existir sin aplastarlo.
Elías inspiró despacio.
Había empezado a notar algo que antes le era imposible: su alma tenía una voz.
Y aunque aún no sabía interpretarla del todo, presentía que estaba por aprender.
—Estoy aquí —susurró en la oscuridad, sin saber muy bien a quién se lo decía—. Enséñame.
El viento golpeó suavemente la ventana, como respondiendo a su plegaria.
1. UNA MAÑANA DIFERENTE
Elías se levantó, se lavó el rostro, preparó café. Todo como cualquier otra mañana. Pero él no se movía igual. Algo en él tenía una quietud que antes no existía.
Sintió que debía salir, que necesitaba caminar sin rumbo. Subió la cremallera del abrigo, abrió la puerta y dejó que el aire frío de la madrugada lo recibiera.
La calle estaba casi vacía. El cielo aún no mostraba la primera luz. Los árboles permanecían quietos, como si también esperaran algo sagrado.
Elías caminó sin prisa.
Cada paso que daba era un diálogo con su alma. No lo buscaba, simplemente sucedía.
Y en medio de ese silencio azul, escuchó por primera vez un pensamiento que no parecía suyo, pero que tampoco sonaba ajeno:
Escucha.
Se detuvo.
El corazón le dio un salto.
No era una voz externa. No era un sonido físico. Era una presencia interior que, de algún modo, se armonizaba con la suya.
Fue entonces cuando supo que estaba entrando en una etapa nueva: la etapa donde uno deja de hablar tanto… y empieza a escuchar más.
2. LA PRIMERA LECCIÓN DEL ALMA
El amanecer comenzaba a dibujar una línea rosada en el horizonte cuando Elías llegó al parque. Lo encontró vacío, salvo por una brisa suave que acariciaba la hierba.
Se sentó en un banco, cerró los ojos y dejó que su respiración lo guiara.
Al principio, su mente hizo lo de siempre: correr.
Recordar.
Revivir cosas que ya dolían lo suficiente.
Pero algo cambió.
Por primera vez, él no trató de silenciar sus pensamientos con fuerza; los dejó pasar. Observó cada idea como si fuese un visitante temporal.
Y entonces lo sintió:
Un espacio interno.
Una claridad que no venía de su mente, sino de un lugar más profundo.
¿Qué quieres que aprenda?, preguntó sin hablar.
La respuesta llegó como un susurro que lo envolvió con ternura:
Aprende a oír lo que no juzga. Lo que no compara. Lo que no teme.
Ahí habita Mi voz.
Elías abrió los ojos, conmocionado.
Las lágrimas estaban presentes, pero eran suaves, no dolorosas.
—¿Cómo escucho eso? —preguntó en voz baja.
Y la respuesta fue aún más sencilla:
Con honestidad.
Nada más.
Ningún ritual complejo.
Ninguna fórmula mágica.
Ningún “secreto espiritual”.
Solo honestidad.
Y esa palabra lo atravesó como una flecha de luz.
3. EL ARTE DE SER HONESTO CON UNO MISMO
Elías sabía pedir perdón a otros. Sabía disculparse. Sabía intentar reparar lo que dañaba. A veces fallaba, pero siempre lo intentaba.
Lo que no sabía era esto:
Ser honesto consigo mismo.
Quizás había sido enseñado a ser fuerte, a no llorar demasiado, a no mostrar fragilidad. Quizás, sin darse cuenta, había usado esas enseñanzas como escudos.
Pero Dios no se comunica con escudos.
Dios se comunica con almas desnudas.
Recordar eso le revolvió el estómago. Había cosas que no quería enfrentar. Dolor antiguo. Rabia acumulada. Culpa disfrazada. Pérdidas que nunca lloró.
Sin embargo, ahora sentía algo distinto: no estaba solo para enfrentarlas.
Y eso lo cambió todo.
—Está bien… —susurró—. Voy a escuchar.
Esa frase, tan simple, abrió un portal nuevo en su interior.
De pronto, un recuerdo surgió desde lo profundo, uno que él había evitado por años.
El día que perdió a su mejor amigo.
No la muerte en sí.
No el funeral.
Sino la culpa.
La culpa secreta que nunca había dicho en voz alta:
“¿Y si yo pude haber hecho algo?”
Ese pensamiento volvía siempre que se sentía débil. Era una sombra que lo perseguía en silencio.
Pero esta vez, en vez de rechazarla, la observó con honestidad.
Y cuando la miró sin temor, una frase emergió desde dentro:
Yo estuve allí. Yo lo sostuve. No eres responsable del destino de nadie.
Alíviate.
Elías cerró los ojos y lloró, no de tristeza, sino de liberación.
Era la primera vez que escuchaba esa verdad con claridad.
4. LA MIRADA INTERIOR
Cuando uno empieza a escuchar con el alma, cosas aparentemente pequeñas comienzan a transformarse en señales.
Un pájaro que canta.
Una ráfaga de viento.
Una emoción inesperada.
Elías lo comprobó ese mismo día.
Mientras caminaba de regreso, pasó frente a una panadería donde solía ir antes de que su vida se desmoronara. Siempre la evitaba por miedo a encontrarse con gente conocida, con preguntas incómodas, con miradas condescendientes.
Pero esta vez, sintió algo dentro que decía:
Vuelve a entrar donde dejaste de ser tú.
No sabía por qué, pero entrar le parecía un acto simbólico. Como recuperar un pedazo olvidado de sí mismo.
Abrió la puerta lentamente. El aroma a pan recién hecho lo envolvió. Había pocas personas.
#154 en Paranormal
#61 en Mística
#1134 en Novela contemporánea
autoayuda, reflexiones profundas, superacionpersonalyrenacimientointerior
Editado: 16.11.2025