Dios Nunca Falla

CAPÍTULO 6 - La Señal que Lo Despertó por Dentro

PARTE I – EL LLAMADO QUE NO ESPERABA

Llegó un amanecer distinto. No había un motivo evidente, no había un cambio tangible en la vida de él, pero algo dentro de su pecho vibraba de una manera nueva, como si la madrugada le hubiese hablado mientras dormía. Se levantó despacio, sintiendo que el aire tenía un peso diferente, casi sagrado.

Durante semanas había llevado preguntas que parecían no tener fin, heridas que aún ardían, y silencios que dolían. Pero esa mañana… esa mañana era otra cosa. No sabía explicarlo con palabras, pero sí sabía que algo lo esperaba.

Fue a la cocina, puso agua para el mate y apoyó las manos en la mesa. Cerró los ojos. Ese gesto, tan simple, lo envolvió en una calma inesperada. Era como si Dios estuviera allí mismo, en su casa humilde, viendo cómo su alma buscaba consuelo sin saber dónde encontrarlo.

—Señor… ¿estás ahí? —murmuró casi sin voz.

No esperaba respuesta. Nunca la esperaba. Pero aun así, preguntaba.

Entonces ocurrió.

No fue un ruido extraordinario ni un suceso sobrenatural. Fue un simple rayo de luz, entrando por la ventana, iluminando justo el lugar donde él apoyaba las manos.

Un rayo tan claro, tan repentino, tan preciso, que lo obligó a levantar la vista.

El corazón le dio un salto.

En lo profundo de sí mismo sintió una frase, corta, firme, imposible de ignorar:

“Despertá. Ya es tiempo.”

No provenía de afuera. Venía desde adentro, desde un rincón de su alma que hasta ese día permanecía dormido.

Se quedó quieto, respirando despacio, sin atreverse a moverse. No quería romper ese instante.

Era la primera vez en mucho tiempo que sentía algo tan… vivo.

El agua empezó a hervir y lo sacó del trance. Pero dentro de él, algo ya había cambiado.

Después de ese rayo de luz, ya no era el mismo.

PARTE II – LO QUE DIOS MUEVE SIN QUE UNO LO NOTE

Ese día salió a caminar sin rumbo claro. Sentía que debía hacerlo.

Cada paso que daba parecía acompañarse de un pensamiento nuevo, como si el cielo le estuviera dejando pequeñas pistas en su camino.

“¿Y si esta vez sí me dejo guiar?”

“¿Y si dejo de escapar de lo que siento?”

“¿Y si Dios realmente está intentando hablarme desde hace tiempo?”

Las preguntas lo atravesaban una tras otra.

Caminó hacia el parque, un lugar que visitaba de vez en cuando, pero que nunca había significado nada especial para él. Esa mañana, sin embargo, se sentía distinto.

Se sentó en un banco y observó cómo el viento movía las hojas.

No había nada extraordinario. Y aun así, su interior vibraba como si toda la escena estuviera hecha para él.

Fue entonces cuando una mujer mayor, que caminaba despacio apoyándose en un bastón, se detuvo frente a él sin que él la hubiera notado antes. Tenía ojos de paz, de esos que parecían saber demasiado.

—Hermoso día para encontrar respuestas —le dijo con una sonrisa suave.

Él se quedó mudo. No sabía quién era. Nunca la había visto. ¿Cómo podía decir algo así justo ese día?

—¿Perdón? —preguntó sorprendido.

La mujer lo miró como si pudiera verlo más allá de su rostro, más allá de su historia, más allá de sus silencios.

—Cuando el corazón se abre, las señales aparecen. Usted ya tiene la suya —respondió, señalando el cielo con su bastón.

Él siguió la dirección del gesto.

Una bandada de pájaros trazaba una figura perfecta en el aire, avanzando como un ejército de alas vivas.

Cuando volvió a mirar a la mujer… ella ya no estaba.

No la vio alejarse.

No la vio caminar.

Simplemente… no estaba.

Un escalofrío le recorrió la espalda. No fue miedo. Fue una certeza:

Eso no había sido casualidad.

El viento sopló con fuerza, levantando algunas hojas que golpearon suavemente sus piernas, como si quisieran sacarlo de la quietud.

Sintió, con un nudo en la garganta:

“Dios me está hablando… y yo recién ahora estoy aprendiendo a escucharlo.”

Ese pensamiento lo estremeció hasta la médula.

Era la verdad.

Una verdad que lo invitaba a dejar de lado las dudas, la culpa, el miedo, la idea de no ser suficiente.

Dios lo estaba guiando.

Dios lo estaba despertando.

Y él, por primera vez, estaba dispuesto a seguir.

PARTE III – LA TRANSFORMACIÓN QUE NACE ADENTRO

Volvió a su casa con el corazón latiendo distinto, como si llevara dentro una llama recién encendida. Se sentó en su habitación y respiró hondo. No sabía qué debía hacer ahora, pero sí sabía que no podía volver a ser el mismo.

Ese día entendió algo profundo:

Las señales no aparecen para sorprender.

Aparecen para transformar.

Y él estaba siendo transformado.

Cerró los ojos y dejó que el silencio lo envolviera.

Ya no le temía.

El silencio se había convertido en un puente hacia Dios.

—Si estás despertándome, Señor… decime hacia dónde caminar —susurró.

Sintió entonces un calor suave en el pecho. Una paz profunda, casi indescriptible.

No era una respuesta concreta, pero sí era una certeza:

No estaba solo.

La sensación lo emocionó hasta las lágrimas.

No lloraba de tristeza.

Lloraba de alivio.

Por años había buscado a Dios como si estuviera lejos. Como si tuviera que ganarse Su presencia. Pero aquel día, al ver la señal, al escuchar la frase interior, al encontrar a la mujer del parque… había comprendido algo que le cambió el alma:

Dios nunca estuvo lejos.

Estaba esperando que él despertara.

Respiró hondo, con las lágrimas rodando por su rostro.

Se sintió ligero, renovado, sorprendido por una esperanza nueva que parecía brotar directamente del cielo.

Y en ese instante lo supo:

Ese rayo de luz no había sido un simple rayo.

Había sido el comienzo de su renacer.

Se levantó, secó sus lágrimas y sonrió.

Una frase surgió en su corazón, suave pero poderosa, como si Dios misma la hubiese colocado allí:




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