Dios Nunca Falla

CAPÍTULO 8 - Su Encuentro con la Fuerza Invisible

PARTE I – LO QUE NO SE VE, PERO EMPUJA

Los días siguientes estuvieron llenos de silencios que no pesaban y de señales que ya no pasaban desapercibidas. Desde que la gracia lo había tocado en aquel oratorio, algo dentro de él se había reordenado. Caminaba por la vida con una mezcla de calma y un presentimiento de que algo aún más grande estaba por llegar.

No sabía cuándo, no sabía dónde, pero lo sentía.

La misma fuerza que lo había despertado ahora lo impulsaba hacia adelante, como si una mano invisible le guiara los pasos con suavidad.

Una mañana, mientras preparaba el mate, tuvo una sensación extraña: una especie de leve vibración dentro del pecho, como si su corazón hubiera sido llamado por un nombre que no escuchó, pero sí reconoció. Miró alrededor… no había nadie.

Sin embargo, la sensación persistió.

“No estás solo.”

El pensamiento vino sin aviso. No lo buscó. No lo imaginó. Surgió con la nitidez de algo revelado.

Ese día, decidió caminar hacia un sitio poco habitual para él: la antigua zona del río, donde la vegetación crecía desordenada y el agua arrastraba historias viejas.

No sabía por qué iba allí. Solo sabía que debía hacerlo.

Al llegar, se detuvo frente al agua que corría con fuerza. El sonido del río se mezclaba con el canto de los pájaros y el susurro de las ramas movidas por el viento. Todo formaba una melodía que parecía envolverlo en una burbuja de presencia… intensa, profunda, inexplicable.

Se sentó sobre una roca, respirando hondo.

El aire olía a tierra húmeda y renacer.

Fue entonces cuando lo sintió:

una energía suave que descendía sobre él, como una caricia que no provenía de ningún lugar visible.

Su respiración se volvió más lenta.

Sus pensamientos, más claros.

Su alma, más receptiva.

Y de repente, la frase llegó:

“No estás avanzando solo. Yo estoy abriendo el camino.”

Una ola de emoción lo recorrió. No era miedo. Era reverencia.

El corazón le latía fuerte, pero no por sobresalto, sino por reconocimiento: esa era la misma voz interior, la misma fuerza que lo había despertado el día del rayo de luz, la misma que lo había sostenido en sus noches más oscuras.

No podía verla, pero la sentía.

Una presencia tan real como el agua frente a él.

No un sonido.

No una imagen.

Una certeza.

La fuerza invisible estaba allí.

Y él, por primera vez en su vida, no quiso entenderla: quiso confiar en ella.

PARTE II – EL EMPUJE QUE LO SOSTIENE

Los días se volvieron más livianos. No porque las dificultades desaparecieran, sino porque ahora sabía con quién caminaba. En cada decisión, en cada duda, en cada pensamiento que antes lo atormentaba, aparecía ese impulso suave, esa guía invisible.

La fuerza era como un susurro constante:

“Seguime.”

Lo sentía cuando despertaba, cuando hablaba con alguien, cuando se enfrentaba a sus temores. Era como si el hilo invisible que lo unía a Dios ahora estuviera más tenso, más vivo, más activo.

Una tarde, mientras caminaba hacia el trabajo, vio a un hombre discutiendo con un comerciante en la calle. El nivel de tensión aumentaba rápido. Nadie intervenía. Todos miraban de lejos, sin querer involucrarse.

Antes… él también hubiera mirado desde afuera.

Pero algo dentro de él dijo:

“Andá.”

No fue un impulso racional. Fue la fuerza invisible moviéndolo.

Se acercó despacio, sin protagonismo, sin saber qué hacer exactamente. Tocó suavemente el hombro del hombre alterado.

—Respirá, amigo. No te lastimés más con esto.

El hombre lo miró sorprendido, como si no esperara que alguien le hablara así. Ese pequeño contacto humano, sincero, desinteresado… lo desarmó. Bajó la voz. El conflicto se disolvió.

Fue como ver en vivo cómo esa fuerza obraba a través de él.

No era él.

Era Dios usándolo como puente.

Y eso lo conmovió más que cualquier palabra.

Siguió caminando con el corazón inflado de humildad y gratitud. No porque hubiera hecho algo grandioso, sino porque había sentido claramente que una fuerza superior había guiado su gesto.

Esa misma tarde, un pensamiento lo alcanzó con una claridad que lo dejó quieto en la vereda:

“Ser instrumento también es un milagro.”

Y por primera vez, entendió lo que significaba dejarse usar por Dios: permitir que la fuerza invisible moviera su vida como una corriente mueve un barco, sin destruirlo, sin forzarlo, sino guiándolo hacia aguas más profundas.

PARTE III – EL ENCUENTRO QUE CAMBIÓ SU DIRECCIÓN

Una noche de lluvia intensa, mientras descansaba en su habitación, sintió la necesidad de apagar las luces y quedarse a oscuras. No por tristeza, sino por intuición. Algo dentro de él pedía silencio y sombra para poder revelar algo.

Se acostó sobre la cama y dejó que la lluvia marcara un ritmo sobre el techo.

Ese sonido siempre lo había calmado, pero esa noche tenía un efecto distinto.

Era como una música celestial golpeando suavemente su alma.

Cerró los ojos.

Respiró profundo.

Y entonces ocurrió.

Sintió que la misma fuerza invisible que llevaba días acompañándolo ahora se acercaba con más intensidad, como si envolviera todo su cuerpo, desde los pies hasta la cabeza.

Ya no era un susurro.

Ya no era un impulso.

Era una presencia tangible, inmensa, poderosa.

Su corazón comenzó a latir más rápido.

Sus manos se calentaron.

Una paz inmensa lo cubrió.

Y allí, en medio de esa experiencia que no buscó, que no provocó, que no imaginó… escuchó una frase que lo hizo llorar sin poder contenerse:

“No tengas miedo de lo que viene. Yo voy primero.”

Las lágrimas rodaron por su rostro mientras una certeza aún más profunda lo estremecía:

esa fuerza invisible no era solo guía…

no era solo paz…

no era solo inspiración…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.