Dios Nunca Falla

CAPÍTULO 16 - LA FE QUE LO EMPUJA A MÁS

I. La mañana que trae un nuevo impulso

Daniel despertó antes del amanecer. Aún no había claridad en el cielo, pero dentro de él había una luz que no dependía del día. Algo había cambiado después del profundo alineamiento interior que había vivido. No era simplemente paz.

Era impulso.

La fe que antes había usado para resistir ahora se estaba convirtiendo en una fe para avanzar.

Una fe que empuja.

Una fe que abre.

Una fe que invita.

Se sentó al borde de la cama y respiró profundo. Aquel silencio sagrado que antes le hablaba ahora parecía sostenerlo, como si lo empujara suavemente hacia adelante.

—¿Qué sigue, Señor? —susurró—. Decímelo a tu manera y a tu tiempo… pero estoy listo.

Y por primera vez en mucho tiempo, lo dijo sin miedo a equivocarse.

Cuando salió a caminar, el aire fresco lo recibió como si fuera una bienvenida del cielo. El día apenas despertaba, y él sentía que cada paso era parte de un comienzo más grande que él mismo.

Sabía que algo estaba por suceder.

No sabía qué.

Pero lo sentía.

La fe no siempre te muestra el destino, pero siempre te muestra el próximo paso.

Y Daniel estaba listo para darlo.

II. Lo que la fe despierta cuando uno deja de esperar y empieza a creer

De regreso en casa, encontró un mensaje en su celular de un número desconocido. Dudó un momento, pero abrió el chat. Era un texto corto, casi inesperado:

“Buenos días, Daniel. Vimos tu perfil y tu historia. Queremos reunirnos esta semana. Creemos que tenés mucho para aportar.”

Era la empresa donde había tenido aquella entrevista extraña semanas atrás, aquella en la que sintió que lo escuchaban pero no había ninguna señal concreta.

Ahora lo llamaban ellos.

Ahora lo buscaban.

Ahora era su turno de decir sí o no.

La fe tiene esa particularidad:

cuando estás listo por dentro, lo que es para vos empieza a moverse sin que lo empujes.

Daniel sonrió.

No sintió ansiedad.

No sintió miedo.

Sintió un “adelante” interno que venía de lo alto.

Respondió:

“Estoy disponible. Gracias por pensar en mí.”

Y al enviar el mensaje, supo que aquel acto sencillo no era una decisión laboral.

Era una declaración espiritual.

Estaba eligiendo avanzar.

Estaba eligiendo creer en la preparación que Dios le había dado.

Estaba eligiendo dejar atrás la vida pequeña.

Esa mañana se preparó un café y se sentó frente a la ventana, con la libreta abierta. Esta vez no era para escribir un pedido ni una reflexión, sino para dejar que saliera lo que su fe estaba despertando.

Escribió:

“No es que ahora sea capaz.

Es que Dios me alineó para caminar hacia donde no me animaba.

La fe no me pide entender:

me pide avanzar.”

Mientras lo escribía, una emoción fuerte subió por su pecho.

La emoción de quien siente que sus pasos ya no dependen de sus fuerzas.

III. La decisión de dejar de sobrevivir y empezar a crecer

Durante los días anteriores, Daniel había sentido que su vida estaba entrando en un orden que no provenía de su voluntad. Pero ahora, la fe comenzaba a transformarse en algo más concreto: dirección.

No una dirección rígida o forzada, sino una que nacía de la inspiración misma.

Ese día tomó varias decisiones pequeñas que parecían insignificantes… pero que eran señales de crecimiento:

Organizó su agenda.

Respondió mensajes que llevaba posponiendo.

Actualizó su presentación profesional.

Hizo limpieza profunda en su escritorio.

Se comprometió con nuevos hábitos.

Dio pasos que había evitado por años.

Pero el cambio más grande no fue externo.

Fue interno:

Daniel renunció definitivamente a la vida donde solo sobrevivía.

Ese día decidió que ya no iba a conformarse.

Que ya no iba a quedarse quieto.

Que ya no iba a caminar por miedo.

La fe lo empujaba, sí. Pero había algo más:

Su espíritu había despertado a una verdad poderosa:

“Si Dios me prepara, es porque voy hacia algo mayor.”

Por la tarde, mientras caminaba rumbo a una reunión informal, Daniel sintió una frase interior que se repetía en su mente:

“No temas crecer.

Tu alma ya está lista para lo que tu mente aún no imagina.”

Aquella frase lo acompañó durante todo el trayecto.

Parecía venir de un rincón profundo de su espíritu, como si Dios mismo lo alentara.

Y cada vez que la escuchaba dentro suyo, sentía que algo se asentaba, algo tomaba forma, algo se fortalecía.

IV. Cuando la fe abre puertas que la fuerza humana no podría

Al llegar al café donde había sido invitado, vio una mesa ocupada por dos personas que lo saludaron con una sonrisa cálida. La conversación fluyó como agua clara.

No hablaban solo de trabajo.

Hablaban de propósito.

De impacto.

De crecimiento.

De visión de futuro.

Había algo diferente en esa reunión:

las palabras parecían tener peso espiritual.

No porque fueran religiosas, sino porque estaban alineadas con su destino.

Cada frase, cada propuesta, cada comentario parecía confirmar que este encuentro no había sido organizado por personas, sino por la vida misma… por Dios mismo.

Cuando terminó la reunión, los dos representantes le dijeron algo que lo dejó en silencio por un segundo:

—Queremos que crezcas con nosotros. No solo como profesional, sino como persona. Creemos que vos tenés algo diferente.

Ese “algo diferente” no era talento.

Ni experiencia.

Ni habilidades técnicas.

Daniel lo sabía.

Era fe.

Era luz.

Era el nuevo espíritu que estaba naciendo en él.

Salió del café con el corazón encendido.

No por ambición, sino por gratitud.

No por ego, sino por propósito.

Y supo que Dios le había confirmado:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.