Hace ya muchas eras, en un tiempo caído en el olvido, la tierra de Lynel prosperaba y los reinos se alzaban en grandeza y poderío gracias a generaciones de reyes llenos de anhelo y ambición.
Pero llegó el momento en que un rey surgió del desierto quien, al igual que toda la raza de los hombres, deseaba poder más que nada. Su nombre era Dariuk.
Forjó alianzas que no dudó en apuñalar por la espalda, y con un ejército de muertos se adueñó de reinos hasta formar un imperio que abarcó desde el mar Nario al oeste hasta el mar Blanco al este; y desde las montañas de cobre al norte hasta el mar Vulia en el sur. Por toda la tierra repartió horror, dolor y muerte; sin dejar otro remedio a las personas más que rezar a sus Dioses, rezos que finalmente fueron escuchados.
Los Dioses mismos descendieron a la tierra de los cielos, y de entre los hombres desesperanzados levantaron un héroe con el fin de que luchara por ellos, un campeón para los hombres.
Después de mucho sudor, sangre y sacrificios finalmente los Dioses junto con el campeón sellaron el alma del rey demonio en lo más profundo del bosque Sombrío, y junto con él cayó su ejército de muertos y su poderoso imperio se desgarró volviendo al mundo tal como era antes. Los Dioses regresaron a los cielos y el héroe vagó errante por la tierra.
Los años pasaron y las personas se olvidaron de todo; olvidaron el horror y sufrimiento causado por Dariuk, olvidaron la esperanza que les fue dada luego de sus súplicas, olvidaron la paz que les vino después de la calamidad, olvidaron aquella historia salvaje e incluso llegaron a olvidar a los Dioses que les brindaron ayuda. Lo único que nunca olvidaron fueron las ansias de poder.