Dioses de piedra y filo

Capítulo 2: Brighid

Era de madrugada cuando llegué a la parte trasera de la casa de los County. Eloise, la cocinera de la familia, me abrió la puerta y me dejó pasar a la habitación de Robert. Ella, como siempre, se ofreció a guiarme por la casa en penumbra. Pero llevaba haciendo lo mismo desde hacía varios meses así que ya no me hacía falta. Cuando por fin llegué al dormitorio estaba vacío, lo cual era extraño porque normalmente él llegaba antes que yo. Oí cómo se abría la puerta y unos pasos quedos que se acercaban a mí por detrás. Unos brazos fuertes me rodearon la cintura por detrás y un par de labios carnosos se pegaron a mi oreja.

—Siento llegar un poco tarde, pero mi padre me ha entretenido de más con el papeleo de los Extra. —Pronunció con voz ronca, se notaba que llevaba varias horas trabajando. Él pegó sus caderas a las mías y empezó a mecerse de izquierda a derecha. 

—Entonces tendrás que compensármelo —le contesté yo con una sonrisa traviesa. Me giré, rodeé su cuello con mis brazos y le di un corto beso en los labios.

—Créeme, lo haré con creces —dijo con una sonrisa igual a la mía y fue bajando las manos por mis piernas. Llegó un momento en que tuvo que agacharse y me abrazó las rodillas. Luego me levantó y me tiró encima de la gran cama con dosel que reinaba en la habitación. A cuatro patas trepó sobre mi cuerpo y el resto es historia.

La pequeña llama de un candelabro que se movía sin parar de un lado a otro de la habitación y el sonido de la puerta abrirse me despiertan. Debe ser por la mañana, aunque es difícil de discernir a través de las nubes grises que siempre cubren el espacio reducido que ocupa nuestra ciudad. Cuando es de día los edificios están bañados de luz gris claro, por la noche todo es negro, un negro tan profundo que a veces da miedo salir a las calles.

Ahora sigo tumbada en la cama de Robert, me mantengo caliente enrollada entre las mantas. 

Él está dormido a mi lado, veo como su pecho desnudo sube levemente con cada bocanada de aire que toma. Ambos llevábamos años siendo amigos. Pero hace un año, poco después de que destinaran a su hermano a salir al laberinto, empezamos a acercarnos de otra forma. Lo nuestro no era nada oficial ni mucho menos serio. Aunque los dos sabíamos que había sentimientos románticos entre nosotros nunca hemos hablado del tema ni creo que lo hagamos nunca. Porque eso lo haría real, y ninguno de los dos quiere eso. Supongo que hacerlo oficial sería como aceptar el hecho de que Robert no está ni estará más en nuestras vidas. 

Thomas estaba destrozado luego de la pérdida de su hermano y mejor amigo, y yo lo estaba por la pérdida del que fue como un hermano para mí. Robert, como todos los que pertenecen a las partidas que son enviadas al laberinto, no dió señales de vida desde que se adentró en él catorce meses atrás. Después de eso ambos buscamos una vía de escape y ambos la encontramos de alguna manera gracias a Robert.

—Vamos, vamos. Levantaos de una vez, ya casi ha amanecido. Dioses, sabía que esto era una mala idea, y lo sigue siendo. —Se lamenta Eloise a los pies de la cama como hace siempre que yo vengo a ver a Thomas. —Nunca debería haberos dejado hacer lo que estáis haciendo. Pero qué iba a hacer yo, una pobre mujer a la que no le dan más que disgustos.

—Tranquila, Eli, ya me voy —digo para intentar calmarla aunque sé que no servirá de nada. Me levanté para sentarme en la cama y recoger mi ropa del suelo.

—O… También podrías quedarte un poco más. Mis padres no dejan que nadie entre en esta habitación desde la intrusión de Rob. —Dice Tom con la voz aún ronca mientras hace dibujos sobre la piel desnuda de mi espalda con las llemas de los dedos.

—La idea me resulta muy tentadora, pero Eli tiene razón, es hora de que me vaya. —Digo levantándome de la cama ya con la ropa puesta. Cojo la cinta de mi muñeca y ato mi pelo castaño, el juego que hace con mi piel bronceada y mis ojos marrones no suele llamar la atención. Pocas chicas son rubias o pelirrojas, y ni hablemos de cuántas no tienen los ojos marrones o negros.

—Ah no. No, señora, lo que yo digo es que no deberías haber venido nunca. —Me reprendió con un dedo acusador y usando el mismo tono de voz que mi madre cuando me regaña.

—Bueno, tanto monta, monta tanto —le contesto para restarle importancia. Cuando llego a la puerta cojo el pomo y me giro para despedirme—. Hasta mañana querido acompañante, adiós mi queridísima Eloise.

Cruzo la puerta, atravieso el pasillo, bajo las escaleras alfombradas, me dirijo a la puerta de atrás y todo va bien hasta que una voz me para desde la espalda.

—¿Quién eres tú? —Me pregunta una voz masculina. Me doy la vuelta y me relajo cuando veo quien es, la suya también se calma al verme a mí—. Oh, Brighid, pensaba que alguien estaba intentando huir después de robarnos o una cosa así. —Explica Marcus con su expresión amable característica.

—Hola, Sr. County. Esto… Venía a ver a mi madre, pero no la he encontrado. —Digo señalando hacia la puerta de la cocina.

—Me sorprendería que la hubieras encontrado. Hoy no le toca venir a trabajar, es su día libre. —Me contesta él acercándose a mí. Me pone una mano en el hombro y me guía a la puerta principal—. Hasta luego, Brighid.

Marcus County, es el que sabe cuando vienen los Extra y el que negocia qué provisiones nos traen. Antes de que se fuera, Robert le ayudaba a repartir lo que conseguían de fuera. Ahora el que le ayuda con eso es Tom. Desde que tengo uso de razón mi madre ha trabajado en esta casa como limpiadora. Cuando yo era pequeña a veces me traía con ella aquí y Marcus me dejaba jugar con sus hijos en la pequeña parcela de suelo terroso al que llama jardín. Él se había portado como un tío para mí, después de todo, nuestras familias llevaban generaciones trabajando juntas.



#4357 en Fantasía

En el texto hay: brujas, hadas, laberinto

Editado: 02.10.2023

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