Hombres, mujeres y niños... todos ofrecían su vida para complacer a los dioses y mantener el equilibrio en el Universo
La cultura azteca es uno de las fuentes de riqueza intelectual, religiosa y costumbrista que priva en la América Latina de hoy. Lo que hacían, pensaban y la manera en que existían representa una filosofía mental que hasta ahora no se ha podido descifrar totalmente. Así lo demuestra la forma de los sacrificios que realizaron.
Para los aztecas habían cuatro edades o soles, previas a donde vivían en el presente, cada una de ellas había sido destruida por el catolicismo para dar paso a una forma más evolucionada. En la primera, los hombres habían sido creados de ceniza y para el cuarto sol ya eran monos. Los aztecas vivían en el Quinto Sol o Sol de Movimiento, en el que habían sido creados el hombre y el maíz, creían que de estos dependía que el Universo siguiera existiendo porque si el Astro Rey no se alimentaba no tendría fuerza para mantenerse vivo así que en orden de evitar su muerte se realizaban sacrificios humanos ofreciendo la sangre a los dioses, lo cual daba energía vital.
Había dos preocupaciones fundamentales para los aztecas; el cambio de las cosas y la muerte, pensaban y no podían afrontar que todo lo que existía estaba destinado a cambiar, por eso debían valorar cada una de las creaciones para soportar la angustia de verse ante el abismo del fin de un todo. El Imperio Azteca incluía una federación de tres ciudades, Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan, aunque eran los primeros los que tenían la hegemonía del estado; sus dioses eran parte de las concepciones totemistas primitivas, un carácter mágico donde los ritos eran evidentes y frecuentes, además de que llevaban a la creencia de los espíritus de protección individual, llamado nagualismo. De hecho, fueron los dioses quienes crearon a los seres de las cuatro edades, hasta que lograron la perfección con el hombre del Quinto Sol.
El sacrificio común eran el que se realizaba en lo alto del teocalli, en donde un sacerdote abría el pecho a la víctima con un cuchillo para sacar su corazón, el cual se colocaba en un recipiente, el cuauxicali, para después arrojar el cuerpo desde lo alto del templo. Era también frecuente que se realizara el canibalismo con las víctimas.
Esta no era la única forma de sacrificar, había otras en donde se desollaba a la víctima, el sacerdote se colocaba encima su piel como ocurría en el culto a Xipe-Topec: a otras se les mataba a flechazos en un rito de fecundidad.
Por su parte, Tlaloc requería el sacrificio de niños, mientras otros dioses pedían jóvenes o vírgenes. Tezcatlipoca era más complicado, pues tenía que ofrecérsele un joven que durante un año hubiera sido venerado y al que se sacrificara el día de la fiesta de mayo, en donde el sol pasara por el cénit de la capital. Para Huiztilopochtli en la consagración de su templo se exigieron 70 mil personas. El mayor número de sacrificios se llevaron a cabo en Tenochtitlán, en el Gran Templo dedicado a Huitzilopochtli, dios del sol y la guerra. El sacrificado era lanzado al vacío por los sacerdotes, pero primero tenía que sacar su corazón aún palpitante para quemarlo. El cadáver era descuartizado, asado y luego trinchado para un festín familiar.
En el ritual de desollamiento, se extraía primero el corazón, al día siguiente se le daba oportunidad a un prisionero de ser amarrado a una piedra, con armas romas este tendría que defenderse de cuatro caballeros con armas afiladas, después de que el reo muriera los sacerdotes lo abrían y se comían sus vísceras. Luego en un cuenco se llevaba la sangre con la que se pintaba las bocas de los ídolos, a continuación un sacerdote se ponía la piel del muerto durante 20 días mientras se pudría, y finalmente se deshechaba la piel en una cueva del templo, mientras que el oficiante se quedaba purificado.
Las mujeres eran sacrificadas a la diosa madre Xilonen, se les decapitaba mientras bailaban y luego eran desolladas, se les extraía el corazón que era quemado, un guerrero tenía el honor de llevar la piel de la sacrificada que se convertía en diosa. Si hubiera alguien a quien culpar de los sacrificios sería a Tlacaelel, el consejero jefe de tres sucesivos gobernantes. Él fue el supervisor de la construcción del Gran Templo por parte del rey Ahuitzotl en 1487, durante la cual las víctimas del sacrificio formaban cuatro filas que se extendían a lo largo de las calzadas que unían las islas de Tenochtitlán.
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Editado: 23.01.2019