El tiempo perdió toda noción de linealidad dentro de aquellas cuatro paredes que olían a moho y desesperanza. Los días no comenzaban ni terminaban; se arrastraban, pegajosos y amorfos, fusionándose en una sucesión interminable de claridad grisácea por la ventana y oscuridad opresora. El minúsculo apartamento, el único que los restos de mi cuenta bancaria me permitieron alquilar, era menos un hogar y más una caja de hormigón que amplificaba cada suspiro, cada latido solitario del corazón. Hasta las últimas lágrimas iniciales se habían secado, dejando solo una costra de amargura en el rostro y un vacío interior tan vasto y profundo que parecía succionar el propio oxígeno del ambiente. Mis pasos, cuando me arrastraba de la cama al sofá, resonaban en el silencio, un sonido hueco y fantasmal que era el único testimonio de mi existencia en aquel lugar.
La ironía más cruel, descubrí al enfrentar los extractos bancarios esparcidos por el suelo, no había sido la traición en sí. Esa dolía en el alma, sí, pero la puñalada final vino de los números. La cuenta bancaria era el retrato hablado de mi insensatez. Había agotado cada centavo ahorrado durante años de frugalidad forzada, e hasta me había endeudado, para financiar la gran fachada de Rodrigo. Aquel lujoso apartamento que apenas habitamos, los trajes impecables que lo hacían parecer "naturalmente" parte de la élite, las cenas en restaurantes caros para impresionar contactos: todo se pagó con el sudor de mis años a base de fideos instantáneos y de mis noches en vela revisando textos ajenos, trabajos de la universidad que él no tenía tiempo para hacer. Yo había sido la socia silenciosa, la base invisible de su éxito, y ahora, desechada, me quedaban la bancarrota y un precipicio de deudas.
Mis días se reducían a rituales absurdos, pequeños gestos para intentar llenar el vacío. Mi única compañía verdadera era Salvador, una espada de san Jorge que Bia me había regalado, en un gesto de optimismo, para "que tuviera suerte en la nueva etapa". La ironía era tan amarga que casi podía saborearla. La pobre planta, tal vez intoxicada por la misma atmósfera de derrota que yo respiraba, se marchitaba día tras día, sus hojas antes erguidas ahora amarillentas y mustias, colgando como banderas de rendición en la maceta de cerámica barata.
"Buenos días, Salvador," susurraba por la mañana, con la voz ronca por la falta de uso, mientras tocaba levemente una de sus puntas resecas. La superficie era áspera y quebradiza. "Parece que tú tampoco aguantas más esta farsa, ¿verdad?" Mi mano temblorosa acariciaba la hoja moribunda. "Sí, lo entiendo. La suerte... la suerte es una mercancía que nunca se dignó a cruzar esta puerta. Debí pedir un cactus. Dicen que sobreviven a todo, incluso a dueñas como yo."
En un intento desesperado de sentir algo – cualquier cosa que no fuera aquel agujero negro que consumía mi pecho –, decidí sumergirme en el consuelo ilusorio de las películas románticas. Fue un error catastrófico. Cada declaración de amor perfecta, cada gesto grandioso de los protagonistas, sonaba como una mentira grotesca, una puñalada cínica a mi realidad.
"¡Ah, qué bonito!" le grité a la pantalla del televisor, con una risa que sonó más como un ladrido estridente, mientras el galán de turno sorprendía a su amada con un paseo en helicóptero sobre la ciudad. "¡Llévala, sí! ¡Muéstrale el mundo! ¡Solo no olvides contarle que dentro de unos años, ella tendrá que vender las joyas de la abuela para cubrir las deudas de tu hobby de piloto, mientras tú cenas en una azotea con la heredera de una aerolínea de verdad!"
La raiva que surgió entonces era un combustible áspero, pero era mejor que el hielo paralizante. Apagué la televisión con un gesto brusco, y el silencio regresó como un golpe. Fue en ese estado de furia impotente que Bia me encontró. No llamó; entró como siempre lo hacía, con una llave que yo le había dado, cargando bolsas de plástico que olían a comida grasienta de consuelo y con una energía vital que casi me hirió los ojos, tan acostumbrados a la penumbra.
"¡Llegué, huérfana del amor!" anunció, su voz un trueno benéfico en mi pequeño universo silencioso. "Traje la solución divina para todos los males de la humanidad: grasa trans, azúcar refinado y mucho, mucho odio gratuito y de calidad." Esparció sus ofrendas en la mesa de centro cubierta de polvo – pizzas, aperitivos y chocolates. Su mirada, tras la fanfarronería habitual, era de una preocupación tan pura y nítida que me dieron ganas de llorar de nuevo. "Dios mío, Dulce. Te pareces a tu planta. Amarilla, mustia y con una cara de 'ojalá me regaran con veneno'."
Me dejé caer en el sofá a su lado, el cuerpo pesado como el plomo. El olor de la pizza, que en otro tiempo me habría tentado, ahora me daba náuseas. "Es el nuevo look. Se llama 'Pos-trauma de un idiota con vocación de CEO'. ¿Crees que pegará?"
"Pegar, pega, cariño, pero es un look muy dramático. Vamos a trabajar en eso. Ahora, deja de tonterías y cuéntale a la tía Bia cada detalle sórdido de esta telenovela de las nueve. Necesito munición de alta calidad para mis plegarias malignas de la semana." Mientras relataba, con una voz monótona y distante, como si contara la historia de otra persona, la escena en la terraza, el beso, las palabras de Rodrigo, el rostro de Bia se transformó lentamente. La broma dio paso a la incredulidad y, finalmente, a una furia silenciosa y profunda.
"Espera un minuto," interrumpió, sosteniendo un trozo de pizza en el aire como si fuera un arma. "Déjame ver si entendí. ¿Ese hijo de una yegua inmaculada te llamó activo? ¿Activo? ¿Como si fueras una acción en bolsa que él puso a rentar y ahora está liquidando?"
No esperó mi respuesta. La furia estalló. "¡Ah, él va a ver lo que es ser activado! Voy... a mandar un correo anónimo a toda la junta directiva de Ventures diciendo que su cartera es una farsa! ¡Voy a poner su perfil en todos los sitios de citas para amantes de plantas carnívoras y de personas que creen que la astrología es una ciencia exacta! ¡Voy... a contratar un skywriter para escribir 'RODRIGO USA CALCETINES CON SANDALIAS' sobre la sede de la empresa!"
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Editado: 24.09.2025