Refugio
Luego de hacer el check-in correspondiente, me dirijo a uno de los bares que hay en el aeropuerto. No he comido nada desde el día anterior, y aunque no tengo mucho apetito, sé que me afectará durante el viaje, ya que no suelo comer en el avión.
Hago mi pedido a una amable mesera, mientras vuelvo a encender el teléfono previamente cargado.
Apenas toma señal, más llamadas perdidas entran. Entre las que se encuentran de mi padre, de Leonor y obviamente de ellos. También hay de mi tía, de Gabriela; la esposa de mi padre, y Victor, que seguramente llamó cuando despertó y no me halló en su piso.
La mesera se acerca trayendo lo que ordené. Le doy las gracias, ella asiente con una sonrisa, y se retira.
Dejo el celular a un lado luego de quitarle el sonido.
Como un poco de la tarta de manzana que pedí, y le doy un sorbo al Capuccino, cuando mi celular comienza a vibrar en la mesa, lo miro como si fuera la peor cosa del mundo. En cuanto veo el nombre de mi primo en la pantalla, suelto un suspiro, y decido responderle.
—Hola.
— ¿Así que esto es lo que recibo, despertar y que ya no estés? ¿Qué, ni siquiera un adiós merecía? —reclama, y con justa razón.
—Era lo mejor, créeme.
— ¿Lo mejor para quién? Solo para ti.
—Perdóname, tienes toda la razón en estar molesto. Tal vez no fue la manera. Pero los dos sabemos que hubiera sido complicado. Me habrías querido convencer de venir, y yo, culpable terminaría cediendo. Y no quería. Necesito desde ahora, alejarme —intento justificar.
Lo escucho bufar y rezongar. Sin embargo, termina lanzando un suspiro de resignación.
—Reclamarte algo ya no sirve de nada— dice confirmando lo que supuse —. Eres una malvada, pero ya te fuiste, ¿qué más puedo decirte?
— ¿Que me quieres, y me extrañarás tanto como yo a ti? —digo suavemente.
—Hago ambas cosas, aunque no lo merezcas ahora —suelta en tono ofendido. Le sonrío aunque no pueda verme—. Te extrañaremos mucho, ranita.
Mis ojos se empañan.
—Dile a mi tía que no se enoje, que estaré bien, y que la adoro muchísimo. Que cuando menos lo espere estaré de regreso —le pido llorosa.
—Estará inconsolable, lo sabes.
—Lo sé —expreso con un nudo de culpa en mi garganta—. Pero sé también entenderá que esto para mi es vital. Lo que provocó todo esto es… —dejo de hablar, atravesada por la angustia.
—Lo sabe, de hecho, no estoy seguro de qué les hará cuando le diga que te fuiste.
Juego con la cuchara, ensimismada.
Hablamos otro rato, antes de despedirnos, me hace jurar por todo lo sagrado que lo llamaré contínuamente, de lo contrario, no habrá Dios que me salve de su ira.
Eso consigue que una risita se me escape.
Media hora después, subo al avión, que me llevará rumbo a mi refugio.
***
Paso dos días en la ciudad de Buenos Aires antes de llegar a mi destino final. Allí, en la capital del país, recorrí varios puntos que siempre había querido conocer. Lugares que significan en la vida de mi familia materna.
Mi mamá por su trabajo como modelo viajó a varios países, entre ellos México, donde conoció a mi padre que, para ese entonces, comenzaba su carrera gastronómica. Se enamoraron, se casaron ahí, poco después nació Leonor, mi hermana. Seis años más tarde, nací yo, pero aquí en Argentina cuando vinieron al funeral de mi abuelo. Un contratiempo de salud provocó que naciera un mes antes. En cuanto todo estuvo bien, nos trasladamos nuevamente a México. Sin embargo, tiempo después de llegar, mamá volvió a enfermar; falleciendo cuando yo apenas tenía 9 meses.
No la conocí, no obstante, mi abuela Luisa, mi Nonna, hizo que supiera todo de su hija mayor, que para estar con nosotras y ayudar a papá, dejó su casa, su país y se mudó allá junto a mi tía Judith y mi primo Víctor, que tenía apenas dos años de edad.
Mi abuela solía decirme que no fue un sacrificio para ellas dejar todo, e ir junto a nosotras. Pero sé que cada día añoró su tierra, y el hogar donde vivieron.
Por esa razón, cuando tomé la determinación de viajar, éste fue el primer y único destino que elegí, para poder tomar distancia luego de que todo estallara. Será el último sitio en el cual buscarán, y más en la provincia que escogí estar.
Veo a través de la ventanilla del taxi, el precioso paisaje. Bosques, montañas, y nieve. Froto mis manos para darles calor, sabía que haría frío, pero no imaginé así. Contemplo todo con sumo entusiasmo. Logro percibir calidez recorrerme a pesar del clima.
El auto estaciona finalmente y el chófer indica que hemos llegado. El barrio se ve sumamente tranquilo. Al salir, el aire frío golpea mis mejillas, aún así sonrío. Aspiro profundo, sintiendo después de semanas, algo de sosiego.
—Acá le dejo señorita —escucho al hombre decir.
Volteo y lo veo acomodar mis maletas.
—Muchas gracias —digo, y saco el dinero—. Aquí tiene.
—Uh, a ver si llego con el vuelto —manifiesta.
—No, tranquilo. Quédese con él.
— ¿En serio? —asiento—, ¿está segura? Es mucho… —expone dudoso.
—Segura —respondo sonriendo.
—Bueno, le agradezco mucho, señorita— acepta, aunque vacilante.
Se despide luego de darme las gracias nuevamente, sube al auto, y se aleja en él.
Giro entonces, y comienzo a avanzar hacia la casa que alquilé dos semanas después de ver las pruebas del engaño. Hago a un lado ese pensamiento. Arrastro mis valijas por el caminito de piedras, bordeado por algunas capas de nieve.
Pronto quedo frente a la edificación, que será mi hogar hasta que esté lista para volver a mi vida habitual.