Ciega
Cruzo la puerta principal, siendo recibida por un clima cálido, ideal. Suspiro por lo bajo al sentirlo.
—Pasá, ponete cómoda. ¿Querés algo caliente? Hice café, pero si preferís puedo hacerte un té o una chocolatada.
La miro extrañada, parada aún en el hall de entrada.
Es como de mi estatura, de unos 23 o 24 años. De cabello levemente rizado, tez trigueña, ojos oscuros y risueños.
—Gracias, café esta bien —acepto algo cohibida.
—Buenísimo —voltea y se pierde dentro de lo que creo es la cocina— ¡No te quedes ahí parada! Entrá, sentate, estás en tu casa.
Dejo mi equipaje junto al que ella tomó antes, y camino hacia el living observando todo con satisfacción. Aunque noto le hace falta decoración, me agrada.
Es amplio, las paredes son de madera hasta la mitad y placas pintadas en tonos cálidos. Un hogar grande de piedra, sillones en color crema y mesillas de madera clara a los costados, acompañan en sintonía. Sonrío complacida, ya que esto fue lo que justamente me atrapó a la hora de elegirla y rentarla casi de inmediato. Ese toque hogareño, sencillo, apacible; es lo que me agradó. Lo que necesito.
— ¡Listo! —la escucho, y recuerdo su presencia. Regresa cargando una charola—. Esto te va sacar el frío, ya vas a ver, sentate —insiste, señalando el sofá de dos cuerpos delante de mi.
Le hago caso, dubitativa. Una vez que me siento me tiende una taza decorada con flores amarillas, la acepto agradecida. Ella me sonríe afable y se sirve también.
— ¿Y cómo estuvo el viaje? ¿Sos mexicana, cierto? —pregunta curiosa.
No puedo evitar mirarla algo desconcertada.
—Sí, lo soy. El viaje estuvo bien —le respondo simple. Bebo un sorbo, cerrando los ojos. La infusión hace lo suyo, el alivio al sentir el calor recorrerme, es plancentero—. He pasado unos días en Buenos Aires, por ello mi retraso —comento, ya que debía llegar antier.
— ¿Y qué te pareció? —indaga con interés.
Frunzo las cejas al escucharla, contrariada .
Ella medio sonríe avergonzada.
—Perdón, yo haciéndote estas preguntas y ni siquiera me presenté como es debido. Lo que estarás pensando... —manifiesta negando. Estoy a punto de sacarle importancia, pero se adelanta—; Mi hermano es el dueño de la casa. Él no pudo estar para recibirte, así que me pidió viniera a darte la bienvenida y dejarte las llaves.
Retira de su saco oscuro el juego, y me lo entrega. Le sonrío amable. Sospeché era familiar del hombre.
—Dejó sus sinceras disculpas, pero debía ausentarse. Igual cualquier cosa que se te ofrezca, me avisás —explica solemne.
—Eres muy amable.
—Bueno… —musita ruborizada llevándose su taza —. Va a ser mejor que me vaya, debés estar cansada. Te voy a dejar anotado acá mi número, por si algo llegás a necesitar. ¿Dale? —apunta la mesilla junto al sillón donde hay una hoja. Escribe allí, luego se vuelve hacia mi —. Espero que te sientas a gusto, y no dudes en llamarme. Tenés todo lo que necesitás, y creo que mi hermano dejó alguna nota por ahí, por si algo no entendés.
Señala hacia cualquier lado, sin perder su afable sonrisa.
—Muchas gracias, si llegara a precisar alguna cosa, ten por seguro que recurriré a ti —digo cordial.
—Ya me voy, que descanses… y, bienvenida de nuevo.
Le doy las gracias, la acompaño hasta la puerta y se marcha.
Cuando me quedo sola, miro nuevamente alrededor. Respiro profundo, soltando el aire de a poco.
Recorro la casa con calma, empiezo por la cocina que comparte espacio con el comedor. Una pequeña mesa redonda con 4 sillas, una barra de desayuno de madera y ladrillo expuesto, componen el lugar que me sacan una sonrisa de agrado. Sigo por un pasillo que me lleva hacia tres puertas. Las abro. La primera a mi izquierda lleva a un lavadero, a mi derecha el garaje con espacio para dos autos, y la última que está al final; lleva al jardín trasero. Observo el exterior apoyada en el marco, alcanzo a ver algunas macetas vacías, un árbol con pocas hojas amarillentas y sus ramas decoradas por la nieve.
Suspiro, melancólica al pensar, lo lejos que vine para encontrar mi paz, estabilidad.
Me vuelvo sobre mis pasos, vuelvo al hall donde dejé mis valijas, tomo una y me encamino a las escaleras para subir y buscar el dormitorio.
La habitación es espaciosa, también cuenta con un hogar como en el living, solo que está apagada. Las paredes comparten decoración, pero aquí las placas están pintadas en color amarillo pastel.
El baño no es muy grande, pero me gusta que tiene bañera. Sin perder tiempo me acerco para abrir el grifo. Me detengo al ver que allí cuelga un papel. Lo agarro. Escrita en letra muy prolija, leo;
La canilla del lado izquierdo es el agua fría, el del lado derecho caliente. Para la ducha debés abrir el del medio, si la cerrás, llenás la bañera.
Si no sale agua caliente, tendrás que encender el tanque que está en la cocina.
Curvo mis labios.
»Qué difícil habría sido adivinar cómo usar esto sin la nota« pienso irónicamente. Vuelco los ojos.
Abro el grifo y poco a poco el agua comienza a caer. Cuando la temperatura es la adecuada, vuelvo al dormitorio para comenzar a acomodar lo que usaré ahora.
Una vez en la tina cierro mis ojos, dejando salir toda la tensión en mis músculos.
Fragmentos de los años compartidos, se mezclan en mi mente. Cada momento vivido junto a ellos. Y la inevitable pregunta, esa que me atormenta desde que me enteré de todo, se asoma, haciéndome sentir tonta. ¿Desde cuándo se volvieron amantes? ¿Cómo no me di cuenta antes?