Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 6 –

Realidad
 


 

Luego de comprar el cargador, nos detuvimos a almorzar en un pintoresco lugar llamado "La estrella del Lago". No recuerdo cuándo la última vez fue que comí tan delicioso, y me sentí así, tan... extrañamente cómoda. Lo cierto es que Maia, ha sido muy gentil, graciosa y solidaria. Aún cuando no me muestro muy sociable.  Conversa con ligereza sobre cualquier tema, incluso, me ha hecho preguntas sobre México. Lugares allí que le gustaría visitar, comidas que le gustaría probar. De esa manera, sin siquiera darme cuenta, ha logrado que me sienta relajada y desenvuelta. Que no piense tanto en cómo se han dado las cosas con ella, y solo disfrute del rato.
 


 

Después del almuerzo, me lleva sin que me resista demasiado a un par de sitios, me cuenta anécdotas que me hacen sonreír más de una vez, saluda alegre a casi toda persona que se nos cruza, portándose cariñosa y amable, recibiendo lo mismo. Lo que me hace entender que así es ella, que no es solo apariencia o compromiso conmigo por ser inquilina de su hermano. Es auténtica, es lo que veo, y eso hace que me agrade.
 


 

Así pasamos un rato, hasta que me indica que la acompañe al sitio donde debe solucionar una cuestión. Asiento siguiéndola.
 


 

La puertita azul”, es un bar situado en el centro. Es bonito, el exterior es de ladrillo expuesto en color negro, y las columnas revestida en madera oscura. Un cartel que cuelga en una de sus ventanas, llama mi atención:  
 


 

Gran inauguración en 10 días
 


 

— ¿Te gusta? —me pregunta Maia, que se detuvo a mirar también.
 


 

—Sí —confirmo.
 


 

— ¿Entramos? Lu debe estar esperando adentro —apunta sonriente.
 


 

Entra, cruza la puerta que es azul –como el nombre del local –, y la sigo.
 


 

Una vez  dentro, observo al rededor. El lugar esta equipado con mesas y sillas altas en el centro rodeando a una isla, donde adivino salen los tragos. En el fondo, contra las paredes, sillones de cuero y mesas de madera clara. A mi costado izquierdo una escalera de hierro que lleva a un piso superior, y en el derecho sillones de cuero y mesas bajas cerca de las ventanas. Dando la impresión cada espacio de tener su toque alejado, pero en sintonía en cuanto a decoración. 
 


 

— ¡Está cerrado! —escuchamos una voz masculina emerger del otro lado de la isla.
 


 

— ¿Para la inspección también? —profiere mi acompañante.
 


 

Un hombre de cabello largo rubio y barba tupida, se asoma.
 


 

—Sobretodo –responde él sonriendo con burla.
 


 

—Hola pié grande —lo saluda ella con diversión, acercándose a la barra.
 


 

— ¿Qué hacés Tasmania? —devuelve él — ¿Qué andás haciendo? ¿Paseando un rato? –indaga viendo en mi dirección.
 


 

—Sí, un poco —Maia sigue su mirada —. Vení Eloísa —me hace señas, que sigo parada en la entrada.
 


 

— ¿Eloísa? ¿la mexicana? —arqueo las cejas al oírlo.
 


 

Maia lo mira regañándole. Él hace un gesto de disculpa.
 


 

—Sí, es ella —le confirma —Eloísa, te presento a Luciano, el bocón  —lo señala rodando los ojos.
 


 

Él le dedica una mueca.
 


 

—Mucho gusto –dice extendiendo su mano hacia mí.
 


 

—Igualmente —estrecho vacilante.
 


 

—Disculpá el comentario de hace rato. Se me escapó, no siempre soy tan bocón —le dirige una mirada de reproche a ella.
 


 

—Esta bien, no hay problema —le quito importancia sonriendo apenas.
 


 

Me la devuelve con más amplitud. Me remuevo, vagando mi atención en el local fingiendo interés.
 


 

— ¿Qué hacen por acá? —le pregunta a Maia.
 


 

—Vine para ver el tema del proveedor –indica ella.
 


 

—Pero si le dije al grandulón que no hacía falta, yo puedo arreglarlo.
 


 

—Lo mismo le dije, pero ya sabés como es—le explica.
 


 

—Sí, un cabeza de termo —resopla. 
 


 

Sonríen.
 


 

Pronto se enfrascan en su asunto. Revisan papeles y hacen cuentas que no presto atención.  Así que mientras ellos arreglan y debaten el inconveniente que tienen, yo me alejo para darles espacio. Me paseo por el lugar, observando, hasta que decido sentarme cerca de una de las ventanas. Contemplo a través del vidrio polarizado, el ir y venir de la gente.

» Víctor estará esperando mi llamada. «  Me pongo a pensar.

No sé cuánto tiempo pasa, hasta que Maia se sienta frente a mí.

—Listo —dice en un suspiro —, perdón. Tardamos mucho.

—No te preocupes, ¿pudieron solucionarlo?

—Creo que sí —responde ligera — ¿Te gustaría tomar algo, o preferís irte? —propone atenta.

—Te agradezco, pero preferiría...

—Permiso... —interrumpe de pronto Luciano, trayendo una bandeja que deposita en la mesa frente a nosotras —La casa, invita —anuncia, señalando las copas.

El líquido bicolor y el aroma frutal, invaden mis sentidos.

—Eres muy amable, pero...

—Tranqui, tranqui, no tiene alcohol; si es lo que te preguntas —revira, al verme dudosa —No puedo dárselo a menores de edad —Guiña cómplice.

El calor se apodera de mis mejillas.

—Es verdad, tomá tranquila —avala Maia, que lo mira con una diversión que no entiendo.

—Gracias —solo digo, bebiendo un sorbo —Está muy rico —musito con agrado.

—Qué bueno. Espero entonces te animes a venir el día de inauguración, así podés probar mis otras especialidades —expone, haciéndome sentir incómoda.




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