Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 8 –


Buena compañía
 


 

El sonido del metal rasgando y atravesando la carne ya muerta, eriza mis vellos y acelera mi corazón de una manera tan aterradora, que temo pueda explotar antes de tiempo. Rezo. Nunca había tenido tanta urgencia por conectarme con mi parte religiosa, si es que existía un Dios realmente, le rogaba me oyera. No quería morir, no aún; no así. Siendo otra víctima de su filoso cuchillo. De ese asqueroso asesino.
 


 

Pienso, intento trazar un plan para salir de mi escondite en cuanto él salga. Me esfuerzo por recodar lo que alcancé a ver antes. Cierro mis ojos buscando alejarme de la visión de mi novio siendo descuartizado por el loco del valle.
 


 

Mi concentración de pronto, se interrumpe. Ya no hay ruidos. De repente el silencio suena más terrorífico, y eso, me paraliza hasta los pulmones. Me aproximo al pequeño agujero en la pared. Nada. No está. 
 


 

Lo busco, pero nada, el cuerpo desmembrado de Samuel yace en la mesa, pero de él no hay señales. Inmóvil, me pregunto si habrá salido. ¿Dónde está? 
 


 

Completamente quieta, permanezco alerta, si en unos minutos nada pasa, saldré.
 


 

Pero un fuerte golpe anuncia que está aquí, y por los ruidos de cosas cayendo, sé que algo busca. 
 


 

Muevo mis ojos buscándolo, por los movimientos, está cerca. Mi cuerpo reacciona sabiéndolo, intuyendo que tal vez, esté buscándome. Un nuevo golpe me hace temblar hasta los huesos, segundos después, otro. ¡ESTÁ FRENTE A MÍ!
 


 

Su aterradora sombra se mueve delante de mis ojos. Está buscándome, lo sé. Mi escondite de pronto se vuelve más pequeño, no puedo respirar por el miedo, no puedo moverme debido al terror de que me encuentre.
 


 

Más cosas caen, el sonido de cristales rompiéndose provocan que mis lágrimas se desborden. Ruego, imploro que no me encuentre, aunque la resignación comienza a abrirse paso en mi pecho. Me hallará. Lo siento... Lo veo... 
 


 

El timbre me sobresalta, arrancándome de mi lectura. Suelto un suspiro, mirando la hora en la parte inferior de la pantalla del Laptop. Las 19:50pm. Me incorporo del cómodo lugar que preparé frente al hogar para poder terminar mi trabajo. 
 


 

Cruzo el living, el hall, alcanzando la puerta principal, antes de abrir me acerco a la mirilla solo para confirmar lo que supuse.
 


 

Abro un momento después.
 


 

— ¡Hola! —me saluda Maia apenas quedo frente a ella.
 


 

—Hola —devuelvo el saludo, sonriendo con agrado. 
 


 

— ¿Cómo estás? 
 


 

—Bien, ¿y tú? —digo, invitándola a pasar.
 


 

—Bien —responde, entrando vacilante —, espero no te moleste que venga sin avisar.
 


 

—Para nada —contesto, fijándome que trae una bolsa de compras. Le señalo la sala para que siga. 
 


 

Se quita el abrigo, y lo tomo para colgarlo en el gancho detrás de la puerta.
 


—Pasaba por acá y pensé que podía venir a ver cómo estás... —comenta, deteniéndose abrupta —Estabas ocupada —dice viéndome apenada —, otra vez te molesto.

Observo lo que ella.

—No, para nada. Solo terminaba con un pendiente —le explico acercándome a mi improvisado espacio de trabajo, e inclinándome para recogerlo todo del suelo.

—Ay no, terminá tranquila. Yo quería ver cómo estabas nada más, como hace dos días que no sé nada de vos... —expone.

Le sonrío tranquilizadora.

—De veras que no me molestas —indico dejando el Laptop y carpetas encima de la mesa —, de hecho, pensaba llamarte por lo mismo —le confieso.

Y es verdad. Luego de ese paseo, y la charla con Víctor, me dispuse a terminar con mi último trabajo. Sin embargo, me ganó mi masoquista curiosidad, acabando en varias páginas donde leí todo sobre lo que mi primo me contó. ¡Dios! Realmente quedé impresionada con la capacidad de mentir de algunos medios. Incluso se atrevieron a divulgar, que Aldana estaba embarazada de Gael, lo que provocó mi venganza esa noche. Mi molestia creció al igual que mi tristeza. Lo que me llevó a no salir de la casa en estos dos días, sumergiéndome en el último trabajo que me quedó.

— ¿Ah sí? —se interesa.

—Sí, es que... Bueno, no he salido de la casa y pensé que tal vez... No sé, podríamos salir a dar un paseo. Beber algo, ¿quizá? —expongo dubitativa.

Alza las cejas, sonriendo con entusiasmo.

— ¿En serio? —se muestra sorprendida, y no la culpo. Solo asiento, serena —, qué bueno. Porque... —levanta la bolsa —salí a comprar para la cena, y en el camino pensé que por ahí podríamos compartirlo. No quiero cenar sola... no me gusta estar sola —declara, y sus ojos se ensombrecen ligeramente.

La observo con atención, entendiéndola. A pesar de mi elección, me cuesta estarlo también. Echo de menos mi casa, a Víctor y mi tía, a... suspiro internamente.

—No sé cocinar muy bien —digo con una mueca.

—Tenés suerte entonces, porque yo sí —responde guiñándome risueña — ¡Ah! Esperá, ¿te gusta el pollo? Sé que vegetariana no sos, ya que comiste carne el otro día —dice reflexiva —, pero capaz no te gusta el pollo... hasta ahora lo pienso —se reprocha.

—Me gusta, no te preocupes—solo digo.

—Buenísimo —profiere, dirigiéndose sin más a la cocina. La sigo.

Comienza a moverse y sacar lo que usará, mientras yo, la veo atenta. Se desplaza con agilidad, sin perder en ningún momento ese gesto amable y pícaro, diría.

— ¿En qué te ayudo? —le pregunto uniéndome a ella.

Me mira, pensativa.

—Hay lechugas y tomates en la bolsa. ¿Sabés cortarlos? —sonríe divertida.

Me cruzo de brazos.




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