Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 9 –


Recuerdos
 


 

—Bueno, listo. Ahora a esperar que se cocine —indica ajustando el fuego del horno. Abro el refrigerador para colocar allí la ensalada —. ¿Sabés lo que es el mate? –indaga de pronto. 
 


 

Me vuelvo para mirarla.
 


 

—Sí –afirmo, aguardando lo que dirá.
 


 

— ¿Y tomaste alguna vez? 
 


 

—Sí, lo hice –sonrío bajando la cabeza —Mi abuela tomaba, pero nunca consiguió me gustara.
 


 

— ¿Ah sí? Debió ser frustrante –bromea.
 


 

—Lo fue –confirmo, recordando sus quejas de no saber apreciar su gusto y buena costumbre –Porqué la pregunta.
 


 

—Para saber, y traer la próxima mi equipo de mate –se encoge de hombros.
 


 

—Aunque no lo haga, puedes hacerlo –apunto con simpleza.
 


 

Me mira reflexiva.
 


 

—Qué confianzuda soy –se queja con ella misma —yo invitándome sola para una próxima. 
 


 

Una risita por lo bajo se me escapa.
 


 

—Puedes venir cuando gustes, Maia. En serio. Agradezco que lo hagas –me sincero.
 


 

—No te queda otra que decir eso, cuando desde que llegaste no hago más que invadir tu espacio –sale de la cocina, de repente notándola taciturna. Se sienta en el sillón, y la sigo —;  Tengo que confesarte, que no solo me caes bien, sino que... no me gusta estar sola. Por eso soy tan pesada, no tengo amigas cerca... O mejor dicho, no las tengo. No de esas verdaderas.
 


 

La observo, entendiéndola.
 


 

—Creeme que no lo digo porque no me queda de otra, lo digo con toda sinceridad. También me agradas, y te doy las gracias. De lo contrario, no hubiera salido de aquí desde mi llegada –sus ojos café, me miran agradecidos.
 


 

Un momento después, su semblante se ilumina.
 


 

—Ya que lo decís, ¿tenés pensado visitar algún lugar? ¿un tour, o algo?
 


 

—Bueno, sí. Tampoco pensaba quedarme encerrada hasta mi partida –repongo ligera. — ¿Por qué?
 


 

—Es que pensé, que podría llevarte –manifiesta con una sonrisa —, no es que sea ¡Guau! Qué guía de turismo, pero puedo mostrarte los lugares más lindos de Lago. Claro que si contrataste ya algún tour... 
 


 

—No, aún no –anuncio —Me gustaría. Creo que lo pasaría mejor.
 


 

— ¿Sí? —muevo la cabeza afirmando mis palabras. Aplaude y emite un gritito alegre.
 


 

A continuación se sumerge a enumerar los sitios que iríamos a visitar, y yo, la escucho atenta, sonriendo ante su entusiasmo.
 


 

Estábamos tan enfrascadas en los planes, que si no hubiera sido por el aroma del pollo en el horno; no nos habríamos dado cuenta del tiempo.
 


 

— ¡Uy! Voy a fijarme –anuncia yendo a la cocina con prisa.
 


 

—Hum, huele muy bien –susurro, sintiendo el hambre despabilarse en mi estómago.
 


 

Me incorporo para ver en qué ayudo, cuando el timbre de la puerta, me distrae.
 


 

Frunzo el ceño, extrañada.
 


 

— ¿Quién podrá ser? –miro la hora.
 


 

21:05pm marca el reloj en mi teléfono. Con él en mano, camino hacia la entrada. Llego a escuchar a Maia decirme algo, pero no consigo saber qué, porque ya estoy alejada.
 


 

Acerco mis ojos a la mirilla, y veo a un hombre. ¿Quién será?
 


 

Abro despacio, apenas para que me vea.
 


 

— ¿Sí? –digo cuando lo tengo frente a mis ojos.
Deja de teclear en su teléfono, posando sus ojos en los míos.
 


 

—Hola, cómo éstas. Vos debés ser Eloísa, ¿No? –profiere con su voz gruesa y firme.
 


 

—Sí, ¿usted es... ? –dejo la pregunta en el aire, con sospecha.
 


 

—Perdón, yo soy Beltrán: el dueño de la casa –se presenta. 
Exhalo, abriendo por completo.
 


 

—Oh, qué tal. Mucho gusto –le tiendo la mano.
 


 

—Igualmente –la sostiene, mirándome con algo que creo es preocupación. Me suelta —Disculpá que venga a esta hora, así, pero me preguntaba si vos, por causalidad viste a mi hermana hoy. La chica que te recibió –cuestiona con seriedad.
 


 

Estoy por responder, pero alguien se me adelanta.
 


 

— ¿Beltrán? –oímos a Maia.
 


 

Él dirige sus oscuros ojos a ella, soltando el aire que parece contenía.
 


 

— ¿Qué hacés acá? Te llamé varias veces, Maia –su tono es recriminatorio.
 


 

— ¡Sí, estoy bien! ¿Y vos? No te esperaba hasta pasado mañana —le dice ella, que al alcanzarlo lo besa en la mejilla — ¿Llegaron bien?
 


 

—Sí. ¿Tenés el celular apagado? Porque me cansé de llamarte. Me preocupé.
 


 

—Debe haberse quedado sin batería —explica ella.
 


 

Él aspira y exhala, negando.
 


 

— ¿Qué hacés acá, y a esta hora? –vuelve a preguntarle.
 


 

—Iba a cenar con Eloísa –me señala.
 


 

Ve en mi dirección, y se sorprende, como si de pronto recordara que estoy aquí, junto a ellos.
 


 

— ¿Por qué? Te pedí que estuvieras en casa –replica con severidad.
 


 

Me remuevo, pensando que tal vez sería mejor dejarlos a solas. Veo a Maia cruzarse de brazos, con los ojos entornados.
 


 

—Porque sí. Y yo te dije por qué no quería ni puedo estar encerrada ahí, sola –le dice ella seria también.
Se le acerca, susurra algo y él, posa su mirada en mí.
 




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