Desconcertante
Despierto llorosa y envuelta en una angustia que se atora en mi garganta. Retiro las lágrimas que el sueño me arrancó. Me quedo sentada con los brazos rodeando mis piernas, rememorando lo que fue un sueño emocionalmente agitado. Por un lado los recuerdos de nuestra adolescencia. Aldana y yo habíamos compartido grandes cosas, pero sin duda en esa época fue un desafío ser amigas. Ella siempre extrovertida, aventurera e impulsiva. Mientras yo, trataba de mantener la seriedad en nuestra amistad. Me caracterizaba por ser más calma, vivía sumida en libros que me llenaban y poco salía, de no ser por ella.
Luego estuvo el día en que conocí a Gael. Había sido en la playa, frente a la casa de mi abuela, a quien enterramos esa misma tarde. Mi rumbo y motivaciones estaban suspendidas, sangraba por la partida de mi Nonna, mi referente, mi amiga… la madre que la vida me había quitado tanto tiempo antes.
Y ahí él, como enviado por ella, o eso quise pensar. Fue un encuentro accidentado, y me hubiese resultado gracioso de no haber sido porque me encontraba devastada. Cada día luego de ese, él se dedicó a acompañarme. Y me refugié ahí, en donde creía que era seguro.
Qué equivocada estuve.
Y finalmente, un triste sueño que refleja lo sola que me siento, lo sola que he estado durante tanto tiempo y no me había dado cuenta. Mi abuela.
Mi corazón se acelera al pensarla.
Al recordar cuánto me hace falta, lo que daría por un abrazo, de esos, suyos, que reparaban hasta los huesos.
Sollozo sin poder contenerlo. Su partida fue una de las razones por las que no quise ver más allá de las señales. Me agarré a la amistad de Aldana y al amor de Gael, como si me fuera la vida en ello y todo porque no quería esa soledad. No quería aceptar que la única persona que me entendía y amaba ya no estuviera. Tenía a mi tía y a Víctor, claro. Y en menor medida a mi padre y hermana. Sin embargo Nonna era mi timón, y mi ancla. De ella habia aprendido a valerme por mí misma, a valorarme. Apreciar las cosas verdaderas… que su luz se extinguiera tan pronto, me resultó intolerable.
Punzadas en mi cabeza me atraen a la realidad. Aprieto los labios, obligándome a no dejar que la pena me arrastre. De nada sirve ya. Estoy aquí para reencontrarme, reconciliarme con mis errores y aceptar que ya no los puedo cambiar, e intentar resurgir con ello.
Bajo de la cama entrando al cuarto de baño. Me meto bajo la lluvia caliente de la ducha, destensando mis músculos. Cepillo mis dientes después, peino mi cabello que se resiste a quedar como quiero. Lo recojo en un moño flojo en lo alto de mi cabeza. Apoyo mis manos en el lavabo y observo mi rostro en el espejo. La misma sensación me recorre al verme. No me encuentro ahí, donde antes creía estar. Mis ojos castaños lucen cansados, vacíos y con ojeras enmarcando. Mi piel blanca salpicada de pequeñas pecas sobre mi nariz y mejillas, herencia de mi madre y que ahora observo como si hubieran salido apenas. Increíble lo que puede hacer el engaño en uno. En lo dificil que resulta verte, hallarte después de eso, sintiéndote la única responsable.
Aspiro profundo.
Sacudo la cabeza. No tengo idea de cómo hacer esto, pero si algo tengo seguro, es que de aquí me marcharé siendo otra persona. Una versión nueva.
Convenciéndome de ello, bajo a prepararme un ligero desayuno. Llevo conmigo mi laptop y mientras ingiero lo que preparé; contesto los e-mails referidos al manuscrito que debo terminar. Reviso otros que son ofertas de trabajo, pero que decido dejar hasta que tenga un real panorama de lo que haré. Por el momento debo acabar con el pendiente, y luego abocarme a salir y pasar tiempo conmigo desde otros aspectos.
Me topo con varios mensajes de ellos. Los ignoro. Medito si bloquearlos. Sin embargo titubeo en el último segundo, y cierro el correo.
No sé si estoy actuando bien, si es correcto o no. Lo único que sé es que no tengo otra manera de cómo afrontarlos ahora. Simplemente hay cosas que no se pueden manejar, y ya; me convenzo.
Me acerco a la ventana que da al jardín delantero. Observando el hermoso día que hace afuera. Cierto frescor hace que sepa que a pesar del sol brillante sobre el cielo despejado, hace frío. Luego de estar ahí unos minutos, decido salir. Maia me había llevado al centro y había comprado varias cosas, sin embargo algunas me seguían faltando. Además necesito despejarme. Esos sueños que antes fueron mi vida, siguen revoloteando por mi cabeza, llenando a mi corazón de nostalgia. Salir me vendrá bien.
Subo al dormitorio y sin mucho planear busco qué ponerme. Elijo unos vaqueros gastados rotos apenas en los muslos, un suéter gris de cuello alto y mis Converse blancas. Por último, y por si llegara a hacer más frío del que creo, tomo un abrigo color camel largo hasta las rodillas. Guardo mi teléfono, mi cartera revisando que el dinero y las tarjetas estén. Una vez lista, desciendo las escaleras.
Coloco las llaves en el bolsillo del saco, y contemplo la calle que se extiende solitaria. Volteo a ambos lados. A lo lejos veo a un par personas dirigirse calle abajo. Espero, por si logro ver un taxi. Pero nada.
» ¿Pasaran por aquí? «. No recuerdo que Maia lo haya dicho. Sopeso la idea de enviarle un mensaje para saber, pero le deshecho. Debe estar en la universidad.
Después varios minutos parada como una tonta, bajo algunas miradas curiosas que pasan, decido ir al centro caminando. Sé que no está lejos, después de todo. En auto tardamos algo de siete, u ocho minutos y no había doblado en casi ninguna calle, solo cuando la misma se volvió cotramano. No es lejos.
Así con paso ligero, y disfrutando de las vistas, camino relajada. Veo las casas de diferentes tamaños y estructuras, alzarse a los costados. De fondo las montañas pintadas en parte por la nieve caída, y otra parte por los bosques que se adivinan fabulosos. La curiosidad y el entusiasmo me invaden. Sin dudas apenas acabe mi trabajo, deberé ir a conocer. Muero por subir allí, perderme entre los árboles y contemplar la maravillosa vista desde ahí.