Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 13 –

Su sonrisa
 


Me costó muchísimo llegar a la casa. Cada paso fue un suplicio sobre todo intentar mantener el equilibro y no apoyar el pie, que lo siento cada vez más inflamado. Una vez cruzo la puerta, suelto una exhalación, ofuscada. Con lentitud llego hasta el sofá, me tiro en él y con cuidado me quito los zapatos. Aguanto el dolor, y una vez me libero, suspiro de alivio.

—Oh, esto es genial —protesto al ver la hinchazón que rodea mi tobillo.

Intento moverlo, sin embargo el dolor que se dispara desde allí, hace que un gemido abandone mi boca.

¡Maldición!

Respiro hondo, cerrando los ojos. Cuando pienso que debo volver a ponerme en pie y procurar llegar a la cocina, entonces escucho que llaman a la puerta. Suspiro con desgana, si la sola idea de caminar para buscar hielo me acobarda: ir hasta la entrada me desalienta el doble.

Vuelven a llamar.

— ¡Un momento! –grito preparándome para levantarme.

Uno… dos… tres.

— Oh… mierda —me quejo cuando el dolor vuelve a ascender.

— ¿Eloísa? Soy Maia —escucho de pronto.

— ¡Sí, ya voy!

Entre quejidos y exhalaciones, consigo llegar. Cuando apenas abro una rendija, Maia se abre camino adentro.

— ¿Cómo estás? Mi hermano me contó que tuvieron un encontronazo… –por supuesto que se lo dijo.

—Estoy bien, es solo un golpe… —en cuanto giro para regresar a la sala, expulso otra queja.

—Eso no se ve como un simple golpe. Vení, traje lo necesario.

Me enseña una bolsa que no presté atención.

—En verdad, no debiste molestarte, estaré bien.

—Te ayudo a llegar al sofá, dale—Resignada porque sé que no conseguiré convencerla de lo contrario, me dejo guiar. —Voy a traer agua caliente, no te muevas —indica acomodando mi pie entre los cojines.

Deposita la bolsa sobre la mesita ratona, y logro ver vendas, una botella con un líquido ámbar, y alguna cosa más.

Dos minutos después vuelve con una fuente de agua y empieza a sacar lo que trajo.

—Viangre de manzana, una crema para la lesión, algunas vendas y Paracetamol—enumera sacando cada cosa.

—No tenías que hacer esto…

— ¿Cómo no? No dejaste que mi hermano te ayudara a llegar, por lo que el esfuerzo debe haberte agotado y dejado más dolor. —Argumenta, y no digo nada. —Además Beltrán prácticamente me echó con esta bolsa para que venga a ayudarte; así que no tuve opción —me guiña.

Niego con la cebeza, sin decir nada. Rememorar lo ocurrido, y peor, como lo traté a él, comienza a hacerme sentir culpable y repasar cada momento.

Dios… tal vez él tenía razón y fue mi culpa.

—Bien, listo. Ya está. —Anuncia Maia varios minutos después.

Termina de colocar la venda al rededor de mi tobillo y parte de mi pantorrilla, luego de haberme puesto la crema con aroma mentolado.

—Gracias, Maia.

—De nada —me sonríe ampliamente—, no te muevas por un rato y tratá de no forzar el pie, apoyarlo y eso. Es más, creo que lo mejor es que te quedes acá, ¿te molesta si subo a tu habitación y te traigo algunas frazadas y ropa para que estés más cómoda?

La miro, y estoy a punto de negar, cuando sopeso mis opciones. Si digo que no y se marcha, tendré que levantarme y la idea no me entusiasma, sobretodo porque siento poco a poco un dulce alivio en toda mi pierna.

—Realmente no quiero que…

— ¿Qué querés que te traiga? —me corta sin más.

Le sonrío avergonzada. A continuación le indico donde está cada cosa y mi pijama.

—Ya vengo.

Se aleja y sube las escaleras.

En tanto escucho sus pasos arriba, apoyo mi cabeza en las almohadas y cierro los ojos, soltando un suspiro de alivio. Me relajo un poco, mientras las imágenes de lo acontecido aparecen en mi mente.

No puedo creer haber sido tan grosera con él, siendo que, pensándolo bien: sí fue mi responsabilidad. O mejor dicho, mi irresponsabilidad cruzar sin mirar mi camino.

¡Eres un idiota!

¿Ahora me vas insultar?

—Oh, Dios. ¿En verdad le dije eso? —cubro mi rostro con mi brazo.

Le debo más que una disculpa, sobre todo teniendo en cuenta que le pidió a Maia viniera a ayudarme. Bien podría no haberlo hecho. No decirle nada por lo antipática que fui.

—Elo, ¿hace cuánto no funciona la estufa arriba?

Retiro mi antebrazo para ver a Maia bajar con mis cosas.

— ¿Qué?

—Hacía mucho frío e intenté prender la chimenea, pero no pude. ¿Pudiste encenderla en algún momento?

—Ah, en realidad… no. No desde que llegué. Tampoco pude.

—Y porqué no nos dijiste.

—Bueno… lo olvidé, supongo. Pero está bien, he pensado mudarme a la habitación que esta junto a la que ocupo ahora.

—Pero igualmente hay que ver el problema. Ya le avisé a mi hermano para venga a echarle una ojeada. Debe ser una tontería, pero yo no entiendo esas cosas.  —Se encoge de hombros, acercándome mantas, la almohada que estaba en la cama y mi ropa de dormir.

Cuando estoy por decirle que no debió molestar a su hermano, su teléfono suena.

La voz de Beltrán surge de un audio;

—Voy para allá. Vení así te quedas con Tomás.

Observo con curiosidad a su hermana. 
¿Tomás?

—Dale, ya salgo. —Es la respuesta de ella. Se vuelve hacia mi—. Cualquier cosa que llegués a necesitar me avisás. ¿Sí? Voy llevarme la llave así se la doy y no tenés que levantarte.

—Pero… no debiste...

—Que descanses. —Me sonríe con calidez, y sin dejar que diga algo más, se va.

Me quedo observándola sorprendida, hasta que desaparece de mi vista.

Miro a mi alrededor, sin saber qué hacer. Por un lado pensar que vendrá me pone un tanto nerviosa. Tanto por su presencia en sí, como por lo que pasó antes y mi manera de tratarlo cuando solo quiso ayudarme. ¿Estará molesto?

No sé cuánto tiempo paso inmóvil perdida en mis pensamientos, hasta que el ruido de la puerta de entrada me pone alerta. Un agujero se abre en mi estómago.




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