Marcas indelebles
Salgo de la habitación sintiéndome muy bien luego de la ducha. Y aunque mi tobillo sigue doliendo, por lo cual intento apoyarlo lo menos posible, está considerablemente mucho mejor. La hinchazón bajó gracias al tratamiento que traté de imitar ayer por la noche después del maratón de películas en Netflix.
Bajo los escalones con cuidado, mientras mi estómago ruge por el hambre. Voy pensando en qué preparar para mi desayuno, cuando suena el timbre de la puerta.
¿Será Maia, tan temprano?
Compruebo la hora en mi celular. Oh, mira qué bien, son las 11 de la mañana. Claro, desperté en el sofá cerca de la 1 de la madrugada, comí cualquier cosa y subí para descansar en la cama. Sin embargo lo que menos hice fue hacerlo, en cambio, abrí mi Kindle y me perdí leyendo hasta casi el amanecer.
El cambio de horario haciendo de las suyas.
— ¡Un momento! —grito a quien creo es Maia.
Un eterno instante después, gracias a mi cogera, llego a la puerta.
—Hola, buen día —saluda Beltrán.
Me quedo sorprendida al verlo. Apoyándome en la madera, le devuelvo el saludo.
—Hola, buenos días.
—Cómo estás.
—Bien, bien y tú —lo miro atenta. Me detengo en una bolsa que sostiene en su mano derecha.
—Bien. ¿Te molesta si entro?
—Oh, no. Claro, entra —me hago a un lado.
Doy unos pasos hacia atrás, mientras él ingresa cerrando tras de sí.
—Perdoná que venga a molestarte a esta hora, volvía al trabajo y pensé en pasar antes.
—No me molestas, Beltrán. ¿Ocurrió algo?
—Solo venía a traerte esto —extiende la bolsa —, es una bota para tu pie golpeado. Creímos que sería bueno que lo uses y puedas moverte con más facilidad.
Asombrada agarro lo que me entrega.
—Vaya… esto es, muy amable de tu parte —no sé que más decir. Últimamente tiene la facultad de dejarme sin palabras.
Me sonríe.
—Fue idea de Maia en realidad. Te lo iba a traer ella por la tarde pero creí que sería mejor lo tengas ahora. Digo, por si querés salir o algo.
Vuelvo a quedarme sin decir nada, solo mirando la bolsa y a él de hito en hito.
—Muchas gracias, yo… no sé qué decirte. Ustedes son… muy buenos conmigo —mi voz extrañamente pierde fuerza al final.
Vaya, ¡hola, sensiblería!
—No tenés que decir nada, y bueno. Sos mi inquilina, y no conocés por acá. Si no te ayudamos nosotros quién lo va hacer. Además estas así por mi culpa, ¿te olvidaste?
Niego.
—No, la culpa fue de ambos, ¿recuerdas? —Sonríe, esta vez mostrando sus dientes.
—Como sea, te va a facilitar las cosas. Probatelo.
—Esta bien, pero con una condición; te pagaré por esto. Y no acepto un no —advierto.
Rie suavemente.
—Lamento decirte no igualmente —estoy a punto protestar, cuando me detiene alzando una mano —. Nos lo prestaron, así que no hay nada por lo qué pagar. Y te aseguro que su dueña no aceptará un peso por el favor. —Abro la boca para preguntar de quién es, pero la vuelvo a cerrar. —Dale, de cualquier forma solo van a ser unos días. Probatelo —insiste.
Resignada y un poco frustrada, le hago caso. Me sigue hasta al sofá, y espera que me lo pruebe.
Al terminar, lo encaro y sonrío.
—Es perfecta, y ciertamente será de ayuda—Me incorporo para probarla. —Es muy cómoda.
—Me alegro —nuestras miradas se encuentran, y la suya es tan intensa, que me pone nerviosa. —Bueno me voy, tengo un día bastante cargado.
Asiento, mientras lo acompaño.
— ¿Cómo está tu hijo? Espero no lo hayan castigado por lo ocurrido —pregunto en tanto abro la puerta.
Resopla.
—Él está bien, y no… no hubo castigo. Aunque empiezo a pensar que debería, me detuvo el corazón cuando no lo encontramos.
—Imagino que sí. Maia comentó que no es la primera vez que lo hace.
Se queda por un momento callado, serio.
—Su mamá y yo estamos separados, y… esta siendo difícil para él —manifiesta tenso.
—Lo siento. De seguro lo es, para ambos —digo apenada.
—Más para él. Hay cosas que no entiende, por ende no las acepta. La manera de exponerlo es haciendo lo que hace.
—En verdad lo lamento, y lo entiendo muy bien —murmuro, viniendo a mi cabeza la casi nula relación con mi padre en mi infancia. —Puede ser complicado, pero creo que encontraran la manera de solucionarlo —expongo convencida.
Beltrán sin embargo, no parece tener la misma convicción.
—Lo único que quiero es que Tomás esté bien, sea feliz, y pueda superar todo esto. Es lo que más me importa —expresa con rotundidad.
—Estoy segura que así será.
—Gracias —agacha la cabeza, quedándose pensativo por un momento —, entonces, nos vemos. Cuidate.
Cruza el umbral. Se detiene y voltea a verme.
—No sé cómo agradecerte por todo —profiero mirándolo con firmeza.
Sonríe, negando, sin apartar su mirada.
—No tenés que hacerlo, ya te lo dije —se encoge de hombros.
—Insisto igualmente. Debe haber algo que pueda hacer para retribuirles su amabilidad. Me haría sentir mejor. —Determino.
Estrecha sus ojos, mientras permanece allí, tal vez pensando cómo rebatir mis palabras.
— ¿Estas segura? —sonríe ladeado. Asiento con seguridad. —El sábado se inaugura el bar al que fuiste con Maia hace unos días, ¿sabés cuál? —muevo mi cabeza en afirmación —, si querés y podés, podrías ayudarnos a terminar de colocar algunas cosas. Y después te quedás con nosotros, va a estar bueno y te aseguro que te vas a divertir. Van a ir muchos amigos y conocidos… algunos familiares tambíen. ¿Te gustaría?
—Sería estupendo, de hecho, no tengo muchos planes para ese día —le dedico una sonrisa amplia, sintiéndome genial al saber que tendré algo por hacer más que estar aquí, o dar vueltas por el barrio sin rumbo. —Incluso si lo hago bien, podría pedirte empleo, ¿no? —bromeo entusiasta.
Rie tambíen.