Comentario incómodo
A la mañana siguiente, y lista para salir, espero paciente mientras termino de beber mi té y releer una propuesta que ha llegado de una escritora mexicana con la que he trabajado antes. En el correo, además de expresar su sorpresa ante mi marcha de la empresa, manifiesta… no no, la palabra exacta sería, y cito: que implora trabaje en la edición de su última novela. Desea que la perfeccione solo como yo sé hacerlo, antes de enviarla a la editorial para su revisión, y muy posteriormente su publicación. No es algo que haga habitualmente. Es decir, nunca he aceptado trabajos fuera de mi ámbito y la empresa. Pero siendo que ya no pertenezco a la misma, y momentáneamente estoy sin empleo, me vendrá bien el ingreso y estar ocupada en ello.
Además siempre me agradó su forma de escribir y su persona. Así que sin duda aceptaré. Le envío una breve respuesta, agradeciendo de antemano su confianza, y que gustosa lo haré. Pido adjunte el manuscrito, y que recibirá mi respuesta al cabo de dos a tres semanas. Puedo hacerlo en menos tiempo, claro, sin embargo tengo los días siguientes ocupados con las excursiones que haré, por lo que lo podré hacer tranquila ya que cuento con tiempo, y ella aclara que aún tiene que entregarlo dentro de dos meses, por lo tanto, iríamos muy bien en caso de que haya que ajustar detalles que pueda o no gustarle.
Envío mi respuesta, y en el momento preciso en que lo hago, el timbre anuncia la llegada de quienes espero.
Cierro mi correo y apago mi computadora. Agarro mi bolso, meto en él mi teléfono, cargador y otras cosas, y me apresuro hacia la entrada. Nada más abrir, me encuentro con la radiante sonrisa de Maia.
— ¡Buen día!
Sonrío jovial.
—Buen día.
— ¿Estas lista?
—Lo estoy. —Afirmo, saliendo al exterior.
Cierro y luego de guardar la llave, caminamos hacia la puerta de calle.
Allí, veo la camioneta de Beltrán y a él detrás del volante hablando por celular.
Maia abre la puerta de la parte de atrás para mí, le doy las gracias y subo. Una vez dentro, una suave música de rock me envuelve. Reconozco la canción al instante, es la favorita de Víctor. Oírla, me recuerda a él cantándola alegre, lo que me hace sonreír.
—El lunes sin falta voy a hablar con él, y revisar el problema —dice Beltrán desde la parte de adelante a quien sea que está del otro lado de la línea. Veo su rostro serio a través del espejo retrovisor. Maia que acaba de subir, se acomoda en el asiento de acompañante, también revisando su teléfono. —No, no te preocupes por eso, lo voy a solucionar, lo único que te pido es que me dejes hacer mi trabajo; sé como manejarme ¿esta bien? —asiente mientras escucha lo que le dicen. —Quedamos así, el lunes queda arreglado, así que por favor, no me llamés este fin de semana… bueno, dale. Chau… chau. —Corta. Resopla. Luego se vuelve hacia mí, sus ojos atrapando los míos en el instante. —Buen día Eloísa. ¿Cómo estás?
—Buen día. Estoy bien, gracias —respondo sin apartar la mirada.
— ¿Estás segura que podés ir a ayudarnos? Lo digo por tu pie, ¿eso está mejor? —indaga bajando la vista a mi lesión cubierta por la bota que él me trajo antes.
De soslayo veo a Maia sonreír como si supiera un secreto, y mirar por la ventanilla.
—Me siento muy bien, y esto está mucho mejor; te lo aseguro. —Determino.
—Bueno, entonces, en marcha. Luciano ya está esperándonos. ¿Desayunaste? —me pregunta, volviéndose.
—Sí. —Solo digo.
Asiente.
Un momento después, y con el volumen de la música un poco más alto, nos marchamos hacia el bar.
Mientras la camioneta se desplaza por las calles, y yo miro hacia el exterior, moviendo la cabeza al son de la canción, ellos conversan sobre los detalles a ajustar en el local que hoy; abrirá sus puertas al público. En algún momento pierdo el hilo de lo que dicen, distraída por el paisaje, pensando en los paseos que me esperan los próximos días.
En varias ocasiones la mirada de Beltrán y la mía, coinciden a través del espejo. Cosa que me pone incrédulamente nerviosa. Sus ojos negros desprenden tal intensidad, que me encuentro inquieta y atraída a la vez.
¿Qué me ocurre? No debería estar siquiera pensando de esa manera. Sintiendo de esta forma.
Me obligo mentalmente a mantener todo tipo distancia con estos pensamientos, que nada bueno pueden ser. Demonios. Sobre todo me obligo físicamente a huir de esos iris oscuros y avasallantes.
Tiempo después, no sé cuánto, llegamos a destino, y antes de que pueda moverme siquiera, Beltrán abre la puerta de mi lado.
—Gracias. —Le digo, pero sin mirarlo.
No, nada mirarlo.
Camino hacia donde esta Maia, deteniéndome junto a ella. Luego los tres nos acercamos a la puerta en el costado del local, no por el frente como ingresamos cuando vine días antes.
Entramos y lo primero que noto es que la disposición de mesas y sillas ha cambiado, igualmente la barra que estaba casi en medio de todo. Ahora se encuentra al fondo. Con todas las copas, bebidas y demás colocados en sus lugares.
— ¡Al fin llegan!, hace media hora los estoy esperando —escuchamos la voz del hombre que conocí la otra vez. Luciano, que sale del cuarto de depósito.
—No te quejés, que te avisé que veníamos a esta hora —resalta Beltrán acercándose a él.
Chocan las palmas, y luego su amigo me observa, mostrando una sonrisa agradable al verme.
—Hey, cómo estás. ¿Te van a hacer trabajar a vos también?
Le sonrío devuelta, yendo hacia ellos, Maia junto a mi.
—Hola, estoy bien gracias. Para mi es un gusto ayudar —aclaro.
—Bueno en ese caso, hay muchas cosas que hacer. Pero nada pesado —indica. —Tasmania, qué onda —apunta hacia Maia.
— ¿Todo bien, pie grande? —bromean un rato— ¿Por dónde empezamos?
Señalan hablando entre ellos, mientras yo dejo mi bolso en una de las sillas, y miro a mi alrededor.