Suavidad y dulzura
Bien dicen que la espera desespera. Y suele ser más larga cuando se trata de algo que esperás con ansias.
La aguja del reloj, se volvió perezosa para acortar las horas. O yo muy codicioso respecto al querer que avanzara. Como sea. Esta noche cenaré con Eloísa, y sinceramente había olvidado lo que se sentía esperar por algo, o alguien en este caso, con tanto interés y dudas a la vez. Porque sí, las tengo. A pesar de que he estado con varias mujeres luego de separarme, francamente hay algo que ella me genera que es diferente. Y exactamente ahí está la duda. Porque lo diferente, hace más que solo atraer; atrapa… te cambia. A veces transforma. Añadiendo situaciones que conducen a cosas, que no sería bueno despertar.
De igual forma, y como no me gusta dejar cosas inconclusas, no me voy a echar para atrás, porque realmente creo que mientras uno pueda, debe disfrutar de lo que se presenta. Lo demás… después se verá.
Terminando con algunos documentos, miro el reloj en el monitor de la computadora: 18:35pm. Saliendo de acá debo pasar a comprar unas cosas para la cena que va a hacer Maia, después llegar y rápidamente discutir... Sí, discutir con mi hijo sobre qué pelicula vamos a ver. Y tengo que lograr que sea uno que no dure más de dos horas para poder terminar de arreglarme antes de salir.
Por lo cual, pelearé, por que no sea una del universo de Marvel.
A punto de salir de la oficina, recibo una llamada al celular. Lo saco del bolsillo delantero del pantalón, levantando las cejas al ver quien es.
— ¿Hola, Eloísa? –Atiendo, mientras abro la puerta y salgo al pasillo.
—Hola Beltrán, cómo estás. Disculpa que te moleste, ¿estás muy ocupado?
—No. Decime, ¿pasó algo?
—No, no. ¿Seguro no te interrumpo?
—Seguro, decime. —Afirmo.
—Am, bueno… la cosa es que, ¿la cena de esta noche? —comienza dubitativa.
Rápidamente el pensamiento de que llama para cancelar, cruza por mi mente, por lo que digo;
— ¿No vas a poder? ¿lo querés dejar para otro día? —expongo con serenidad.
— ¡Oh, no, no! No se trata de eso —se apresura a decir. Sonrío, esperando entonces. —Mira, la cosa es que no se me ocurrió preguntarte qué querrías comer… y el caso es: que soy pésima en las comidas elaboradas, y antes de arriesgarme a que enfermes del estómago por mi causa, quisiera si tú pudieras, no lo sé… ¿decirme alguna comida que quieras, que sea, digamos; sencillo?
Comienzo a reírme, divertido por su voz avergonzada. Ella también lo hace.
—Lo sé, soy una pésima anfitriona.
—Ja, ja, ja, ja. Tranquila, al menos eres de las que se preocupa por qué servirle a sus invitados, evitando un juicio por intoxicación. —Rie con más ganas. —A ver, hagamos algo. Tengo un lugar donde cocinan realmente muy rico. Si querés puedo llevar la cena de ahí. ¿Qué te gustaría? —Propongo atento, en tanto voy subiendo a la camioneta.
—Lo que elijas estará bien para mí. No sabes cómo me apena hacerte esto, pero me encargaré del postre —Determina.
—No me hiciste nada, me gusta que hayas elegido decirme la verdad, y no intentado envenenarme. —Su carcajada me revitaliza.
— ¿Alguna preferencia para el postre?
¡Vos! Es mi sentimiento inmediato.
—Lo que quieras va estar bien.
—Bien, entonces… hasta pronto.
—Hasta la noche.
Corto la llamada, recargando mi cabeza en el respaldo. Este creciente deseo de verla, más fuerte que antes.
🍁.
A las 22:00 en punto, toco su puerta, y mientras espero que abra, reviso que la comida no se haya escapado de su recipiente durante el trayecto a pie.
En cuanto ella hace acto de presencia, me quedo donde estoy, mirándola con detenimiento. Es preciosa.
—Vaya, qué puntual. —Me recibe sonriendo.
— ¿Me creés si te digo que estuve esperando en la vereda a que llegara la hora? Quería causar buena impresión.
Lanza una risita jovial, al tiempo que sacude la cabeza.
—Pues lo lograste.
—Bien, es todo lo que buscaba. —Se hace a un lado, y yo atravieso la entrada. —Espero que tengas hambre, porque esto —levanto una de las bolsas —, no tiene desperdicio.
—Me alegro entonces de estar hambrienta. —Vuelve a exponer esa sonrisita que empieza a encantarme.
Camino detrás de ella hacia el living, recorriéndola con discreta atención. Lleva puesto un sencillo vestido largo hasta los pies de tiras en color lavanda. Su pelo cayéndole un poco por debajo de los hombros, esas ondas rozando su piel cremosa, y por Dios; esas pecas suyas salpicando también ahí y allá.
Cuando voltea a mirarme, su aroma fresco y cítrico golpea mis sentidos.
— ¿Quisieras beber algo antes, o pasamos directamente a cenar? —pregunta apuntando las opciones que son el sofá, y la mesa ya lista.
— ¿Qué querés vos? Me da igual. Aunque podriamos hacer las dos cosas sentándonos a la mesa.
—Cierto, y siendo honesta… ¡muero de hambre! —expresa ligera. Rio satisfecho. —Bien, siéntate que ya regreso. —Se aleja hacia la cocina, pero se detiene en el umbral — ¿Te gusta el vino? ¿O preferirías cerveza? Espera, ¿has venido en el auto?
—No, así que elijo vino; gracias —le respondo dejando la comida en la mesa y comenzando a desenvolverla.
Me quito el saco, colocándolo en el respaldo de la silla. Un momento después regresa con la botella y dos copas. Nos sentamos uno frente al otro. Me encarga descorchar el vino, mientras ella se hace cargo de servirnos.
—Esto huele y se ve de maravilla. —Comenta sirviéndome primero.