Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 31 –

Puro frenesí 

 


A la hora acordada, salimos de la cabaña rumbo a un restaurante que conoce y asegura es el mejor en todo Aluminé. A pesar del clima helado en el exterior, me mantengo sumamente contenta por nuestra salida. El lugar cada vez me gusta más. La tranquilidad que se percibe y respira aquí… no la había conocido en ningún otro sitio. Si pudiera escoger otra parte del mundo donde vivir, podría ser esta sin duda alguna.

— ¿Está bien la calefacción así, o querés que lo aumente más? —Me pregunta Beltrán luego de unos minutos de viaje.

—Esta bien así, gracias —Le sonrío agradecida.

Sus ojos se encuentran con los míos un instante, luego los desplaza hacia abajo por mi anatomía, sonriendo de esa forma seductora que espabila mi sistema.

— ¿Ya te dije lo linda que sos? —expresa con ligereza.

Muerdo mi labio inferior, negando con la cabeza, avergonzada.

—Bien, porque me quedaría corto. Sos y te ves… preciosa. —Declara provocando mi cara comience a arder.

—Gracias Beltrán, pero no sigas, porque me estallaran las mejillas —le digo colocando mis manos un poco frías en mi rostro.

Ríe animado, guiñándome pícaro.

Inevitablemente termino riendo ante su graciosa expresión.

Miro por la ventanilla, buscando contener el impulso de besarlo.

Varios minutos después, llegamos a nuestro destino. Bajamos de la camioneta, y lo espero, acurrucándome en mi abrigo. La temperatura ha bajado más aún, me doy cuenta, ansiosa por entrar al cálido lugar.

— ¿Vamos? —Dice una vez junto a mí, extendiendo su mano enguantada. Saco la mía del bolsillo de mi tapado, dejando su calor envuelva mis dedos. —No tenés guantes —observa con desaprobación.

—Los olvidé. —Respondo acercándome más.

Su agarre se afianza, pero sin ser tan fuerte.

—Muy mal… muy mal —musita meneando la cabeza.

Solo sonrío y me dejo llevar por él hacia el interior del restaurante.

Una vez dentro, suspiro por lo bajo ante el calorcito que nos recibe. Rápidamente somos atendidos. Nos ofrecen guardar nuestros abrigos, luego de entregárselos al empleado, somos guiados hacia una mesa en el centro. Allí, el mozo nos entrega los menús, y nos pregunta qué vamos a beber. Yo pido vino, mientras que Beltrán solo una Seven-up.

El chico asiente con una sonrisa, y se aleja para traer nuestras bebidas en tanto nosotros revisamos la carta.

—Tengo tanta hambre que pediría un cordero entero solo para mí —comenta con gracia.

—Ídem —digo leyendo las opciones. —Todo suena delicioso, que pediría cada plato.

—Hacélo, yo te acompaño.

Retiro mi atención de lo que leo para fijar mis ojos en él.

—Sería una locura —manifiesto divertida.

— ¿Y qué? —se encoge de hombros. —Qué es la vida sin locura. Hay que probar todo lo que uno quiera mientras pueda, decía mi viejo —Dice mirándome suspicaz.

Estrecho mis ojos, sonriéndole animada.

— ¿Lo dices en serio? —asiente seguro. —De acuerdo, pero con una condición.

—Dale, cuál.

—Que dividideremos el gasto, e incluirá postres… estoy tentada con varios ya —admito jocosa.

Echa la cabeza ligeramente, riendo alegre.

—Dividido entonces, no quiero quedarme pobre esta noche. —Bromea aún riéndose.

Parpadeo fingiendo que eso dolió, pero termino riendo también.

En ese momento llegan nuestras bebidas, hacemos lo que acordamos, y el mozo sorprendido, toma nota de cada pedido.

*    *    *     *     *

—Dios… jamás había comido tanto en mi vida. —Declaro luego de beber un poco de agua. —Pero estuvo todo tan rico, que no puedo decidir qué me gustó más.

—Ni siquiera yo puedo saber con qué plato hiciste más sonidos de gozo —emite con expresión jovial.

Me ruborizo dejando salir una risita.

—No podía evitarlos. —Argumento alzando mis manos.

—Y a mi me gustaron —Murmura en tono bajo. —Quería que disfrutaras esta noche, y me complace saber que así fue.

—Tu compañia lo hace mejor —le aseguro con calidez.

Asiente contemplándome satisfecho.

— ¿Te puedo hacer una pregunta? —plantea después de un momento.

—Sí, claro.

—Hablamos de muchas cosas, pero siempre noto que hablás poco de tu familia. Solo nombrás ocasionalmente a ese primo tuyo, Víctor. A su mamá y tu abuela. Pero casi no mencionás a tu papá, tu hermana o tu mamá, a menos alguna que otra vez. ¿Te llevás mal con ellos?

Hago una mueca, negando, mientras busco las palabras adecuadas a la "relación" con mi padre y Clarissa.

—No nos llevamos mal, es solo que… no he convivido con ellos como se supone debería haber sido. —Fijo la mirada en la copa de vino delante de mí.

—Perdoname, no tendría que haber preguntado.

Ahora lo observo a él.

—No, esta bien. No me molesta, quiero decir. Es… difícil para mí algunas veces explicar lo que no he entendido respecto a ellos. —Aclaro reflexiva. —Como sabes y he comentado, mi madre era argentina —comienzo a contar —. Se llamaba Analía. En un viaje a México que hizo para la agencia de modelos en la cual trabajaba como asistente, conoció a Octavio; mi padre. A los pocos meses se casaron, y al año ya tenían a mi hermana Clarissa. Seis años más tarde nací yo, pero aquí en Buenos Aires. Unas semanas después regresamos, pero ella enfermó. Se había contagiado de un virus intrahospitalario que no se detectó y se agravó una vez estuvimos en México. Murió a los pocos meses. —Relato sin muchos detalles.

»Quedamos al cuidado de mi padre, pero yo era apenas un bebé de meses que necesitaba mucha atención… algo de lo que él no disponía por su trabajo. Así que mi abuela queriendo ayudar, se trasladó junto a nosotras. Eso le falicitó las cosas… tanto que poco estuvo presente a través de los años. Creo que papá… no estaba listo para ser padre, sus ambiciones siempre fueron más grandes, o eso creo, porque no tengo recuerdos de él siendo lo que se supone debía ser.




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