Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 32 –

Amiga especial


 


Acostado de espaldas, miro el techo mientras procuro estabilizar mi respiración. Aunque tuvimos sexo por segunda vez, todavía no me lo creo. Claro que sabía no podría aguantar sin mantener la distancia de ella. Y es que Eloísa se fue convirtiendo en mi gran tentación, una que me mantuvo expectante e inquieto. Sin embargo no creía posible pasara, ni siquiera esa fue mi intención cuando la invité a venir. Necesitaba un respiro después de los días complicados con Tomás, que anda enojado por haberlo enviado a ver a su mamá, y me pareció que podía pasarlos con ella, luego de no poder verla.

Un suspiro de su parte, hace que voltee a mirarla. La luz que se filtra desde el baño, alumbra su perfil, por lo que puedo notar tiene los párpados cerrados y el rostro relajado.

— ¿Estás bien? —Pregunto, recorriendo sus facciones con lentitud.

—Sí… —su voz es apenas un susurro. La veo sonreír un poco. — ¿Y tú? —inquiere a su vez, girando hacia mí.

—Muy bien, como si hubiera metido un gol desde mitad de la cancha —admito en tono victorioso.

Comienza a reír, y yo me deleito en ese sonido.

— ¿En serio? ¿lo has hecho alguna vez?

—No, pero debe sentirse similar —admito con gracia.

—Ja, ja, ja. ¡Eres terrible! —expresa con júbilo.

— ¿Por? Solo digo lo que siento. Lo que conseguí esta noche es más de lo creí posible. —Admito con seriedad. Su risa se apaga, no así su sonrisa que logra comience a excitarme de nuevo. —Te invité porque en serio quería pasar estos días con vos, que nos conociéramos, que nos divirtiéramos. No porque buscara algo más. —Aclaro al ver su atenta expresión.

—Y te creo, Beltrán. Has sido… muy considerado y respetuoso. —Dice volviéndose completamente. El tímido roce de su piel en mi piel, enciende mi cuerpo nuevamente. —Pero siendo sinceros, los dos sabíamos que no podíamos… aplazar lo inevitable.

—De verdad que hubiese esperado todo el tiempo que necesitaras.

—Lo sé, pero yo… No creo que me mantuviera igual. Me gustas, me haces sentir cómoda y me divierto mucho contigo. —Mira sus dedos jugar con las sábanas que cubren sus pechos. —Gracias por todo eso, no sabes lo que significa para mí en estos momentos. —Musita en voz tan baja, que si no la tuviera al lado mío, no la escucharía.

Permanezco solo mirándola, leyendo en su rostro lo que no dirá con palabras, pero intuyo tiene que ver con algo o alguien que la lastimó antes.

Llevo mis dedos a sus labios, acariciándolos con suavidad.

— ¿Entonces quiere decir, que tengo más chances de seguir goleando desde media cancha? —Bromeo queriendo relajar su expresión que perdió esa sonrisa que tanto me agrada, evitando así preguntar nada.

Y ahí regresa, junto a una risita risueña.

—No lo sé… tendría que pensarlo… —el tono suspicaz que emplea provoca quiera lanzarme sobre ella.

En cambio, muy despacio, la acerco a mi costado, haciendo a un lado las sábanas que la envuelven. Su piel se eriza, probablemente por el aire frío, por lo que con mis brazos la rodeo posicionándola encima de mí, para luego abrigarla con las mantas.

—Te voy a dar más motivos para pensar, ¿querés?

—Quiero. —Resuella cerca de mi boca.

Estiro la mano para llegar a los preservativos que busqué anteriormente, y se los entrego.

—Ahora mandás vos.

Escucho su sonrisa, mientras mi respiración se desboca al rozar mi erección en el corazón entre sus piernas. Su humedad y calidez, convierten mi ansiedad en lava, que quema cada centímetro de mi cuerpo.

Convencido ahora, sabiendo lo que se siente estar en su interior, es que pienso que Eloísa permanecerá conmigo aun después de que se haya ido. Como esos bonitos recuerdos que se quedan con uno y que ayudan en los momentos difíciles. 


 

❄️




 


 

Cierro la puerta del cuarto, y camino unos pasos por el pasillo hasta el que ella ocupa. Después de nuestro "partido", como lo definió en broma, cada uno decidió regresar a su habitación. Y no es que la idea de dormir con ella me molestara, por el contrario, me hubiera gustado, pero siendo realista no la habría dejado descansar. Y es que, estar dentro de ella, se volvió una droga para mí. Sin embargo preferí darle su espacio y no presionarla, ya que me di cuenta quería pasar el resto de la noche sola. 
 


 

Tentado de golpear su puerta, me quedo un instante mirando la madera blanca. Pero doy un paso atrás, desistiendo. Apenas pasaron unas horas, y tengo que darle su espacio. 
 


 

Sigo andando hasta las escaleras, descendiéndolas despacio. Cuando bajo el último escalón y doblo hacia la cocina, el aroma a café y tostadas, hacen que frunza el ceño. Ingreso ahí, y cuando la veo moviéndose de acá para allá, me quedo quieto observándola. 
 


 

¿Hace cuánto habrá bajado? 
 


 

Divertido por sus idas y vueltas, buscando alguna cosa entre los muebles, me cruzo de brazos sin emitir ni un sonido. Me gusta verla así, absorta en lo que hace, con expresión pacífica y movimientos graciles. 
 


 

La miro de arriba a abajo, volviendo hacia atrás cuando recorrí esa piel salpicada de pecas, cuando besé ese cuello delicado y esos senos pequeños pero hermosos. Cuando estuve entre sus piernas bombeando mi cuerpo sobre el suyo, todo mi deseo en su interior. 
 


 

Alejo mis pensamientos de ese lugar al que ya estoy queriendo regresar.
 


 

—Ah, Beltrán. Buenos días. —Saluda cuando nota que estoy acá.
 


 

Fijo la mirada en su cara. 
 


 

—Buenos días —devuelvo caminando hacia la barra, mirando el desayuno que hizo. Ella regresa a su quehacer sin prestarme más atención — ¿Hace cuánto estás acá? 
 


 

—Hmm, no mucho. —Dice distraída en su búsqueda. 
 




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