Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 38 –

La verdad


 


La tensión de su cuerpo me detiene en seco, haciendo que el interruptor de mi cordura sea activado. Así, mi exabrupto cesa, devolviéndome la razón. Me alejo de ella de a poco, tratando de recobrar el aliento sumamente sorprendido por mi propia actitud.

La miro, su expresión consternada, sus mejillas arrebatadas, y sus labios hinchados por mis besos; provocan quiera golpearme, pero también volver a besarla. Tanta pasión es la que me despierta, que ni siquiera pensé en lo que terminé haciendo. Solo seguí mi instinto, y la avasallé. Algo que definitivamente no me enorgullece.

¿Cómo se me ocurre llegar así, y sin mediar palabra atropellarla de esta forma?

Ambos damos un paso nuevamente hacia atrás. Aunque Eloísa no logra alejarse demasiado, debido a que choca con el sofá.

Coloca sus manos en el cuello, respirando agitada.

—Perdoname, no… no debí hacer eso —Digo, respirando profundo. Eloísa mueve la cabeza, negando pero sin mirarme. Tocando también sus mejillas. —No tendría que haber entrado así, agarrarte de esa forma.

Sigue negando, pero esta vez sus ojos se posan en los míos.

—No… no sé qué decirte. —Admite con voz temblorosa. —Estoy… un poco confundida. No esperaba verte aquí, a esta hora… y… –No termina, aunque no necesita hacerlo, puedo leer cada emoción atravesar en su mirada.

—Disculpame. –Pongo mis manos en la cintura, apenado por mi actitud. —Tengo que ser honesto, aunque no sea una excusa valedera, lo único que puedo decirte es que no pude evitarlo. Provocás hasta lo impensable en mí.

Muerde su labio volviendo a sonrojarse.

—Yo…  –musita, girando por completo caminando hacia el interruptor de la luz; encendiéndola. — Estoy desconcertada. En los últimos días has estado un poco extraño, y de pronto llegas así… no sé qué pensar. —Asiento entendiéndola. –No me malinterpretes, no es que me debas alguna explicación. Entiendo porqué lo haz hecho. Solo… que es un poco incómodo y… —balbucea con gesto confuso.

Acorto la distancia, tomo sus manos en las mías, lo que hace deje de hablar y me mire.

—Que no tenga que darte explicaciones como decís, no significa que venga a esta hora y te acorrale de esta manera… como si tuviera derecho. No esta bien, no es propio de mí. —Determino.

—Beltrán… no te preocupes. –Me sonríe ligeramente, inclinando la cabeza hacia un lado. —No esperaba verte, eso es todo. Pero dime… ¿ha pasado alguna cosa? ¿Tomás está bien?

—Está bien. —Afirmo, acariciando su cara —Te tenía que avisar antes de venir. Pero no sé, solo me mandé y acá estoy, porque necesitaba hablar con vos de una cosa que quedó pendiente.

Ella arquea sus cejas pensativa.

— ¿Algo pendiente?

—Sí, sobre el cumpleaños de Tomi.

Al mencionarlo, su rostro cambia, y desvía la mirada.

— ¿Qué hay de eso? Te he dicho que…

—Sé lo que dijiste, y justamente de eso es que tenemos que hablar. —Aclaro con determinación. Estrecha sus ojos, mirándome fijamente. —Estos días estuve… algo distanciado de vos, lo sé. Pero eso no quiere decir que…

—Beltrán, no hace falta que digas más. Comprendo que, la presencia de Tomás aquí ha sido el motivo. Créeme, entiendo. —Me corta, haciéndose a un lado, alejándose. –Repito que no tienes que explicarme nada. No tenemos nada… excepto… esto que acaba de pasar.

Al escucharla, siento frío recorrerme hasta asentarse en mi pecho. Lo que dice es cierto. Es la verdad por la que decidí alejarme. No solo por las visitas de Tomás y el cariño que él comenzó a tenerle. Es porque no habrá nada más que esto que nos permitimos. Es porque se va a ir en cualquier momento, y solo pensarlo…

Volteo hacia ella, viéndola sentarse en el sillón, con la vista hacia la ventana; reflexiva.

Me acerco despacio, sentándome al lado suyo pero manteniendo la distancia, preparándome a la vez para hablar con ella, para contarle lo que quiero que sepa, y así se de cuenta lo que no puedo admitir en voz alta.

Gira la cabeza, y su mirada se ancla en la mía. No hay emoción alguna ahora en su rostro, por lo que no sé en qué puede estar pensando. Solo se queda ahí, mirándome, esperando,  inexpresiva.

—Sospecho que Tomás ya te habrá mencionado a Ayelen, su mamá. –Empiezo a decir.

Observo atento como su cara cambia rápidamente al oírme. Retira sus ojos de los míos por un segundo, pero regresa, asintiendo despacio.

—Lo hizo… es decir, solo dijo lo que piensa. Y yo no quise indagar porque no corresponde. Tampoco dije nada que pudiera… reforzar lo que él cree. ¿Él te ha dicho algo sobre eso?

—No. Pero conozco a mi hijo, y sé que a veces por buscar respuestas a cosas que no entiende; termina enredando a los demás. –Indico rascándome el cuello.

—Beltrán, yo jamás daría mi opinión en algo que no conozco. Sin embargo… si me permites decirte, he sentido lo mismo que él. Quiero decir, también he pasado por ese sentimiento de abandono, de creer que mi padre, en mi caso; nunca me quiso. Yo no sé porqué Tomás siente lo que siente, pero… sus razones tiene. ¿No es así?

—Sí, es así. —Confirmo. Bajo su atenta mirada empiezo a contarle esa verdad. —Conocí a Ayelen en la escuela. Llegó en el segundo año de secundaria. Me gustó desde el primer día. Era extrovertida, linda, buena onda, iba de frente y no tenía miedo de decir lo que pensaba. Y junto a esa pizca de rebeldía que atraía; me encantaba. —Empiezo a narrar, tratando de resumir muchos detalles, ya que son muchos años los que pasé con ella. —Ayelen no fue mi primer beso, no fue la "primera chica". Pero fue la primera que llegó a gustarme hasta el punto de quererla. De necesitarla. Me enamoré de ella. Fuimos novios, con todo lo que eso conlleva. Me llevó a su casa, yo a la mía. Nos llevábamos bien, a pesar de las diferencias que a veces parecían más grandes que lo que sentíamos, todo iba bien. Hasta que empezó a comportarse distinto, y un mes antes de terminar el secundario, decidió abandonar. Dijo que estaba aburrida, que no quería seguir estudiando porque no era importante para ella en ese momento. Pero yo sabía que lo hacía porque estaba enojada con su mamá. Algo había pasado y la forma de fastidiarla era dejar la escuela.




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