Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 39 –

Sin futuro alguno

 


—Los busqué por meses, no tenía idea de adónde podía haber ido. Ayelen hacia años que no se hablaba con su mamá, ni siquiera conocía a su nieto. Sabía que tenía a su hermana en Rawson, pero tampoco estaba ahí. Y no tenía más familiares de los que me hubiera hablado. Meses tardé en saber donde estaban. Fue el día que Tomás cumplía 7 años, que finalmente los encontré. Estaban en la casa de un tipo, alguien que ella conocía, en una localidad a varias horas de aquí. Ayelen estaba… desmayada en una habitación. Completamente sin sentido por el alcohol. El hombre… él estaba con mi hijo mirando la tele. Tomi estaba sucio, delgado y… sus ojos… su mirada estaba… vacía. Como si todo el miedo que un nene de su edad pudiera sentir, ya fuera tan parte de él que no le importara, que no lo sintiera. Te juro… te juro que nunca en mi vida sentí tantas ganas de matar a alguien como lo tuve en ese momento. Lastimarla… quería lastimarla por haber puesto a nuestro hijo en semejante situación. Por haberlo arrastrado con ella a esa mierda que hacía y con la gente que lo hacía. —Respiro profundamente frotándome los ojos. —Todo el proceso después se eso fue largo. Una verdadera batalla, un caos sobre otro. Pedí y me dieron la tenencia de Tomás cuando presenté todo en su contra, pero Ayelen no iba hacer las cosas fáciles. Empezó a inventar cosas, contra mí, todo valía con tal de que no me quedara con Tomás. Llegó a decir incluso que no era mi hijo. Hasta a un análisis de ADN nos tuvimos que someter para comprobar debido que insistió en ello. Yo… llegué a pensar que podía ser cierto… hasta ese punto me llevó. Por suerte Tomás no lo sabe.

Sacudo la cabeza, indignado por tantas cosas que hicimos mal.

—Casi un año duró todo ese proceso. Afortunadamente nos tocó un juez coherente, exigió que Ayelen se sometiera a una rehabilitación y fuera controlada psicológicamente. Hasta que ella no mostrara buena voluntad en cambiar sus hábitos; no vería a Tomás. Y así fue durante otro año, Tomás tambíen empezó a ir a terapia. Tuvo muchos problemas, que hasta hoy le cuesta manejar. Ahora que al parecer ella esta bien, el mismo juez ordenó visitas con presencia de una asistente social. Algo que a él no le gusta. No lo acepta, y me gustaría poder facilitarle el tiempo que necesita para decidir por sí mismo querer verla. Pero tiene que hacerlo, y aunque me cueste, porque no me olvido como lo encontré aquel día. La verdad es que… no hay nada, ni nadie que pueda cambiar que ella es su mamá. Y que tal vez… quién sabe, lo mejor sea que empiece a dar ese paso, enfrentar ese hecho y volver a empezar. —Pongo mi atención en sus ojos, que están llorosos, afligidos al igual que su rostro. —Al menos eso quiero creer.

Nos quedamos por un largo momento en silencio, tomados de la mano, agarrado a la tibieza que me transmite.

—Lo lamento… lamento mucho que hayan tenido que pasar por todo eso. Sobre todo por tu hijo… Ahora entiendo mejor sus palabras. El por qué piensa que ella no lo quiere.

— ¿Eso te dijo? —Asiente bajando la mirada a nuestras manos. —Es complicado a veces contradecir eso. Pero la verdad, es que Ayelen no tiene toda la culpa. Los dos somos responsables por no haber hecho las cosas diferentes. Cambiarlas por él.

—Pero… tú intentaste mantener tu familia unida. Ayudarla a ella… hacer que funcionara.

—Y ese fue el problema. Yo quería que Tomás contara con una familia unida, que le diera dentro de todo algo de "normalidad".No quise ver que cuando algo se rompe y se intenta volver a unir; no queda igual. No vuelve a ser lo que era. Tenía que haber aceptado que hay cosas que no se pueden arreglar una vez rotas. Pensé que querernos sería suficiente, pero no es así cuando eso también se quiebra. Al final, todo lo que tenía que haber hecho era alejarlo de ese ambiente tóxico que ella creaba, cuidarlo hasta que su mamá estuviera realmente estable para él, preguntarle al menos qué es lo que él quería. No asumir lo que yo creía era mejor. Los dos lo lastimamos. —Determino serio.

Me observa fijamente, pensativa. Luego suspira moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Como el buen padre que eres, trataste de darle lo que creías que sería bueno para él. Eso es mejor que no intentar nada… que no estar. Lo que importa es que sigues aquí para él, lo cuidas y le enseñas lo que es bueno y malo. Incluso, aunque no confíes, intentas que acepte acercarse a su madre. Eso mucho más de lo que cualquier padre haría. Podrías utilizar mucho en su contra...

—Pero no sería yo, y no le daría a Tomás un buen ejemplo. Si quiero enseñarle que de nada sirve ser rencoroso, debo intentar no serlo yo.

—Y exactamente eso, es lo que hace que esos errores que dices haber cometido sean compensados. Estás para él, lo cuidas hasta de sus propios sentimientos. Eres un padre maravilloso, Beltrán. —Declara con una hermosa sonrisa y la mirada brillante.

Le sonrío a mi vez, apretando su mano.

—Quiero que Tomás sea feliz, que aprenda a perdonar, y que nunca vuelva a sufrir de esa forma. Por lo menos mientras pueda controlarlo, porque me queda claro que no siempre voy a poder cuidarlo de ciertas tristezas. —Tomo aire en esta parte, procurando elegir bien mis palabras. —Eloísa, si quise contarte esto es porque necesito que sepas que lo último que quiero para él, es otra decepción. Tomás…, él te aprecia, le gusta estar con vos y eso es algo que no pasa con frecuencia. –Su sonrisa se va apagando al igual que esa luminosidad en su mirada cuando me escucha, y sé sin que lo diga, que entiende adonde quiero llegar. —Si me mantuve distante es porque no sería bueno que él se diera cuenta que algo pasa entre nosotros. No lo entendería de ser así, además, vos te vas a ir pronto algo que estoy seguro; lo va a poner triste aunque ya sabe que así va ser. —Agacha la cabeza tensando el gesto. Suelto su mano para dirigirla a su mentón, y hacer que me mire. —Lo que intento aclarar con todo esto es que para nada me molesta que él pase sus tardes con vos. Lo pone contento, le gusta y lo entusiasma. Lo mismo la invitación que te hizo. Me gustaría que vayas, es más me pidió que te convenciera. La verdad,  me lo pidiera o no venía a decirte que quiero que quiero que vayas. Pero creo…




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