Absurda
Bajo del taxi despidiéndome cordialmente del chófer que me ha traído de regreso desde la terminal. Arrastro mi maleta hasta la puerta de entrada a la casa, deteniéndome brevemente frente a esta, vacilando un poco. Estar de vuelta aquí es extraño. Una mezcla de alivio y aprensión me inundan el cuerpo, haciendo que titubee antes de poner la llave en la cerradura y abrir el panel. Pero lo hago, vencida por el frío aquí afuera más que nada.
Una vez dentro dejo las cosas cerca de la escalera, me quito los guantes, la bufanda y el abrigo, y rápidamente me acerco a la chimenea para encenderla y caliente el ambiente.
Giro sobre mis pies, parándome frente al sofá, remontándome sin más, absorbida por el recuerdo de hace trece días atrás, cuando allí Beltrán me contó sobre su vida y las dificultades que tuvieron que pasar él y Tomás, debido a las equivocaciones de su madre. Me acerco despacio, sentándome en el mismo sitio que ese día, contemplando el lugar donde él estuvo.
Cada uno de estos días pensé en ello. En él. En los difíciles momentos que pasaron. En el repentino vacío que percibí dentro de mí cuando entendí que pondríamos fin a lo que teníamos… aunque no es que hubiera existido algo en realidad.
Absurda. Así me sentí y me siento ahora volviendo a pensarlo. Porque no había nada, solo atracción. Una cruda y fuerte atracción que elegimos apagar cada que queríamos. Solo eso. Y no obstante, ese vacío sigue aquí adentro, en todas partes en realidad. Porque incluso sabiendo que era la decisión correcta, algo tiraba en lo profundo, me empujaba a correr hacia él. Sobretodo cuando estaba por irse.
Quise hacerlo, ir hacia Beltrán y que me rodeara con sus brazos. Rodearlos con los míos y besarlo con fuerza. Besarlo por ser el hombre increíble que es. Por la pena que me causó su historia, y ver en sus ojos esa angustia y arrepentimiento por cosas que no pudo controlar. Besarlo por la admiración que creció con más intensidad en mi interior, a tal punto que creí desbordaría por mi piel.
Pero sobre todo, porque lo extrañaría. Echaría de menos nuestros instantes juntos. Nuestras conversaciones sin sentidos, y los serios. Su risa, sus bromas y que me robara carcajadas debido a ellas. Lo extrañaría, y así fue todos y cada uno de estos días lejos de aquí sin saber mucho de él. Lo extrañé de esa forma que se añora a las personas que lo son todo para uno, que han compartido contigo por mucho tiempo, cuando no es así.
¿Qué clase de locura es esta?
No tengo idea y me cansé de buscarle argumentos.
La cuestión ahora es, ¿qué hacer? ¿Qué hago a partir de este momento?
Seguir dilatando mi regreso a México es estúpido, aunque no tengo ganas sinceramente. Y no es tanto por lo ocurrido allá o a quienes me vuelva a cruzar.
Es por esta sensación inconclusa que vengo arrastrando. Como si me faltara más. Como algo importante se me estuviera escapando.
Llevo las manos a mis rostro y froto con fuerza.
—Basta, debo dejar de divagar. Me tomaré unos días más hasta saber qué rayos haré. –Determino agotada.
Subo las escaleras llevando conmigo la maleta. Una ducha caliente es lo que necesito ahora para quitarme este frío que traigo del sur del país.
* * *
* * *
* * *
Algunas horas después, ya habiendo tomado la decisión, le envio un mensaje a Maia informando que ya me encuentro aquí, y si le gustaría acompañarme a hacer unas compras. Hay una cosa puntual que debo conseguir y tal vez ella sepa adónde ir para tenerlo.
Su respuesta no tarda en llegar, y acepta gustosa, pidiéndome que la espere, que en una hora vendrá por mí. Le envío un gracias y que la espero el tiempo que necesite.
Mientras, decido llamar a Víctor, pero no me atiende, seguramente porque debe estar en clases. Así que elijo llamar a la otra persona con la que he estado muy conectada últimamente; mi hermana.
Dos tonos después, atiende.
— ¿Ya estas en la casa que rentas? —Indaga luego de saludarnos.
—Sí, ya estoy aquí. ¿Y tú? ¿estabas muy ocupada?
—Un poco, pero no importa. Dime cómo te fue, hace dos días no hablamos. —Sonrío. Antes apenas y podíamos sostener una conversación, ahora ha tratado de estar al pendiente de mí, cosa que agradezco.
—Muy bien, tienes que venir algún día, Clarissa. Este país es maravilloso. Los sitios a los que fui… te encantarían.
—Uhm… si lo hago algún día, será en verano. Detesto el invierno.
—Pero allí también hay invierno —Repongo divertida.
—Por eso. —Responde con voz vaga. —Oye, ¿pensaste en lo que te dije? —Pregunta de pronto, dejándome callada por un momento.
—Sí, pero aún no sé qué haré. Creo que esperare unos días más. Te avisaré lo que decida.
—Bien, solo avísame con tiempo para que pueda organizar todo. ¿De acuerdo?
—Esta bien, tranquila, sé que eres una mujer muy ocupada.
—Pues sí, y de hecho, tengo que dejarte porque estoy algo liada aquí. Pero llámame, ¿sí?
—Lo haré, adiós.
—Adiós.
Corto la llamada, pensativa respecto a la proposición que me hizo antes. ¿Sería buena idea? No tengo ninguna otra opción, sin embargo, me genera dudas la suya.
Cuarenta y cinco más tarde suena el timbre de la entrada. Ya preparada salgo a recibir a Maia, con quien nos damos un fuerte abrazo. Luego de asegurar la puerta con llave, caminamos juntas, ella con su brazo enlazado al mío hacia la calle. Al llegar a la vereda, veo la camioneta de Beltrán estacionada, y por un instante miro hacia el lado del conductor con el corazón acelarado, pero no está allí como pensé por un segundo.
—Beltrán me prestó la camioneta, ya que vamos más allá del centro. A quince minutos hay una shopping donde por ahí podés comprar lo que sea que quieras. —Indica ajustando su bufanda.
— ¿Él sabe que estoy aquí?