Díselo a tu Corazón (libro 1)

–44 –

Prueba, pena, decepción 


 


Dos horas han pasado, y no sé en qué momento ocurrió, pero aquí sentada en el sofá con mi portátil en el regazo, contemplo a Tomi dormir a mi lado. Luego de la mini conversación que compartimos, vine aquí para intentar centrar mi atención en otra cosa que no fuera lo que él me dijo. Ocupar mi mente en el trabajo me ayudaría, o eso creí, porque no he parado de pensar en la imagen de ellos tres juntos. En algún momento Tomás dejó su pasatiempo de lado, se sentó junto a mí y al instante siguiente dormía con la cabeza pegada a mi hombro.

Sonrio enternecida mirándolo allí, dormido plácidamente, con expresión serena. Acaricio despacio, absorta, su cabello negro tan similar al de su padre…

No, no, Eloísa. Aléjate de ese sitio… no pienses en ello.

El sonido del timbre atrae mi atención, empujándome a salir de mis divagaciones. Despacio para no despertarlo me levanto del sofá dejando el portátil en la mesita frente a mí. Camino hacia la entrada preparándome mentalmente para verlo, si es que llega a ser Beltrán y no Maia.

Abro la puerta, hallándolo a él.

En lo primero que reparo cuando miro su rostro, es en las sombras debajo de sus ojos. En el cansancio profundo que delatan sus ojos, y en la expresión adusta que jamás he visto en él, a excepción de la primera vez que lo vi cuando llegó aquella noche buscando a su hermana.

—Hola Eloísa, cómo estás.

—Hola Beltrán, estoy bien…—Lo invito haciéndome a un lado. — ¿Y tú?

Cabecea haciendo una mueca.

—Bien… bien. —Responde en tono cansado. Miro hacia el exterior, pero veo que ha venido solo. —Llevé a Maia directamente a casa, no se sentía muy bien.

Asiento ante su explicación.

Camino detrás de él hacia la sala. Observa alrededor, buscándolo.

—Está allí, dormido –apunto hacia el sofá.

Se acerca y ve a Tomás, acurrucado ahí. 
Levanta sus cejas, aproximándose a él, sonriendo un poco.

— ¿Se durmió hace mucho?

—Hmm, hace una hora tal vez –contesto mirándolos atenta. — ¿Te gustaría beber algo mientras esperas que despierte?

Dirige su mirada hacia mí.

—Sí, me gustaría, gracias.

Le sonrío apenas y me alejo rumbo a la cocina para prepararnos café.

Viene un momento después, se quita el abrigo dejándolo en el respaldar de la silla y se sienta.

Mientras estoy de espaldas, intento aplacar este desánimo que me embarga, pensando en que tendré que decirle la decisión que he tomado hace tan solo unas horas atrás. Cuando termino nos sirvo la infusión, dejo la taza frente a él, que frota sus ojos con gesto agotado.

Verlo así y no sentir ganas de abrazarlo, es realmente imposible.

—Gracias. –Dice agarrando el azúcar que dejé en el centro de la mesa. — ¿Cómo estuvo? –Cuestiona señalando hacia el living.

—Muy bien, miramos algunas fotografías que tomé del viaje, dibujó un rato y luego se sentó junto a mí. Se quedó dormido en algún momento mientras yo hacía anotaciones de mi trabajo. –Le cuento, bebiendo un trago bajo su atención. — ¿Cómo les fue a ustedes?

Ante mi pregunta, su expresión se endurece y su mirada se carga de un enfado que nunca noté en él.

—Me gustaría decir que mejor de lo que esperaba, pero no. No sé qué mierda esperan para meterlo en cana a este hijo de puta. —Murmura contenido, con la rabia reflejada en sus facciones. —Tengo que repetirme hasta el cansancio que mi hijo y mi hermana me necesitan, de lo contrario ya lo habría matado –expone, haciendo mi piel se erice –Odio sentirme atado de manos, a la espera de que se le ocurra lastimarla peor. No puede ser posible que lo dejen por ahí tan campante, y Maia sea la que esté presa del miedo.

Sin poder remediarlo, sin pensarlo siquiera, acerco mi mano cubriendo la suya, sintiendo su aflicción atravesarme.

—Quiero agradecerte por la forma en que la defendiste ese día. Me contó lo que hiciste. —Posa su mirada en la mía, apretando mi mano con calidez.

— ¿Esperabas que fuera diferente? –Replico negando con la cabeza. –No podía quedarme sin hacer alguna cosa, jamás podría ser testigo de algo así y no actuar —aclaro con vehemencia —Te aseguro que me habría encantado hacer más.

—Y lo hacés Eloísa, te aseguro yo que lo hacés. –Musita, suavizando tanto su voz como su rostro. Mi cuerpo se tensa de pronto, pidiendo me aleje de él. –También quiero pedirte disculpas por no haber venido como te dije o haberte llamado. Pero con todo esto, el trabajo, Tomás que no viene durmiendo bien de noche…

—Beltrán, no es necesario me expliques, ¿esta bien? Comprendo, es lógico que te sientas colapsado. –Le quito importancia, retirando disimuladamente mi mano de la suya.

A continuación nos quedamos callados, bebiendo el café, comenzando a inquietarme ante su cercanía.

—Quisiera hablar con vos ahora –Manifiesta entonces, dejándome muy quieta. Llevo mi atención a su rostro, pero él justo voltea para mirar hacia el living. —No va tardar mucho en despertar, así que me gustaría aprovechar –vuelve a hablar, ahora girando hacia mi.

Lo observo inexpresiva, aunque por dentro comienzan a estallar sensaciones. Nada buenas.

—Esta bien, de qué quieres hablar.

—De nosotros.

— ¿Nosotros?

Se remueve, acomododándose más cerca. Me mantengo en mi sitio, con nuestras miradas conectadas, a pesar de querer alejarme en este mismo instante.

—Sí… yo, estuve pensando mucho en nosotros.

— ¿Pensando…?  –Musito empezando a sentir mis manos humedecerse, y mi corazón galopar con desquicio ante sus ojos. – ¿En qué? –Completo turbada.

Sonríe un poco, deteniéndose muy cerca de mi rostro.

—Vas a pensar que soy un panqueque –comienza a decir dubitativo, haciendo que frunza el ceño. –No dejé de pensar en vos ni un solo día desde que te fuiste. Pensando en cosas que creía no podían ser… pero que me di cuenta, que no tienen por qué ser imposibles.




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