Díselo a tu Corazón (libro 1)

– 47 –

Último adiós

 


Cumplí mi cometido no dejando que se alejara de mí más que lo necesario. Durante el resto de la noche y gran parte del día de hoy, estuve pegado a ella, sin cesar en mi empeño por conocer cada lunar, cada marca, cada esquina de su ser tanto afuera como por dentro.

Y no es que tuviera otra alternativa en realidad. Mi cuerpo, aunque cansado por las horas de sexo que llevamos, se prende ante el más mínimo roce, insinuación o acercamiento por parte del suyo. Me somete sin siquiera buscarlo, y yo, guiado como el insecto a su luz; me dejo llevar sin protestar o pensar siquiera.

Ahora, por ejemplo, mientras ella se pasea de un lado a otro en la cocina buscando hacer el desayuno, yo la observo con mi erección ya alerta nuevamente, y eso que hace apenas 20 minutos terminamos de hacerlo en el baño, bajo la ducha.

No quiero que te vayas. Es lo que deseo decirle.

—No tengo leche para el café. —Comenta apoyada en la puerta de la heladera.

—Así solo está bien.

—Tampoco mermelada para las tostadas. No compré ya que… –Se detiene en seco, volteando a verme. Sé lo que iba a decir, y sé porqué no lo dice. –Tendrá que ser café y tostadas sin nada.

—Sin nada entonces. –Confirmo, también evitando el tema que no quisimos tocar.

Deposita frente a mí lo que desayunaremos, se instala en la silla junto a mí, pero yo la agarro de la mano guiandola a mi regazo, donde la hago sentarse.

Deja un beso en mi mejilla, acomodándose, como si lo hiciéramos desde siempre.

Puñal al corazón.

Comemos y tomamos el café, conversando de nada en particular. Esquivando entrar en la zona que ambos queremos evitar.

Pasamos después de nuevo a su cuarto, donde pasamos la mañana. Otra vez hacemos el amor, y es que es inevitable para los dos. Evidente que esto se está haciendo cada vez más difícil, intolerable y la única forma que tenemos de alargar el tiempo es perdernos en el cuerpo del otro.

A media tarde me despierto, sintiendo mis músculos entumecidos y el estómago rugiendo de hambre. Volteo hacia mi derecha, y veo su cuerpo acurrucado cerca del mío, con los párpados cerrados y una expresión relajada en su rostro que me provoca sonreír. Y lo hago. Delineo sus labios hinchados, sonrosados por la cantidad de besos que le di, y que todavía me parece no fueron suficientes. Su pelo desparramado hacia el otro lado, con algunos mechones rebeldes cayéndole por la frente. Los hago a un lado, acariciándola un poco ahí.

Con cuidado me levanto para no despertarla, aunque me encantaría hacerlo y volver a besar casa milímetro de su piel, decido dejarla descansar. Bajo al living donde había dejado mi teléfono después de hablar con Maia y saber si Tomás estaba bien. Lo agarro volviendo a mandarle un mensaje preguntando cómo están. Llamo también a la rotiseria de siempre y le encargo dos porciones de ravioles, una botella de vino y de postre, flan con dulce de leche y crema.

Recibo la respuesta de mi hermana un segundo después, diciéndome que me quede tranquilo que los dos están bien y que disfrute de este tiempo que nos queda.

Me siento en el sofá, dejando el celular al lado mío, pensando en eso; el tiempo que nos queda.

No sé cuánto tiempo paso así, sentado con la mirada puesta en cualquier parte sin ver nada, y con la mente en blanco sin querer pensar en su partida.

— ¿Beltrán? –Su voz se cuela en mis sentidos haciéndome reaccionar. Giro para mirarla. Camina hacia donde estoy cubriéndose con una bata color negro, sus piernas sedosas que observo por un largo instante y luego regresando a su cara adormilada, enmarcada por su pelo con rulos en las puntas. Se sienta junto a mí, con sus ojos interrogantes puestos en los míos. – ¿Ocurrió algo, estás bien? –Inquiere preocupada.

— ¿En serio creés que nos puede ir mal si te quedás? –Suelto la pregunta, no queriendo quedarme con nada por decir.

Se queda un momento muy quieta, mirándome fijamente, pensativa. Mientras tanto espero, sin presionarla.

—No lo sé. –Responde con cautela. —Siendo honesta, no es lo que me preocupa. —Agrega, descolocándome.

— ¿Y qué es entonces? –Pregunto, volviéndome hacia ella por completo.

Curva su boca, en un gesto de duda.

Permanece así un rato, como si no quisiera decir lo que ronda en su cabeza.

—No puedo quedarme Beltrán. Simplemente no puedo…

— ¿No podés o no querés? Porque hay diferencia en eso. —Repongo confundido ante sus dudas. Dirige su mirada a otro sitio, lo que me empieza a molestarme. —Hay algo que no me estás queriendo decir. ¿No? —Me doy cuenta.

—Tengo que irme, independientemente de nosotros, debo hacerlo. Como dijiste hace días, tenía una vida en México que debo reordenar, cosas que cerrar para seguir adelante… una familia que me espera después de irme sin despedirme.

—Sí, eso lo entiendo. Pero no sé porqué pienso que hay algo más. —Declaro con seriedad.

Eloísa me contempla intensamente por un instante, mostrándose nerviosa.

—Hasta ahora fuimos honestos el uno con el otro. ¿Podemos seguir siéndolo? –Pido encarecido.

Continúa dudando, pero finalmente dice:

—Tomás, él quiere que vuelvas con su mamá —Musita entonces desencajándome.

— ¿Qué? –Murmuro ahora sí más perdido que antes. — ¿Él te dijo eso?

—Sí, él desea tenerlos juntos de nuevo. –Contesta en voz plana. 

—Pero… no entiendo. ¿Tomás te dijo eso? —Vuelvo a preguntar desconcertado. Asiente despacio. Resoplo, entre confuso y enojado. —Entonces, vos dándolo por hecho decidís que es mejor irte sin saber lo que yo pienso –Acuso con un dejo de frustración.

Eloísa se cruza de brazos, enderezándose.

—Si invirtiéramos los roles y fuera mi hijo  quien te dice que desea tener a sus padres juntos, ¿qué pensarías, cómo te sentirías frente a eso? –Plantea seriamente.

Por un segundo guardo silencio, comprendiendo lo que intenta decir.

—Entiendo el punto, pero…




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