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–¡He aquí! Para quienes lo esperaban, y para quienes no, mi propio libro que decorará las gigantescas estanterías de la biblioteca que nadie visita –alcé por sobre mi cabeza las hojas engargoladas con la leyenda “tesis de licenciatura” para que la cámara de mi celular pudiera captarlas a la perfección y después las lancé a las llamas de la hoguera sin ningún remordimiento. Un confeti de palabras inútiles.
Nada en mi vida había sido tan placentero como ese momento, quizás fue incluso tan excitante como cuando abrí Laman, o cuando alcanzó el primer millón de usuarios, o los millones que le siguieron. Supe que el sentimiento era colectivo cuando mi teléfono empezó a llenarse de corazones y caras riendo tan rápido que en algún momento solo parecían líneas amarillas y rojas recorriendo la pantalla.
Era momento de la música y entregarme a la noche, les permití ver un poco de mi éxtasis en la oscuridad, solo iluminado por las llamas de la hoguera, en la parte más deshabitada de la ciudad y con la música a tope, bailando como si no existiera nada más, porque esas hojas ardiendo lentamente entre las llamas eran prueba fidedigna de mi liberación absoluta, del comienzo de mi vida.
Después apagué el directo, pero no detuve la fiesta, el calor encendía mi cuerpo y el ruido se apoderaba de mis sentidos. Tal vez esa fue la razón por la que no me percaté de lo que ocurría en la ciudad, tampoco escuché las patrullas y mi mente asumió que las luces rojas y azules parpadeando eran parte de mi ilusión dionisiaca. No lo habría notado nunca sino fuera porque la razón de aquel operativo estaba parada en el mismo lugar que yo, imaginando la cantidad infinita de comentarios que estaría recibiendo.
–¡Hey! –el grito se alzó por sobre la música y las lámparas dieron directo contra mis ojos–. No creo que sea hora de una fiesta privada en medio de la calle.
–¿Cómo te llamas? –el segundo policía ya había apagado la bocina y se acercaba amenazador a las llamas, con la mano acariciando la empuñadura de su pistola.
–¡Buenas noches oficiales! Por supuesto que no es privada, con mucho gusto aceptaré su compañía –afirmé con el tono más amigable y al mismo tiempo despectivo que me salió, en realidad mi tono normal.
–Tu nombre, dije –repitió el policía apretando con más fuerza su lámpara, en ese momento creí que se trataba solo de la música alta y la noche imperturbable, pero cuando bajé la vista y analicé con más detenimiento el arma que aguardaba en su costado supe el lío en el que estaba metido, el diminuto cristal con líquido azul brillante que reposaba en el lugar del tambor lo confirmó.
–Vamos, ya quitaron la música, puedo irme y dejar todo aquí –tranquilicé mi tono sin moverme ni un centímetro, esos hombres son como ratas en el basurero, al menor ruido se alertan y arman un escándalo.
–Así no funcionan las cosas cristalito –su sonrisa burlona era por mucho la cosa más asquerosa que había visto en el día. Y escuchar esa palabra ser articulada me hirvió la sangre, podría dedicar varios párrafos a la narración de lo que significa, pero lo que pasó en ese momento me hizo dejar todo de lado.
¿Recuerdas lo que comenté de las ratas? Eso es exactamente lo que pasó, una lámpara moviéndose al lugar equivocado por las razones equivocadas provocó el escándalo de aquel animal peludo y mi sobresaltó hizo que los policías tomaran de una sus armas y las apuntaran contra mi pecho.
–¡Las manos arriba! –vociferó con las venas de su frente hinchadas.
–Oye, yo no apunté la luz contra…
–¡Haz lo que dije si no quieres problemas! –agregó y casi pude escuchar el rechinar de sus dientes triturándose entre sí a causa de la ira.
Alcé las manos sin pensármela más tiempo, sus dedos estaban muy cerca del gatillo y no tenía pinta de ser un hombre con el que pudiera razonarse. Comenzó a acercarse con pasos lentos, pero cuando vi la camioneta negra aparcar justo detrás de la patrulla no tuve otra opción más que escapar.
–Oiga, la fiesta estuvo muy buena, hay que repetirla –volteé mi cabeza al teléfono que aun aguardaba sobre el trípode y pude sentir el aire causado por la bala cortarse en mi hombro cuando mi cuerpo se desmaterializó convirtiéndose en códigos dentro de la red.
El ingreso siempre me ha causado nauseas que con el tiempo comenzaron a pasar desapercibidas para mi cuerpo, las primeras veces vomité, o algo parecido porque cuando eres un código no sabes ni siquiera describir lo que estás haciendo, por eso es que le di vida a Laman. Es más fácil decirte que en los regresos también vomitaba.
Cuando lo que estoy narrando pasó, los personajes en Laman eran muy cuadrados, incluso he llegado a preguntarme cómo a la gente le gustaba ahora que lo comparo con los personajes que he diseñado. Sin embargo, allí estaba yo, en un cuerpo digitalizado y recorriendo el pasillo que yo mismo programé para recibirme.
El principio era completamente negro y con códigos que ni siquiera me molestaré en explicarte, después de eso estaba la habitación rodeada de pantallas gigantescas y solo una silla en medio de todo. Desde ese sitió controlaba toda la plataforma a través de las pantallas, pero en ese momento estaban completamente negras, con una alarma perforando mis oídos y un signo de admiración rojo en el centro, palpitando.