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–¿De qué hablas? –el cinismo con el que afirmaba las cosas que decía me resultaba repugnante, y verlo con el cigarro entre los dedos observando la tortura a través del cristal como si no pasara nada era intolerable.
–¿No lo has notado aun? –ni siquiera dirigía su mirada a donde yo estaba parado–, pensé que lo sabrías, por el espectáculo que diste rescatando a esa chica del departamento. Una verdadera lástima, debo admitirlo, ella es un espécimen bastante peculiar, pero ahora ya no importa. A lo que quiero llegar es, lograste materializar algo a partir de la nada, solo códigos en la red; es decir, una cosa es que puedas convertir tu cuerpo en códigos, pero hacerlo a la inversa es… Ni siquiera tengo palabras para elogiarlo, un logro espectacular, debiste haber experimentado emociones demasiado fuertes para lograr algo tan grande, ¿lo habías hecho antes? –volteó su mirada a mis ojos, pero no di ninguna respuesta–. Da igual, la cosa es que eso hacemos aquí, borrar todas las limitaciones que sus cuerpos mortales y sus mentes encapsuladas les imponen y convertirlos en la mejor versión de ustedes.
La sonrisa, el tono, la mirada extasiada, su pose completamente erguida, todo en él era nauseabundo y la manera en que hablaba de esas cosas como si estuvieran bien, como si les estuviera haciendo algún tipo de favor retorcido y sinuosos, era exactamente el mismo descaro con el que cada gobierno se había estado burlando en nuestras caras, pagando experimentos bajo el nombre de un departamento cuya tarea era salvaguardar nuestras vidas.
–Puedes creer que esto es inaudito, pero es necesario, lo hacemos para protegerlos, protegernos y proteger a la nación –en ese momento su rostro volvió a ser serio–. No tienes ni idea de lo que hay fuera de nuestras fronteras: una persona capaz de traer a la vida cuantos cadáveres desee, otra que puede materializar virus de letalidades mortales, gente con habilidades que ni siquiera pueden ser descritas; pero te tenemos a ti, cuántas naciones no temblarían al ver sus sistemas bajo nuestro control, seríamos lo que…
–Una mierda –articulé como pude, aun sintiendo que con cada palabra mi garganta se desgarraba–, todas tus palabras no son más que una maldita mierda, no tienen ningún derecho a mantenernos aquí.
–¿Derechos dices? –estalló en una carcajada–, esto es seguridad nacional, no espero que un insurgente como tú lo comprenda.
–¿Seguridad nacional? No veo que tú seas al que le están inyectando esa maldita mierda, voltea y mira cómo les proteges –señalé con furia a la ventana en mi espalda, por un segundo dirigió su mirada en esa dirección, pero cuando volvió a mí su carcajada se hizo de nuevo presente.
–¿Hablas en serio? ¿Crees que dejaríamos nuestros mejores descubrimientos solo para ustedes? Por supuesto que he estado en esa silla, sería un imbécil si me perdiera de sus beneficios –se acercó un par de pasos hacía mí, intenté alejarme, pero choqué contra la pared–, ¿Quieres verlo? Es imposible pasar por alto cómo tus habilidades van aumentando.
El estrés que me causaba su voz hacía que comenzara a dolerme la cabeza, sentía como si me hubieran golpeado el entrecejo y las cosas a mi alrededor daban vueltas, era cada vez más difícil pensar, sus palabras y los ruidos externos se entremezclaban con mis pensamientos y palpitaciones, un golpeteo suave sobre algún espacio metálico iba cronometrando mi descenso en aquella espiral de confusión y rencor, pero con cada tic mi cuerpo se hacía más ligero, cuando llegaban los tac iba olvidando la razón por la que guardaba tanta ira.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
Seguía escuchándolo, aunque no fuera capaz de descifrar las palabras que estaba articulando; podía ver con claridad sus labios separarse e incluso los ligeros movimientos de su lengua, su cuerpo era rodeado por una extraña aura que lentamente me envolvía haciendo que perdiera completo control de mis sentidos, de mis pensamientos e incluso de mi propio cuerpo. Aun con eso noté cuando una de mis manos se movió temblorosa, intentando alzarse y recorriendo por inercia con ese sentimiento el resto de mi brazo.
Era consciente de todo lo que estaba pasando, lo veía frente a mis ojos en cámara lenta y aun así era incapaz de hacer algo para detenerlo, casi podría asegurar que le estaba gritando a mi brazo que se detuviera, ni siquiera eso era suficiente para ejercer algún tipo de control sobre él.
Detente, detente, ¡para de moverte, maldita sea! Repetía incesantemente hasta que las palabras también dejaron de tener sentido y todo lo que lograba escuchar era ese mismo tictac convertido en un zumbido constante y penetrante. Seguí repitiendo las mismas palabras sin estar seguro de que mi mente lograría comprenderlas o si mis labios lograrían articularlas.
Escucha, irrumpió esa última palabra devolviéndome los sentidos. No era mi voz, pero de alguna manera me resultaba familiar. Mientras más repetía esa palabra más lograba percibir lo que pasaba a mi alrededor, mis pensamientos eran más claros, la habitación dejaba de dar vueltas, mis oídos se abrían y las palabras cobraban sentido, aunque mi mano seguía alzándose.
–Bien, ahora siéntate –pronunciaba sin ninguna preocupación, su voz no era la misma con la que había estado conversando todo este tiempo, el tono era igual, pero había una segunda voz, algo espectral que se mezclaba con los sonidos que salían de su garganta y se expandía a través de la energía que nos envolvía.