Bueno, zumbido ¿y qué?, ¿por qué no pueden volar helicópteros aquí? Pero dentro de mí crece la convicción de que este no es un helicóptero que pasa volando de forma ocasional.
Si los hermanos Gromov le molestaban tanto a alguien, que decidió deshacerse de ellos, entonces ese alguien simplemente debe asegurarse de que su plan funcionó. Y la mejor manera de hacerlo es verlo con sus propios ojos.
Por supuesto, una vieja camioneta que viaja tranquilamente ocupada en sus asuntos, no debe atraer mucho la atención. Pero el problema es que nos estamos moviendo justo desde el lugar donde ocurrió el accidente. Lo que significa que podríamos haber visto algo. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que nos empiecen a perseguir?
No mucho. Así que tengo menos tiempo para orientarme.
Desesperada, busco al menos algún saliente rocoso, bajo el cual podría esconderme, pero por desgracia no hay nada adecuado. Desde lo alto, la camioneta es visible en la carretera como si estuviera en la palma de la mano.
Mark a mi lado gime de nuevo, se contrae y abre los ojos.
— ¿Qué pasó, me desmayé? — se pasa la mano por el pelo y me agarra la rodilla, escuchando atentamente el zumbido. — Karo...
— Nos encontraron, Mark, — quiero llorar, — ahora nos encontrarán.
— Puta... — tiene los dientes tan apretados que se oye un pequeño crujido. ¡Y yo tenía la esperanza de que simplemente padezco de paranoia y manía de persecución!
— Por el momento la montaña nos cubre. Tan pronto como se alejen de ella, nos verán de inmediato. ¡Aquí no hay dónde esconderse!
Gromov se apoya en la pierna sana, se levanta sobre las manos y se deja caer en el asiento del pasajero, abrochándose el cinturón de seguridad. En el espejo retrovisor interior, puedo ver su mirada buscando algo ansiosamente a nuestro alrededor. De repente, sus ojos de color azul marino brillan triunfalmente.
— No nos encontrarán. ¡Hacia allá!, me indica con un movimiento de cabeza a la carretera y tira bruscamente del volante.
Con horror, miro hacia un callejón sin salida para detener los camiones de carga. Está cubierto con una gruesa capa de gravilla que se convierte en arena y termina en un montículo rocoso. Detrás de él comienzan densos matorrales.
— ¿Qué quieres decir? — emito un chillido amenazante, pero mi pierna es empujada por un musculoso muslo de hombre.
— Agárrate fuerte y presiona el acelerador, el resto lo haré yo mismo.
— ¿Estás loco, Mark?, nos vamos a estrellar, — del miedo pierdo la voz voz, solo puedo jadear.
— Haz lo que te digo, — Gromov presiona el pedal del embrague con el pie izquierdo e intercepta el volante. — Suelta.
Pero muevo la cabeza obstinadamente porque no puedo abrir las manos. No puedo hacerlo. Me aferro al volante como si fuera un salvavidas, aunque más quisiera aferrarme a Gromov.
— ¡Acelera, Karo! — gruñe y yo presiono el pedal hasta el tope.
Mark maneja el timón con una mano, con la otra cambia de velocidad. Me aferro al volante con un agarre muerto, y mi corazón late tan fuerte que casi no puedo escuchar el rugido del motor.
La camioneta recorre un corto tramo destinado a la parada de emergencia, despega como de un trampolín y pasa sobre el montículo rocoso. Me estremezco del miedo y escondo la cara en el pecho de Gromov.
Huele a sudor, polvo, hierro y restos de un perfume de hombre caro. Mark respira de forma entrecortada mientras la camioneta aterriza con las cuatro ruedas en la tierra. Nos sacude de tal manera que me parece que mi alma va a salirse de cuerpo. Junto con el cerebro.
Pero después de un segundo, el auto ya rueda sobre la hierba y me arriesgo a abrir los ojos.
Mark maniobra con pericia, hace filigranas entre dos árboles frondosos y, al mismo tiempo, pisa el freno hasta el tope. Con los restos de la conciencia noto que nos dió tiempo. Desde arriba ya se acerca la sombra del helicóptero que emerge de detrás de la cima de la montaña.
Sigo acurrucándome en su pecho ancho y agitado, casi no respiro. Gromov apaga el motor y yo trato de abrir las manos. Pero no puedo hacerlo, y sollozo quejumbrosamente.
— ¿Qué te pasa? — Mark me mira a la cara. — ¿Estás tan asustada?
Asintiendo con la cabeza apresuradamente, continuando agarrada al volante.
— Yo nnn... nnn... nn, nunca así... nn, no había...manejado...
— ¿Sí? — se sorprende o finge estar sorprendido. — Conduces bien. Pensé que eras un conductor con experiencia.
— Nnn... Nnno... — levanto la cabeza y parpadeo honestamente, ss,solo aaa la... tiien...da... A comprar paaan.
No solo a comprar pan, por supuesto, aquí exagero. Papá me enseñó a conducir hace mucho tiempo, y no lo hago mal. Pero me enseñó a ser un conductor responsable y cuidadoso. Y nadie me preparó para volar por encima de los obstáculos.
Mark me mira con una expresión extraña, con cuidado, uno a uno, me desengancha los dedos del volante. Luego toma mi cabeza con ambas manos y me besa en la coronilla.