— Arturo — dijo el hombre con voz ronca, apoyando su frente contra la mía cuando su respiración se volvíó más uniforme.
— ¿Qué?— Apenas pude separar mis labios mordidos.
— Me llamo Arturo — repitió, sin dejar de apretarme con su cuerpo caliente. Mis pensamientos eran confusos, y trataba frenéticamente de encontrar qué decir. Pero no podía razonar muy bien. Para ser más exactos, terriblemente mal.
— Mucho gusto, — murmuré, y él comenzó a reírse. También ronco, y también me ponía la piel de gallina.
A él le causa risa. Aunque puede ser gracioso, teniendo en cuenta que él está echado sobre mí. Pero a mi no me hace ninguna gracia.
El cuerpo me duele, adentro me arde. Y además me respira en el oído, por lo que las mariposas revolotean por todo el cuerpo.
— Pensé que habías tenido el gusto antes, — susurró, mordiéndome el lóbulo de la oreja. Y las mariposas comenzaron a revolotear a una velocidad triplicada. Pero prefiero quedarme atada a la piedra para siempre antes que admitirlo.
— Lo tuve, por supuesto, pero es mucho más agradable llamarte Arturo que Ahogado.
— ¿Cómo? — incluso en la oscuridad sentí su asombro.
— Ahogado. Bueno, ¡Tú te estabas ahogando! Y yo también tenía miedo de que fueras nudista. Así que tuve suerte contigo.
— Nena, eres un prodigio, — se rió a carcajadas, con la cabeza inclinada hacia atrás, pero a mi no me hizo gracia. Por abajo me presiona una piedra, por arriba me presiona Arturo. Tengo que quitármelo de encima de alguna manera, así que comencé a moverme lentamente.
— ¿A dónde vas? — Me miró sorprendido mi ahora nuevo conocido.
— Estoy tentada de decirte que a casa, — le respondí, — pero no es cierto. Tengo que lavarme. Y me tocó una roca muy dura, probablemente con la ayuda de mi espalda se podría estudiar la pintura rupestre.
— Lo siento, —Arturo levantó la vista, y había un claro remordimiento en su voz.
Se levantó de la roca, un tirón y volé directamente a sus manos. Mis mejillas ardían, y el fuego que había estado apagado durante un tiempo comenzó a encenderse en mi interior. ¿Por qué este hombre actúa sobre mí de tal manera? ¿Por qué en sus manos me convierto en una muñeca sin resistencia?
Probablemente porque me está apretando todo el tiempo. Me aparté y traté de deslizarme a la arena.
— ¿Has recibido un segundo aire y por eso me llevas en brazos?
— Ahora lo estoy recibiendo, — su voz sonaba sospechosamente ronca, y la nuca estaba muy caliente.
Arturo me puso en el agua con mucha delicadeza, pero yo ya no tenía frío. Aquí está poco profundo, el agua está tibia. ¿Y cómo sería posible tener frío al lado de este calentador de dos metros?
Me lavé apresuradamente las huellas que dejó en mí, Arturo me levantó de nuevo y me llevó de vuelta.
Se sentó en la piedra y a mí en sus rodillas. Tomó mi cara en sus manos, mirándome fijamente.
— Eres preciosa, nena — dijo en voz baja, y me excitaba su voz grave y jadeante. — Eres bonita, ¿verdad?
— Claro que no, que tengo la nariz como un garfio y los ojos bizcos —le dije, mientras frotaba mi mejilla contra su barbilla sin afeitar. Arturo recorrió mi cara con sus dedos.
— Embustera. ¡Qué nariz más bonita!
— Si hubiera un encendedor, — respondí, — entonces te persuadirías. Y al mismo tiempo, pudiéramos encender una hoguera. Ahora ya sabes que siempre debes llevar un encendedor en tus calzoncillos. O una linterna.
— Yo llevo otra cosa que es mejor,— dijo en voz baja, tiró de mi mano y cubrió ella el objeto de que estaba hablando. Comenzamos a besarnos de nuevo, y yo misma me volvía loca por sus labios duros y su lengua persistente.
Nadie me había besado así nunca. Esto era ... era cósmico, así es como era.
Y esta vez también fue cósmico. Arturo, ya no era tan brusco e impetuoso, se movía con más cautela, como si lo sintiera. ¿Se habrá dado cuenta?. ¡Qué bueno sería si él mismo se diera cuenta!
— Qué estrecha eres, nena, — murmuró con frenesí — como una virgen. Me estás volviendo loco, pierdo la cabeza....…
No se dió cuenta ... y no me alcanzó el valor para decírselo.
***
Arturo me apretó contra su pecho, sentía con mi espalda los duros músculos de su abdomen. Mi cabeza descansaba sobre su brazo, sentía calor y comodidad. Llevé la mano atrás y acaricié su muslo musculoso en bóxers casi secos.
Él agarró mi mano, entrelazó los dedos y apretó con fuerza.
— Nastia quiero que tú y yo nos encontremos cuando regresemos a casa, — dijo inesperadamente, y me quedé paralizada, conmocionada.
— ¿Cómo es eso? — volví a preguntar, intentando darme la vuelta, pero Arturo me sujetaba con fuerza. — ¿Sería posible...?
— Bueno, ahora fue posible — dijo riéndose. — Y hasta dos veces.
— Pero eso es ahora... — no te terminé de hablar, me tragué las palabras.