— Asya...— oí una voz baja,—Asya... ¿puedes oírme? ¡No me asustes, Asya!
La voz repitió el odioso apodo, y al instante abrí los ojos. Así me llaman en el barco para distinguirnos de alguna manera a mí y a Nastia. Ahora ella estaba sentada en una silla junto a la cama y me miraba ansiosamente a la cara.
El propietario de la goleta empleaba a propósito chicas del mismo tipo y con nombres iguales, para no complicarse y para que nuestros huéspedes se sientan más cómodos.
Conocí a Nastia Nikitina en una entrevista, que parecía más bien un omiai. O un casting. Nos mantuvimos unidas y nos emplearon enseguida.
Las dos somos de la misma altura, con un color de pelo similar, con cuerpos más o menos parecidos. Y con el mismo nombre. Bueno, ¿cómo no emplearnos?
Orján intentó coquetear conmigo, pero yo me negué de inmediato. Estaba dispuesta a dejar el trabajo, pero Orján renunció a sus aspiraciones de inmediato. En general, se comportaba de manera educada y tenía buenos modales, no se permitía pasarse de la raya. Además, la Nastia número dos no lo rechazó, y todo sucedió de mutuo acuerdo.
Los colegas, para distinguirnos de alguna manera a mi y a Nastia, comenzaron a llamarme Asya. Dicen que me queda mejor a mi que a Nikítina. El hecho de que este nombre me enfureciera terriblemente, no le importaba a nadie . Para ellos es más cómodo y yo puedo enojarme todo lo que quiera.
Yo sólo respondía entre dientes. Tenía la garganta seca y miré la mesita de noche, donde había una botella de agua de medio litro .
— Por supuesto — se dió cuenta Nastia,— ahora.
Me pareció que estuve bebiendo una eternidad. Tras saciar la sed, me recosté en la almohada y le eché una mirada a la habitación. Una habitación de hospital estándar. Hay una mesa rectangular a los pies y monitores junto a la cama. Dos ventanas, una da a la calle y la otra al pasillo. Las ventanas están cubiertas con persianas. La puerta está cerrada. Nastia suspiró y se acercó.
— Asya, todos estábamos tan preocupados... Pensamos que te habías ahogado.
— ¿Dónde estoy, Nastia?
— Estás en el hospital. Te trajeron esta mañana, nosotros estamos aquí desde la noche. Orján me pidió que te acompañara, vendrá pronto.
Me asombré. ¿Por qué Orján tiene que venir a verme? ¿Por qué tanta preocupación? Pero luego me di cuenta: yo trabajo para él. Seguro médico y todo lo demás. Trabajaba. Suspiré y cerré los ojos. Ojalá me hubiera ahogado ... de repente, mi cerebro disparó y traté de saltar de la cama, pero, sin fuerzas, me caí de nuevo.
— ¡Arturo! El jóven que salvé, ¿qué sucedió con él?
Recordaba que había intentado explicar confusamente a la pareja que me recogió que había un hombre en la playa tras un accidente. Y cómo ellos llamaron a la policía, y luego el resto de la historia era un rompecabezas de fragmentos.
Dejando a Arturo en la orilla, caminaba y me maldecía con las palabras más austeras. Bajo los rayos del día que comenzaba, todo se veía de una manera diferente. Que estás congelada, ¿y qué? Yo y ahora estoy congelada. El sol se levantó alto y ya estaba quemando bastante fuerte, y yo todavía temblaba bajo sus rayos.
Tenía la sensación de que las fuerzas me abandonaban con cada paso que daba. Me detuve y me senté en la arena caliente. Tenía deseos de acostarme, acurrucarme y quedarme dormida. Pero la idea de que Arturo se quedó solo allá en la orilla me daba fuerzas, y yo me obligaba a levantarme.
Las mejillas me ardían, tenía la frente cubierta de sudor, me subió la temperatura. Estuve demasiado tiempo en el agua y luego la arena y el aire fríos añadieron estrés a mi cuerpo y las consecuencias no se hicieron esperar.
Me dolía la garganta y tenía una sed insoportable. De vez en cuando me lamía los labios secos. Cada paso que daba repercutía con dolor en las sienes. El cabello era pesado por el agua salada y la arena pegada, la piel picaba insoportablemente.
Yo intentaba distraerme mirando las palmeras y las plantas que crecían a mi alrededor, y caminaba lentamente hacia el sonido de los automóviles en la autopista.
Poco a poco me acercaba a la autopista, la salvación ya estaba cerca. Alguien de los que pasen por allí seguramente se detendrá y llamará a la policía. Pero tan pronto como llegué al asfalto, las fuerzas me abandonaron por completo. Solo alcanzaron para explicar de dónde vengo y contar sobre Arturo.
Ahora también quería dormir, el cuerpo me dolía con un dolor desconocido, ya sea por la fiebre o por las piedras sobre las que yo ... sobre las que nosotros ... bueno, después dormimos.