¿ Dónde compro un papá?

Capítulo 4 “El adiós"

Su mirada llena de dolor se posa sobre mi,  y me quedo inmóvil no pude hablar, no reaccioné, solo me quede observándola, luego un estruendo llama la atención de los presentes y a partir de ese momento la perdí de  vista.

 Mi madre nos abraza a Amanda y a mí y el resto de los invitados, empiezan nuevamente a felicitarnos. intento buscar la manera de escabullirme, pero me es imposible. Por alguna extraña razón, siento la necesidad de darle una explicación, aunque  en este punto tengo claro que cualquier cosa que diga será  inútil.

Cuanta razón tenía Dayane, pero me negué a escucharla, sentí que hacer algo como eso, era darle demasiada importancia a una relación que para mí carece de ello.  Lo que no logro entender, es esa sensación de incomodidad que desde esta mañana se ha instalado en mi pecho. Es probable que sea culpabilidad por hacer sentir mal a una mujer, que desde el principio me había demostrado su amor. Porque es así, si de algo estoy seguro es de que Karla me ama, aunque yo jamás me propuse enamorarla  ¿O tal vez sí?  

Esa mujer se entregó a mi, sin reservas y me ha hecho sentir todo su amor de muchas maneras y en cambio yo, lo único que le he dado, son las migajas de mi atención.

El resto de la noche por más que intento, me es imposible escabullirme, me siento frustrado, casi atado, Amanda no me deja ni a sol, ni a sombra y eso me hace sentir un poco asfixiado. Empiezo a  tomar con más frecuencia los tragos que ofrecen los meseros  y comienzo a sentirme un poco mareado, cosa que no pasa desapercibida para mi amigo Gian, que también se encuentra en la fiesta y que se acerca a mí, cuando me ve abusar del alcohol.  

—Cálmate, bebes como un condenado a muerte —me dice Gian, llegando hasta mi lado, es una fiesta de compromiso, no un velorio. Cambia esa cara, te acabas de comprometer con la mujer más hermosa de esta fiesta y luces como un hombre que está a punto de ir a la horca —¿Qué rayos te pasa, Michael? Eres el vivo ejemplo de aquel adagio que reza, vas para el cielo y vas llorando. 

— No estoy de humor, Gian —dije serio.

— Eso es obvio —responde Gian —Mírala, no solo es hermosa, sino también inteligente, simpática y culta, es un hombre afortunado —agrega mi amigo.

Volteo hacia donde se encuentra Amanda y ciertamente, mi amigo tenía razón, no puedo quejarme por mi suerte.

— No eches por la borda, todo eso por una calentura Michael —dice mi amigo.

Gian se aleja de mí, mientras yo miro a la mujer, que dentro poco tiempo se convertirá en mi esposa. 

Las horas pasan y los invitados empiezan a marcharse, ya solo quedamos los más allegados y mi familia, por lo que decido pedirle a Amanda que nos retiremos. Mi plan es llevarla a su apartamento y regresar para buscar a Karla y hablar con ella.

— Cariño, nos vamos —digo, tomándola por la cintura. 

— ¡Tan pronto! —dice ella, haciendo un puchero. 

— Si cariño, es mejor hacerlo antes que el jet lag, empiece a hacer estragos en tí —argumento para convencerla. 

— Es mejor, que se queden durmiendo aquí —dice mi madre —los ví a ambos abusar de los tragos y los cócteles —agrega mi progenitora. 

La idea no me agrada del todo, tener a Amanda aquí dificultará, tener el tiempo para hablar con Karla. Sin embargo, ante la insistencia y los argumentos de mi madre ninguno de los dos, puede negarse. 

Salimos del jardín y subimos las escaleras, hasta llegar a mi habitación, la cuál como siempre encuentro cuidadosamente arreglada, así siempre está desde que Karla se encarga de atenderla. Ella y yo, nunca hemos estado juntos en esta habitación, nuestros encuentros siempre han sido en la suya, pero de alguna u otra forma, siento que que soy un canalla, al estar con Amanda en este lugar, que Karla con tanto cariño, arregla para mí. 

— Me prestas una camiseta —dice Amanda, mientras se quita el vestido. 

Camino hasta el armario y saco una de mis camisetas y se la paso. Entro al baño, me doy una ducha e intento calmar esta especie de ansiedad, que se ha apoderado de mi ser. Vamos Michael ¿Qué es lo peor que puede pasar? Seguramente con un par de palabritas, vas a convencerla y con suerte hasta acepta, seguir siendo tu amante. Lo que si es que tendría que sacarla de aquí, tal vez montarle un apartamento modesto, en donde podamos vernos. La idea no me desagrada, por el contrario me gusta pensar en que eso pueda pasar. 

—Haz estado muy tenso, cariño —dice Amanda, una vez me ve regresar a la habitación, mientras se acerca a mi y masajea mis hombros.  

— Solo algo cansado —respondo, serio.

Amanda toma mi barbilla y hace que la mire. Su mirada empieza a escudriñarme,  mientras yo intento sostener la mía, aunque en estos momentos me siento, que ni siquiera de mirarla soy digno.

— Te conozco Michael, algo te pasa. Lo que no entiendo es porque no quieres ser sincero conmigo.

— No me pasa nada, Amanda —respondo, con un tono molesto. Me suelto de su agarre y me dirijo al armario, en busca de algo que ponerme. Mientras en mi cabeza, la mirada triste de karla, se reproduce como en una película, una, otra y otra vez. 

(...)

Karla.

Duele y demasiado, es un dolor indescriptible, es tan profundo que solo lo supera el dolor que sentí, cuando perdí a mi madre. Alguien debería decirnos que el amor duele a niveles inimaginables. Aunque en mi caso no es el amor lo que duele, sino más bien el desamor. 




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